Por Néstor Sampirisi - nsampirisi@losandes.com.ar
Otra semana de locos en el planeta Argentina no podría terminar de otra manera. Con una de esas cosas que lo dejan a uno azorado. No, nada de quema de urnas, represión policial, "villeritos europeizados", declaraciones, chicanas, datos de pobreza que alarman. Nada de eso. Nuestros legisladores nacionales no se andan con tonterías. Están dedicados a resolver los temas cruciales para los argentinos, que para eso les pagan. Y muy bien.
La noticia, que explotó en Los Andes on line el jueves por la mañana, es así: a la diputada nacional del kirchnerismo Gloria Bidegain se le ocurrió un proyecto para regular los concursos de belleza. Y ya logró que la comisión de Cultura de la Cámara baja del Congreso le dé dictamen favorable. A la diputada no le gusta para nada que a las mujeres que son elegidas en estos concursos se las llame reina o princesa. Nada de realismos extranjerizantes. Todo esto, según los fundamentos de la iniciativa, siembra estereotipos que deben ser cambiados.
Si el Congreso termina aprobando este proyecto, habrá que llamarlas "representantes" y, por caso, nuestra Reina Nacional de la Vendimia pasará a ser la "Representante Nacional de la Vendimia".
Y ahí entramos en estado de pánico: ¿Qué haremos sin nuestras majestades ficticias? Que las hay por decenas. ¿Y qué con la ilusión de nuestras mendocinitas?, que siempre, desde siempre y por siempre soñaron con calzarse la capa y la corona vendimial. Miles de almas bellas serán arrojadas demasiado antes de tiempo en las frías garras de la realidad, la más triste y cruda realidad.
Y qué haremos con las ex reinas de la Vendimia, del Agua, del Melón y la Sandía, de la Ganadería de Zonas Áridas, y del Caballo, del Camote, del Orégano, de la Cueca y el Damasco, del Chivo, del Turismo, de la Nieve, de los Estudiantes. Y no sigo porque no me alcanzaría el espacio de esta columna. ¿Dónde pondremos esas coronas y bastones de mando?
"La violencia no empieza con el crimen que es la forma más extrema. Comienza con la cosificación y la violencia simbólica. La movilización #NiUnaMenos demostró que estamos en un momento terrible y esta es una de las formas para propiciar cambios culturales", dijo Bidegain para profundizar en sus argumentos.
Con todo respeto, poner a las fiestas populares donde se eligen reinas a la altura de la violencia de género o la trata de personas suena a un exceso que hasta agravia a las mujeres que son o han sido víctimas de alguna de esas situaciones aberrantes y despreciables.
No sé cómo a ningún psicólogo social o sociólogo no se le ocurrió antes que la violencia contra la mujer en Mendoza tenía que ver con tanto reinado estereotipante.
Para que quede claro. Me interesa poco si se les dice reina, princesa, representante, embajadora, cacica, sacerdotisa, la mejor de la cuadra o si definitivamente dejan de existir este tipo de elecciones. Lo que suena a exageración es hablar de quitarle el "carácter monárquico" a un título que no es más que una tradición cultural que carece de otro poder que el simbólico y sólo atesora esa suerte de orgullo pueblerino de sentirse referenciado en una mujer que, por un tiempo, será una reina sin realeza, ni súbditos, ni decretos reales, ni indultos, ni ínfulas de absolutismo.
Conviene dejar bien en claro que el reglamento en ciernes no prohíbe las fiestas populares, ¡menos mal!, e incluye dos aspectos de posible debate que la tan progresista sociedad mendocina saldó hace un ratito nomás: estar embarazada no es motivo de exclusión y para presentarse no hay que ser mujer, basta con identificarse con el género y ya se está en carrera. Habrá que prepararse para más novedades, señoras y señores.
Ahora, para mi gusto falta algo. Hay que eliminar los jurados y las votaciones. Nada de elegir a la más capacitada, a la mejor preparada, a la más simpática o simplemente a la más bella. ¡Se imaginan el efecto devastador que eso tiene en la autoestima de las concursantes perdedoras! Esto hay que definirlo de otro modo, a la nuestra, bien nacional y popular. Pateando penales, por ejemplo, o tirando la moneda al aire para que el azar decida, o jugando un adrenalínico piedra, papel o tijera.
Así evitaríamos por completo caer en estigmatizaciones indeseables para una sociedad tan justa, igualitaria y tolerante como la nuestra.
Después de todo, ya lo sabemos. Reina hay una sola.