“Sin-Razón”

“Sin-Razón”
“Sin-Razón”

Todo comenzó en una carretera de China; un conductor circulaba con la velocidad máxima permitida camino a su trabajo, cuando repentinamente perdió el sentido de la vista. Su primera reacción fue frenar de golpe, provocando así una colisión de un centenar de vehículos. Afortunadamente, sólo hubo heridos leves. Al principio no quisieron creer al responsable de tremendo accidente vial y adjudicaron su ceguera a una lesión postraumática en un litigio millonario entre aseguradoras, el cual duró hasta después de sucederse los otros casos que se conocieron.

Al poco tiempo, una traductora alemana de Naciones Unidas, perdió su sentido de audición en una teleconferencia, sin gran importancia, con una colega francesa por cuestiones de coordinación entre diplomáticos de ambos países. Los médicos no lograban encontrar un diagnóstico a ello, ni daban con antecedentes familiares que pudieran orientar los exámenes clínicos. Un periodista en España estudiaba el juicio de un maestro condenado por acoso. Leyendo el expediente, todo mostraba la inocencia del acusado, ya que la demandante presentaba cuadros psiquiátricos de bipolaridad y demandas anteriores hacia otros docentes en distintas instituciones por donde había pasado. Pero el jurado, en este caso, falló a favor de la demanda ya que durante una sesión el demandado perdió totalmente su sentido del habla y, a pesar de que continuó su exposición por escrito, esto fue visto como un recurso de ocultamiento, en vez de asociarlo con los casos que acontecían en todo el mundo.

Entre aquellas fechas, había aparecido en los libros de récords, una bella mujer colombiana que podía tomar entre sus manos objetos a elevadas temperaturas. Si bien su piel mostraba heridas producto de la quemadura, ella podía apretar una brasa el tiempo que quisiera porque carecía del sentido del tacto, adjudicándolo a un milagro divino porque tenía la misma edad que el hijo de dios al ser crucificado. Otro caso que se supo, por aquel entonces, casi como leyenda urbana o hecho risorio, fue un crítico de restaurantes británico que perdió el sentido del gusto y quiso demandar a un gran centro gastronómico de Londres, por ser el último lugar donde probó un menú específico. Todos estos casos aislados, apenas fueron una noticia colorida en los periódicos, hasta que una congresista en Estados Unidos, mientras se hallaba pasando un día de campo con su familia, tuvo la pérdida de sus cinco sentidos. Luego de varios meses internada en uno de los hospitales más importantes del mundo, ante un descuido del personal asignado, la paciente se suicidó por asfixia. No se conocieron más detalles del hecho.

En ese momento, la Organización Mundial de la Salud intervino, recolectando todos los casos, sin importar los países, para estudiarlos en profundidad. Las naciones acordaron destinar fondos económicos para dicha institución, con el fin de llegar a fondo con la emergencia catalogada “Sin-Sentidos”, por sus síntomas y explicaciones inciertas. Rápidamente, se detectó en los casos de “sin-sentidos” que no habían menores de los trece o catorce años, por lo que se suspendieron las vacunas impuestas por calendario, así como el uso de algunas drogas domésticas, analgésicos, digestivos, antialérgicos y otros similares. Mientras tanto, los especialistas no lograban establecer una falla biológica en común o un patrón genético particular entre las víctimas de los “sin-sentidos”. Científicos e investigadores de la época, hablaban de una mutación evolutiva donde el cerebro pasaría a ocupar un protagonismo aún mayor en la vida del humano, asociándolo como antesala de la telequinesis.

Pensadores y filósofos contemporáneos, escribieron ensayos sobre la temática desde lo individual a lo social, mezclando lo político con las nuevas costumbres de una era en decadencia, haciendo casi un juego discursivo entre los “sin-sentidos” con la verdad distorsionada, por lo que se muestra y se oculta, y la “sin-razón” de ciertos actos crueles que la humanidad aún no ha curado. La gente común, por primera vez, se ha unido ante el temor, atónita; se ha establecido un extraño estado de paz y de armonía ante la presencia de una enfermedad sin orígenes condenables ni de conductas discriminadas o malos hábitos. Así como tantos padres, en este mismo instante, estoy con mi hijo esperando para ser atendido en lo que sería la tercera etapa de los siete controles homologados para menores de edad.

En su mirada silenciosa, creo que procesa toda la situación mejor que mi falsa postura de adulto seguro intentando disimular la preocupación. Y lo confirmo cuando después de responder a sus dudas sobre lo que pasaba, manifiesta un pequeño discurso acorde a su edad que dice, algo parecido a esto: “Pá, si yo me quedara sin sentidos, igualmente seguiría sintiendo amor por mi mamá, mis gatitos, mis primas, mi casita… no llores papá, y por vos también sentiría amor”.

¡Amor! Creo que ahí hay un posible punto de partida para intentar el desarrollo de una o varias hipótesis y descubrir cuál es el sentido real del actual acontecimiento histórico, donde nuestra naturaleza y la complejidad de la condición humana están expresándose en un lenguaje aún desconocido por nosotros. Mientras tanto, por un gran interés personal, analizo las pocas cronologías de los “sin-sentidos” que se hallan a mi alcance, pero ahora con otro enfoque. El pensamiento que mi hijo me compartió vibra en cada rincón de mi alma entera, como quien encuentra por serendipia un tesoro de gran valor, quizá similar al estado de agitación de un profeta ante la manifestación de una epifanía... ¿Los afectados de “sin-sentidos” han amado? ¿Han sido amados? ¿Puede el amor ser la clave de los casos?

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