En 2007 dejé Mendoza para estudiar cine en Buenos Aires. Estaba terminando la carrera de psicología (sólo me faltaba la tesis) y había cursado poco menos de un año en la Escuela Regional de Cine de Mendoza. Tenía 23 años.
Dejar Mendoza no fue fácil. Además de familia y amigos, dejaba una ciudad en la que siempre me había sentido cómodo. La cercanía de la montaña, el silencio, las tardes lentas, en las que uno podía reflexionar solo o con amigos, hasta creer entender el sentido de todo.
En los años siguientes, mientras me iba formando como cineasta, nunca dejé de estar atento a lo que ocurría en Mendoza: quizás por mantener la ilusión de volver, quizás también por conocer de primera mano un increíble potencial que estaba por emerger. Algunas señales de esto fueron el cortometraje La tesis, de Leandro Suliá, o el documental Radiografía del Desierto, de Mariano Donoso.
Por mi parte, filmar en Mendoza era algo en lo que no dejaba de pensar. Hacer cine es, entre otras cosas, un intento por capturar aquello que uno ama y siempre se está escapando: los espacios, las personas, los sueños, los pensamientos: capturarlos para poder transmitirlos a través de relatos visuales y sonoros.
En 2012, pude filmar un cortometraje en Vallecitos. Luego Mario Galván me invitó a filmar las grabaciones de su maravilloso Ensamble.
Después de eso, vinieron un documental sobre Cortázar para Canal Acequia (codirigido con Federico Cardone) y algunos videos publicitarios. Descubrí que iba juntando muchas más horas de rodaje en Mendoza que en cualquier otro lado.
Finalmente, en 2015 pude llevar a cabo un proyecto que llevábamos años desarrollando con mi socio Juan Manuel Bordón: una miniserie llamada La educación del Rey.
Este proyecto me permitió algo que había imaginado muchas veces: armar un equipo de trabajo mendocino, recorrer la provincia filmando en exteriores, trabajar con actores mendocinos y unirlos con actores de Buenos Aires. Era el momento de averiguar si todo ese potencial que yo pensaba que existía era realidad o un anhelo.
Luego de terminar un proceso intenso (y que en realidad todavía no termina, ya que la miniserie ahora va a convertirse en una película), pude ver que en Mendoza hay una energía y un talento desbordantes. Tanto los actores como los técnicos tuvieron un compromiso y una visión que no he visto en otros lugares, y que dio a las imágenes una fuerza particular, un tono único.
Como todos saben, para que cualquier actividad humana crezca es necesario continuidad. Sin ella, todos los avances corren el riesgo de perderse. En los próximos años, es indispensable que tanto el Estado como el sector privado de Mendoza apuesten a la producción audiovisual y, en particular, a la producción de cine.
Apostar implica ir generando espacios donde los cineastas puedan desarrollar su talento, poner a prueba sus ideas. Desde el sector privado, es preciso entender que la producción audiovisual permite visibilizar un territorio, ponerlo en el mapa. Desde los cineastas y productores, el compromiso debería ser dar ese plus de trabajo que lleve a las películas a su estado óptimo.
Mendoza es una ciudad grande pero, por lo general, ausente en términos cinematográficos. Es preciso ir construyendo ese espacio, para que dentro de algunos años ver películas mendocinas no sea una excepción, sino algo cada vez más frecuente.