Llevaban una vida muy ordenada. Todo lo que hacían en el día estaba fríamente calculado. Y lo que hacían en la noche, también: dos veces por semana -martes y jueves- hacían el amor, las otras noches leían; después, dormían de 23:50 a 6:50 -él del lado derecho de la cama, ella del lado izquierdo-. Cada uno soñaba con la persona a la que deseaba realmente.
Pero una noche se propusieron romper la rutina y cada uno durmió en el lugar que le correspondía al otro. Y cada uno soñó con la persona a la que el otro deseaba. Pudo haber sido una catástrofe, pudo haberse terminado el matrimonio a la mañana siguiente, pero todo siguió el curso preestablecido. Ambos deseaban fervientemente a la chica del departamento de enfrente.