Incomparable sensación. Aunque si uno tuviera que hacer un paralelismo con una situación cotidiana similar, podría ser la de un mareo. "Está temblando", se escucha decir al más perceptivo de nuestros acompañantes donde nos encontremos. Frase contundente que alerta a los más desprevenidos y a quienes todavía siguen confundidos y no entienden qué está pasando. De ahí en más cada uno reacciona de diferente forma.
Están los que se asustan y salen corriendo, los que lentamente y con calma se colocan debajo del marco de una puerta -sabia enseñanza transmitida hasta el hartazgo en cada escuela local- o hasta los que hacen caso omiso y confían en que pasará pronto y continúan normalmente con sus actividades. Estos últimos tal vez porque recuerdan muy poco lo que nuestros abuelos y ancestros vivieron muchos años atrás con terremotos que causaron estragos en la provincia.
Así, los temblores son un fenómeno con el que convivimos y forman parte de nuestro folclore y nuestra historia.
El más emblemático ocurrió una tranquila noche de marzo de 1861. Los pobladores de ese entonces estaban en sus casas cenando cuando el movimiento tomó protagonismo. Fue el más destructivo de toda la historia argentina: la ciudad de Mendoza quedó en ruinas y se llevó consigo la vida de alrededor de 6.000 personas sobre una población total de 18.000. El centro en aquel entonces estaba ubicado en la actual plaza Pedro del Castillo y uno de los pocos testimonios de lo que era la ciudad son las ruinas de San Francisco, que hasta hoy se mantienen en pie. A partir de allí nuestra historia cambió para siempre y se erigió el nuevo conglomerado urbano donde comenzó a gestarse la ordenada ciudad que hoy disfrutamos.
Los mendocinos sabemos que los terremotos son una posibilidad latente, aunque según algunos especialistas todavía no hemos tomado total conciencia de lo que esto significa. Vemos a los sismos como parte de la naturaleza que nos rodea porque crecimos escuchando mediciones en las escalas Mercalli y Richter. Por supuesto nadie se imagina siendo parte de una catástrofe natural y hasta preferimos no hablar de ello, no vaya a ser cosa que la atraigamos con nuestros pensamientos.
Salvo cuando vivimos de cerca las consecuencias de algún temblor fuerte en territorio vecino, como el que ocurrió en Chile en 2010, entonces sí todos empezamos a cuestionarnos si estamos realmente preparados para vivir una situación de esa magnitud.
De hecho, tenemos prácticamente olvidadas las sensaciones que provocan los terremotos intensos, ya que el último más potente fue el de 1985. Aquella madrugada del 26 de enero alertó a los noctámbulos y despertó a los dormidos con un sacudón breve pero intenso. Las consecuencias de esa descarga de energía dejaron un saldo de seis muertos, 260 heridos y 20.000 viviendas afectadas.
Pero aunque esa dolorosa experiencia haya quedado lejos, periódicamente somos testigos de sismos de pequeña magnitud que nos recuerdan que, como quien vive en una ciudad cercana a un volcán, nuestro futuro depende de la naturaleza y su caprichosa voluntad y, sobre todo, de cómo estemos listos para sobreponernos y convivir con ella.
La explicación científica de por qué somos el territorio con mayor riesgo sísmico de todo el país tiene que ver con que vivimos en la zona más habitada del Oeste. "Los mendocinos estamos expuestos a dos tipos de terremotos. Los que se producen en la llamada zona de subducción donde la placa de Nazca se introduce debajo de la Sudamericana, que se encuentra aproximadamente a 100 kilómetros de las costas de Chile, y los que se originan en las fallas geológicas locales que tienen diferentes grados de actividad; la más nombrada últimamente es la de Barrancas", explicó Miguel Tornello, director del departamento de Ingeniería de la UTN e investigador del Centro Regional de Desarrollos Tecnológicos para la Construcción, Sismología e Ingeniería Sísmica (Ceredetec).
Para él, en los últimos años se ha avanzado bastante en la conciencia sísmica a través de la educación, pero todavía es una deuda pendiente el evaluar el grado de vulnerabilidad de la infraestructura de edificios públicos como hospitales, escuelas o cuarteles de bomberos, entre otros, claves a la hora de sobreponerse a un desastre natural.
No es para vivir con miedo, sino para mantenernos alertas. Por esta razón cientos de profesionales se preocupan día a día para que los sismos no sean tomados a la ligera y se mantengan en el saber colectivo como una posibilidad latente frente a la cual debemos estar preparados.