Atenas. Topadoras yacen abandonadas en las calles de la ciudad. Exhaustos cirujanos operan en los hospitales durante toda la noche. Además, los ricos rescatan a comisarías policiales sin fondos para vigilar...
Grecia, casi en bancarrota, está aplicando medidas desesperadas para obtener dinero en efectivo. De no haber un acuerdo de último momento con sus acreedores, la nación se quedará sin dinero a comienzos del mes entrante.
Hace dos semanas, Grecia casi incumplió un pago a la deuda por 750 millones de euros (825 millones de dólares) al Fondo Monetario Internacional.
Durante el resto de este mes, Grecia debería ser capaz de cubrir déficits diarios de efectivo por alrededor de 100 millones de euros, dicen ministros de gobierno. Pero, a partir del 5 de junio, estas deficiencias crecerán agudamente, hasta alrededor de 400 millones de euros, a medida que venza otra obligación del FMI. Entonces, duplicarán su tamaño el 8 y 9 de junio. “En ese punto, ya todo acabó”, dijo un prominente funcionario de finanzas de Grecia.
El domingo pasado, el ministro del Interior, Nikos Voutsis, dijo que no habría suficiente dinero para pagarle al FMI, si no se alcanzaba un acuerdo para el 5 de junio.
En una sociedad que ha vivido de la generosidad del gobierno durante varias décadas, la crisis de efectivo ya ha tenido un impacto demoledor. Universidades, hospitales y municipios están luchando por suministrar servicios básicos, en tanto el aparato de seguridad del país, con bajos fondos, está perdiendo su batalla en contra de un flujo de inmigrantes indocumentados. En efecto, dicen analistas, Grecia está operando como un estado en bancarrota.
El llamado del gobierno a conservar fondos ha sido extenso.
A todas las embajadas y consulados -así como municipios a lo largo del país- les han dado instrucciones de que le adelanten fondos excedentes a Atenas. Hospitales y escuelas enfrentan estrictas órdenes de no contratar a médicos y maestros. Además, oficiales de seguridad nacional se quejan de que están bajo intensa presión para mantener al mínimo las misiones militares por aire y mar, en momentos en que emigrantes del África y Oriente Medio se están apresurando hacia las costas griegas.
Incluso las crecientes filas de banqueros de inversión, abogados y consultores que asesoran al ministerio de Finanzas han recibido instrucciones de que, por ahora cuando menos, su trabajo será tomado como ad honorem.
Desde su primer rescate en 2010, Grecia ha sido obligada por sus acreedores a un recorte del gasto por 28 mil millones de euros; suma considerable en una economía del euro de 179 mil millones de euros. Una dosis proporcional de austeridad aplicada a Estados Unidos, por ejemplo, ascendería a 2,6 billones de dólares.
Durante los seis meses pasados, período durante el cual Grecia ha visto cómo su línea de crédito era revocada en torno a desacuerdos con Europa con respecto a reformas económicas, el estado ha sido obligado a esgrimir un cuchillo incluso más afilado.
"No hay ya cosas gratis en este país", dijo Kostas Bakoyannis, de 37 años, el gobernador de la región administrativa del centro de Grecia. "Los viejos partidos, ellos nunca le dijeron la verdad a la gente. Ahora tenemos que vivir de lo que podemos hacer y producir".
Bakoyannis estaba en pleno recorrido de una semana de duración por los 25 municipios que supervisa. Presentó este mismo mensaje a los ancianos de la ciudad de Tebas, poblado de aproximadamente 36.000 habitantes, a casi 120 kilómetros al noroeste de Atenas.
Durante un año más o menos, Tebas ha estado intentando terminar un modesto proyecto de 2 millones de euros para remodelar la calle principal de la ciudad. Pero, como no se le ha pagado a la empresa constructora en más de un mes, las obras están detenidas totalmente.
Una topadora abandonada que acumula polvo en los escombros del camino sugiere que el proyecto no se completará en el futuro cercano.
Alrededor de 89% del presupuesto de inversión de Grecia por 6,5 mil millones de euros es financiado en su mayoría por Europa, lo cual significa que al gobierno le pagan poco después de cada desembolso. A través de los peores días de la austeridad, explica Bakoyannis, estas inversiones -carreteras, puentes y puertos, por ejemplo- habían continuado, pues el gobierno siempre contaba con que le pagarían en semanas.
Quizá no haya otra área en Grecia que haya sentido más la fuerza plena de la fuga de efectivo del país que sus universidades y hospitales que reciben fondos del estado. En la Universidad de Atenas, la institución educativa más grande del país que alberga aproximadamente a 125,000 estudiantes, el presupuesto anual operativo ha caído a 10 millones de euros, respecto de 40 millones de euros antes de la crisis.
En cuanto a los hospitales, aun cuando están admitiendo a más del doble de pacientes actualmente, sus presupuestos han sido reducidos hasta la médula. En los primeros cuatro meses de este año, funcionarios de salud informan que alrededor de 140 hospitales públicos en Grecia recibieron sólo 43 millones de euros del estado, notable descenso respecto de 650 millones de euros durante el mismo periodo del año pasado.
Sentado en su escritorio al comienzo de otro día laboral de 20 horas o más, Theodoros Giannaros, el director del Hospital Elpis en Atenas, fumaba un cigarrillo tras otro y firmaba una pila de peticiones de gasto que, dijo, sabía que no serían cumplidas.
Desde que empezó a trabajar en el hospital en 2010, Giannaros ha visto cómo su salario se redujo a 1,200 euros mensuales, respecto de 7.400 euros. Su presupuesto anual, en otra época 20 millones de euros, ahora es de 6 millones de euros, en tanto el número de médicos tratantes se ha reducido de 250 a 200.
Como casi todos en Grecia, él está improvisando con menos. El hospital recicla instrumentos; compra los guantes quirúrgicos más baratos del mercado (a veces se desgarran en plena operación, dice Giannaros); y usa principalmente fármacos genéricos.
Parado al otro lado de las instalaciones hospitalarias, Giannaros saludó con la mano a su cirujano estrella, Dimitris Tsantzalos.
¿Cuántas operaciones hiciste el año pasado?, preguntó. “Alrededor de 1,500”, dijo Tsantzalos, quien, con su fornida constitución, parece menor de los 63 años que tiene.
Hace poco, dice que trabajó un mes de días consecutivos de 20 horas y, lo cual no causa sorpresa, confiesa haber terminado exhausto. “Estoy molido”, dijo. “Eso es muy peligroso para los pacientes”.
Una semana más tarde, una tragedia golpeó a Giannaros: su hijo de 26 años de edad, Patrick, se suicidó saltando frente a un tren del subterráneo de Atenas.
Su hijo había terminado sus estudios universitarios y, siendo incapaz de encontrar empleo en un país donde más de la mitad de los jóvenes están desempleados, estaba ayudando a su padre en el hospital. “Él no veía futuro alguno, ni forma de ayudarle a su familia”, dijo Giannaros. “Ahora, Dios ya le encontró trabajo, como ángel”.