En la guerra en Siria, la eventual caída de la provincia de Idlib, en la frontera con Turquía, podría otorgarle a las tropas del Presidente Bashar al-Assad un triunfo definitorio, puesto que dicha zona es el único bastión que mantienen controlados los insurgentes. A ello hay que sumar las incursiones israelíes en territorio sirio para atacar bases iraníes allí apostadas.
El aporte militar y estratégico de Rusia e Irán a las fuerzas leales a Al-Assad suma tensión mundial. Los rusos son siempre una incógnita a pesar del acercamiento a Occidente de las últimas décadas como resultado de la inevitable inserción en el mundo tras la caída del régimen comunista; Irán, por su parte, es una amenaza bélica de resultados insospechados que lo mantiene bajo el celo de la comunidad internacional.
Más allá del resultado militar que se pueda registrar en estos días, no debe pasar inadvertida la preocupación internacional por la población de ese país de Oriente Medio.
Naciones Unidas ha expresado en más de una oportunidad su alarma ante la posibilidad de uso de armas químicas en los enfrentamientos.
En especial, el que ha estado siempre en la mira es el régimen gobernante, en varias oportunidades denunciado por acciones que afectaron a la población civil.
Los años transcurridos significaron para los sirios una gran pérdida humana que en general el mundo, con bastante insensibilidad, minimizó. Calculan que el número de muertos en esta triste guerra se aproxima a los 400.000, siendo civiles el mayor número de caídos.
Pero la decadencia siria no sólo se ve reflejada en la triste cifra de víctimas fatales, heridos graves, mutilados y miles de habitantes con tremendos trastornos de salud como consecuencia de la brutalidad bélica: hay que contemplar, además, el drama que constituye el elevadísimo número de desplazados.
Países vecinos de Siria reciben periódicamente numerosos contingentes de hombres, mujeres y niños que huyen del terror para buscar lugares más calmos y que les permitan vivir en paz y desarrollarse.
El éxodo incluye, además, naciones lejanas que, como la Argentina, también pusieron predisposición para otorgar cobijo a los sirios ante su dramática realidad.
No hay una estadística certera sobre la cantidad de personas que emigraron, pero las estimaciones entre quienes siguen esta problemática hablan de unos 2 millones de habitantes.
Además, el constante peregrinar interno de miles de sirios, de una a otra región para huir del itinerario cambiante de la guerra, contribuye a potenciar el panorama caótico en el que se desenvuelve la sociedad de un país que a la tradicional intranquilidad que supone encontrarse en una región históricamente conflictiva, ha sumado desde marzo de 2011 el flagelo desintegrador de toda guerra civil.
Cabe preguntarse, por lo tanto, qué solución le encontrará la comunidad internacional a la azotada vida de los sirios. Más allá del eventual triunfo de las fuerzas gubernamentales sobre la insurgencia terrorista, Siria debería aprovechar una eventual calma desde el punto de vista bélico para encarar un proceso de acercamiento entre los sectores antagónicos para marcar un sendero definido hacia una consensuada solución política.
El mundo no sólo debe velar por la paz en territorios convulsionados, como el sirio; también debe tender a que regímenes autoritarios, el que allí rige es un ejemplo, acepten ir a una democratización.