Hubo una época en la que el disparate sólo dependía de la creación de los humoristas, hoy es producido rutinariamente por los acontecimientos cotidianos de la vida real. De serio, únicamente le queda a la vida su tragedia.
La suspensión del amistoso entre Argentina e Israel no hizo más que dejar en evidencia la ausencia de una dirigencia seria que tiene el fútbol nacional.
Desde la llegada de Chiqui Tapia (su frase sobre que la decisión fue una contribución a la paz mundial, lo pinta de cuerpo entero) estamos acostumbrados a una catarata de marchas y contramarchas que hacen que nadie pueda decir a ciencia cierta hacia donde estamos marchando.
Y esto no tiene que ver sólo con la selección nacional sino con todo el fútbol argentino.
La decisión de archivar el Argentino B, por ejemplo, fue un duro golpe para muchos clubes del interior que apostaban a seguir trascendiendo a nivel nacional. Las miles de versiones de cómo se iba a jugar la B Nacional el año que viene es otro.
De las dos zonas que pedían los clubes porteños a la determinación de que no haya descensos por un año, pero sí que se dividan las aguas de cara a la próxima temporada.
Esto es para dejar tranquilos a todos y patear la pelota para adelante. Que sí, que no, que sí, que no, que sí; que sí, que no, que sí, que no, que sí; la enumeración de las idas y vueltas exhibe, sobre todo, desesperación: sin nadie que fije el rumbo, los manotazos van de un lado a otro a ver si en una de esas aparece la solución a todos los males.
Y ahora aparece la idea de que se incluya un equipo catarí a la competencia con el sólo hecho de que lleguen millones del otro lado del mundo. Una locura bien “made in” Argentina.
Ningún torneo serio en el mundo discute todos los años la forma de disputa y mucho menos piensa en incluir equipos de otras latitudes. En Argentina, eso es una constante.
Decisiones apuradas y sin una lógica del Tribunal de Disciplina, técnicos que hablan con una liviandad sobre arbitrajes corruptos y nadie los llama para que ratifiquen o rectifiquen sus dichos, como pasó esta semana con Marcelo Fuentes quien, despechado por su despido de Gimnasia y Esgrima, salió a sentenciar que el ascenso del Lobo se había producido gracias al arreglo con los árbitros y asegurando que esta es una práctica común en los torneos del ascenso.
Demasiadas cosas como para que nadie se ponga a trabajar en el tema. Esa falta de gobernabilidad que está demostrando Chiqui Tapia y compañía viene desde que Luis Segura se tuvo que hacer cargo de la presidencia por el fallecimiento de Julio Grondona, y en el caso de la selección, se ha ido agravando con el tiempo.
Los que conocen la intimidad del grupo cuentan que los jugadores son quienes tienen la última palabra en todas las situaciones. Se ha hablado y mucho de los amigos de Lionel Messi, una situación que a los jugadores les molesta pero que queda en claro con cada decisión importante que se debe tomar.
Como por ejemplo cambiar las sedes, va del Monumental al interior; se cansa de los viajes y vuelve a River; hasta que se da cuenta de que necesita el aliento de la Bombonera para clasificarse para el Mundial.
El hecho de tener tres técnicos en una Eliminatoria es una muestra gratis de esta situación. Si algo hizo que la historia del fútbol argentino cambiara fue la decisión de mantener los procesos. De hecho los dos mundiales que se ganaron fueron con cuerpos técnico que venía de un trabajo de cuatro años (Menotti en el '78 y Bilardo en el '86).
La suspensión del partido, una confirmación. Es un secreto a voces que fueron los futbolistas los que tomaron la determinación y no hubo cintura política para cambiarla.
En el medio quedó también la decisión de no ir a visitar al Papa, algo que también fue decidido por el plantel y no por la dirigencia que nuevamente tuvo que bajar la cabeza y aceptar.
De repente, nuestros representantes se convirtieron en personajes políticos provocando reclamos diplomáticos. Es hora de que los dirigentes comiencen a ordenar la casa. Viviendo en el caos, sólo se consigue caos. Viejos defectos de la antigua AFA salen a la superficie.
Y otros nuevos aparecen flotando en aguas demasiados turbias. Son los mismos que en una elección de 75 votos consiguieron un imposible empate en 38.
Cuando la cabeza no funciona, el cuerpo vive en un descontrol. Hay que archivar de una vez por todas esa AFA omnipresente que manejaba voluntades a golpe de talonario.
Hay que demostrar que se quiere construir. Que su decisión de estar al frente de una institución como la AFA va más allá de la decisión de buscar marketing y peso.
Por ahora, el camino es otro y para colmo el Mundial está a la vuelta de la esquina.