Situación embarazosa

Es lógico que, por derrame, la situación jodida del país de arriba va a repercutir también abajo del país. ¿Qué puede pasar? Bueno, puede haber inflación, puede haber devaluación, pueden haber despidos, puede aumentar el dólar, en definitiva nada que ya n

Situación embarazosa

El argentino común, el único que importa en esta historia, está cada vez más desconcertado, más confundido que Frodo en una joyería. Sabe que algo le está pasando pero no sabe qué diablos le está pasando. Se ha enterado que le están tocando el poto pero no siente la mano sobre los glúteos. Todo provocado por la deuda externa. ¿Cuándo arrancó este problema?

Cuando llegó Pedro de Mendoza a las costas de Buenos Aires le cobraron “orsai” inmediatamente, por eso se transformó en el primer adelantado. Pedro entró en contacto, el primer día, con los indios “querandíes”. Al día siguiente se dio cuenta “queranonce”. Fue el primer hecho inflacionario de estos pagos.

Para hacerse amigo de los nativos Pedro, como era costumbre de la época, regaló al cacique “Poto pando” cinco espejitos. “Poto pando” aceptó el regalo pero le dijo: “Tatunga, moroto, ante, mari, mari, saparai”, que en lengua querandí significa: “Gracias, macho, pero yo tengo diez mujeres. Deme cinco espejitos más que después se lo pago”. Éste fue el inicio de nuestra deuda externa, que, paulatinamente, aparte de externa, pasó a ser eterna

Después la cosa se fue agrandando con sucesivos pedidos: la Primera junta le pidió guita a España para luchar contra España. Sarmiento pidió plata a Estados Unidos para poder garpar el sueldo a las maestras que había traído de los Estados Unidos. Roca pidió fusiles a Inglaterra con el compromiso de pagarles con orejas de indios y nunca cumplió su promesa. Y así la cosa se fue agrandando hasta la actualidad.

¿Cuánto debemos en la actualidad? Las cifras, actualizadas, dicen 140.000 millones de dólares, de los cuales 15.000 millones son los que reclaman los buitres. Si no podemos pagar a los buitres, ni pensar en cancelar la deuda total. Aunque no es tan difícil. Si cada argentino junta 3.500 dólares quedamos totalmente libres de deudas. ¿Qué estamos esperando, ah?

Sería importante que canceláramos definitivamente la deuda externa, así los gobiernos argentinos empiezan a preocuparse de la deuda interna.

Pero los acontecimientos de los últimos días nos han provocado un cierto temor en las glándulas del futuro. Temor incentivado porque, el tipo común, no entiende muy bien qué está pasando

La confusión reina, estamos desorientados, parecemos un ciego en medio de un tiroteo. Se habla de la situación abultadamente comprometida y para colmo se habla en extranjero: “Default”, “Holdout”, “Stay”, “Cláusula RUFO ( Rigths Upon Future Offers)”. No entendemos lo que pasa en castellano, mirá si lo vamos a entender en inglés.

Las opiniones sobre el tema son distintas, opuestas, desparejas. Unos dicen que ya estamos en default. Kicillof, por el contrario, opina que hablar de default es una pavada atómica (si se trata del átomo entendemos todavía menos). Va a terminar resultando que la culpa del default la tiene Einstein.

En el exterior las opiniones están más divididas que pizza para 48. Unos se conduelen de nosotros, otros nos compadecen; unos critican a Griesa, otros apuntan a nuestros negociadores; algunos declaran que tenemos lo que nos buscamos; los kelpers nos cargan; los agoreros nos prometen un futuro más negro que pezón de gorila.

Si los expertos en “seconomía” no aciertan a comprender lo que está pasando ¿cómo pretenden que lo entienda un ciudadano del montón que lo único que sabe de seconomía es que la guita no le alcanza nunca?

Algo está pasando con nosotros y no lo entendemos y encima no se nos hace tangible. Es como la caspa: la tenemos permanentemente en la cabeza pero no la sentimos. Es lógico que, por derrame, la situación jodida del país de arriba va a repercutir también abajo del país. ¿Qué puede pasar? Bueno, puede haber inflación, puede haber devaluación, pueden haber despidos, puede aumentar el dólar, en definitiva nada que ya no nos haya pasado.

Un mendigo, sin brazos, sin piernas, sin una oreja estaba a la salida de la iglesia pidiendo limosna. A cada feligrés que salía del templo le imploraba: “Una monedita, me cago en Dios”, y con cada uno repetía su letanía: “Una monedita, me cago en Dios”. Una señora muy aseñorada, de mantilla en la cabeza, lo reprende duramente: “¡No diga eso, blasfemo! Que Dios lo va a castigar”. El mendigo la mira profundamente y le pregunta: “¡Ajá! ¿Y qué va a hacerme? ¿Me va a dejar embarazado?”

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