Nadie podría pensar que hay que esperar que algo suceda para ponernos en acción. Desde este muy sensato pensamiento, la propuesta tiene sentido. Estaremos proyectando, decidiendo y construyendo ahora para por lo menos cinco generaciones futuras. Esta proyección nos impone una visión que supera lejos el corto plazo, aquí es donde cobra fuerza la idea de la oportunidad.
Es la oportunidad de una mirada prospectiva (explorar, examinar) capaz de reconocer un horizonte y de hacerlo presente ahora. Esta mirada no es un atajo que soslaya a los problemas impostergables que deben ser resueltos ahora, por el contrario, es abarcativa, inclusiva, no impone un dilema o dicotomía. Simplemente perder la posibilidad de la sinergia que conlleva la satisfacción de las necesidades humanas fundamentales (Max Neef – economista y ambientalista chileno- y otros. 1986), en la búsqueda por hacer posibles éstas prácticas y sin darnos cuenta que es tan sólo la responsabilidad con la que hay que tratar los problemas de la gente.
Aquella noche de enero de 1985
La provincia de Mendoza se encuentra situada en una región de alto potencial sísmico. Por este motivo, es necesario contar con medidas preventivas y planes de contingencia eficaces que eviten perdidas tanto humanas como económicas. El terremoto del 26 de enero de 1985 (sobre el que se ocupó tel sábado pasado la doctora ingeniera Noemí Graciela Maldonado, de la UTN, en este misma sección), fue una nueva manifestación de la elevada actividad sísmica existente en esta región de Argentina. Ese movimiento, que afectó al Gran Mendoza, donde habitaban en aquella oportunidad alrededor de 600.000 personas, fue de magnitud moderada (mb=6.0). Sin embargo produjo daños de consideración, especialmente en las construcciones de adobe y, en algunos casos en edificios construidos de acuerdo al código sismorresistente. Estos daños no fueron uniformes, existiendo áreas reducidas donde la intensidad alcanzó Vlll M.M. (Mercalli modificada). La mayor concentración de daños graves se produjo en construcciones de adobe. La poca duración de la fase intensa ocasionó muy pocos colapsos y, por consiguiente, pocas víctimas.
El análisis de la actividad sísmica, tanto instrumental como histórica, muestra que el territorio donde se asienta Mendoza está expuesto, en su totalidad, a un elevado nivel de peligro sísmico, lo que combinado con un considerable número de construcciones no sismorresistentes constituyen un riesgo sísmico potencial a tener en cuenta en toda planificación, tanto del uso del suelo como de preparación para la emergencia en caso de terremoto.
Zonificación sísmica
Mendoza, al igual que todas las provincias que limitan con la cordillera de los Andes, salvo las patagónicas y en ese grupo a excepción de Neuquén, tiene toda su población asentada en zona sísmica; pero como caso único entre las provincias andinas, Mendoza tiene su territorio distribuido en cuatro zonas sísmicas. Totalmente en zona cuatro está el Gran Mendoza, integrado por Capital, Godoy Cruz, Guaymallén y áreas urbanas de Las Heras, Luján de Cuyo y Maipú, que representan aproximadamente 60% del total de la provincia.
Toda la provincia de Mendoza está ubicada en una región de elevado nivel de peligro sísmico, originado en dos fuentes nítidamente diferenciadas: la zona de subducción con hipocentros localizados a profundidades comprendidas entre los 80 y 130 kilómetros y la zona de actividad superficial con profundidades focales menores de 50 kilómetros, siendo esta última donde se han generado casi todos los terremotos destructivos. El Gran Mendoza ha experimentado intensidades sísmicas iguales o superiores a Vl Mercalli modificada (M.M.) por lo menos 11 veces en los últimos 200 años. La primera información al respecto data del 26 de mayo de 1782 cuando un terremoto dejo en estado ruinoso algunos edificios importantes como la iglesia y el Colegio de La Inmaculada Concepción y la Iglesia el Colegio de los Franciscanos. El terremoto de 20 de marzo de 1861 fue, sin ninguna duda, el de mayor destructividad de todos ellos. El análisis de la información disponible permite estimar, basándose en la descripción de daños, una intensidad máxima en la ciudad de Mendoza de no menos de lX M.M. Las víctimas producidas por este terremoto alcanzaron a 5.000 sobre una población de aproximadamente 8.000 habitantes. Además se observaron importantes efectos en el terreno, incluyendo largos agrietamientos del suelo en dirección norte-sur y ondulaciones y hundimientos del terreno en zonas de ciénagas. También surge de tales descripciones que la distribución de los daños no fue uniforme, destacándose áreas con muy elevado nivel de destructividad y otras con daños moderados.
Es importante mencionar que esta distribución de daños, si bien en diferente escala absoluta, es muy similar a la observada en el terremoto del 26 de enero de 1985. Además también tienen mucha similitud con otros aspectos comparables como la rápida llegada de la fase más destructiva, lo que evidenciaría un foco muy cercano, y la relativamente corta duración de la misma. Los terremotos que ocurrieron después de 1861 afectaron de diferentes formas a la ciudad de Mendoza y alrededores, pero ninguno ocasiono daños similares a los descriptos anteriormente.
Luego de presentada la situación sísmica de Mendoza se puede apreciar a la vulnerabilidad en la se encuentra expuesta y de la que no hay un adecuado conocimiento. Mendoza es la provincia con mayor riesgo sísmico de la Argentina y, sin embargo, por razones históricas y económicas, gran parte de su población se concentra en el territorio de mayor peligro: la zona 4. Además, un porcentaje alto de las viviendas de esa zona no son sismorresistentes.
La reconstrucción
Para el sismo del 26 de enero de 1985 se llevó a cabo un vasto plan de reconstrucción para reemplazar las unidades de viviendas damnificadas. Dicho plan de reconstrucción significó un esfuerzo de recursos financieros muy importante (tanto en el ámbito provincial como nacional), lo que permitió un amplio programa de reconstrucción. Al margen de las cifras, no se puede dudar que para esa época, Mendoza presentaba un paisaje urbano caracterizado por el acopio de materiales de construcción en la vía pública de las zonas damnificadas, y en los frentes de cada propiedad se exhibían loscarteles que reproducían la procedencia del financiamiento. Al final del mandato de aquella gestión, buena parte de la tarea estaba en marcha, y ahora la renovación institucional yacía en el mandato popular a través del voto.
Así se transformó en un tema de campaña y que le permitiría posicionarse frente al electorado con una supuesta ventaja. Fue entonces que surgieron por doquier afiches, avisos radiales y televisivos que mostraban a la reconstrucción como un hecho relevante en el que había sido posible la construcción masiva de viviendas más importante en la historia de la provincia. Sin embargo no sucedió lo que se esperaba en materia electoral, el oficialismo que había tenido que actuar en dichas circunstancias sufrió un revés electoral. Un comunicador de dicho gobierno reconocía en círculos más íntimos, que la gente damnificada por aquel sismo, lejos de haber resuelto su problema habitacional se encontró por lo menos con cuatro problemas más: la cuota del préstamo de la vivienda, las boletas de los servicios de agua y electricidad, los servicios municipales e impuestos. Es decir, el precio que los damnificados castigados no sólo por el sismo debían pagar por pasar de la informalidad a la formalidad sin haber mediado previamente un análisis de la situación que previera fuentes de trabajo que hicieran sostenible dicho proyecto de reconstrucción de manera integral, es decir, reconstruir no sólo las viviendas destruidas sino también a sus damnificados.
Son las catástrofes -independientes de las causas que las provocan– las que exhiben de la manera más cruda la realidad de una sociedad. La que necesita para desarrollarse de un espacio, un lugar, un territorio, es decir un escenario donde se expresan los acuerdos y los conflictos de una sociedad y, no siempre las interrelaciones entre los distintos sectores sociales acuerdan soluciones a sus propios conflictos, lo que podría inferirse que yace un estado de vulnerabilidad. Es por lo tanto materia de preocupación ciudadana y de ocupación de aquellos sectores responsables. Es el hábitat humano el tema que nos preocupa. Allí donde quizás mejor se puede ejemplificar sobre las incumbencias disciplinares que convoca. Desde el punto de vista del paradigma de la sustentabilidad, cabría la posibilidad de incorporar en los futuros desarrollos del hábitat los valores que ella sustenta. Nos referimos especialmente a la subsistencia y la protección, es decir, los valores de abrigo y cobijo que el hábitat debe poseer, es en este
aspecto donde se centra nuestra preocupación.