En el pasado los problemas de la economía se originaron por causas exógenas a la gestión de gobierno, como la suba de las tasas en EE.UU. y el aumento del precio del petróleo, a ello se sumaron la fuerte pérdida de la cosecha de granos como producto de las lluvias que afectaron la producción. Fue lo que se conoció como la “tormenta perfecta”.
Pero esta tormenta encontró a la economía argentina con las defensas bajas. Un fuerte déficit fiscal que se venía financiando con emisión de deuda en el exterior y un ritmo muy débil de la economía merced a que el Banco Central hacía muchos esfuerzos para conseguir metas de inflación imposibles de alcanzar. Para esto mantenía altas tasa de interés e impedía que el dólar siguiera el ritmo inflacionario, lo que generó un fuerte atraso cambiario, que se corrigiera con la brusca devaluación ocurrida entre abril y julio de 2018.
Hoy el panorama luce distinto. No hay condicionantes externos, al menos de corto plazo, ya que la Reserva Federal prometió mucho cuidado con el tema de las tasas, y esto descomprimió a los capitales internacionales que se volcaron a los países emergentes, mientras la esperada cosecha de granos, a pesar de algunos accidentes climáticos, será muy buena y esto asegura una mayor afluencia de dólares a nuestro mercado.
Por otra parte, el gobierno recurrió al FMI para pedir financiamiento, comprometiendo para este año un objetivo de equilibrio fiscal y un superávit de 1,5% del PBI para 2020, objetivos por demás ambiciosos de dudosa posibilidad de cumplir. A pesar que el Banco Central acordó mantener congelada la base monetaria, ha debido recurrir a insistentes licitaciones de Leliq para tratar de absorber circulante, recordando que cada vez que paga intereses lo hace emitiendo moneda, lo que hace que la bola de nieve vaya creciendo.
Esta semana se vivió una circunstancia que obliga a analizar los fundamentos y llegamos a la conclusión que el problema más serio es la ausencia de un plan económico subsistente porque lo que tenemos ahora es un programa de corto plazo para salir de una urgencia. Hasta la semana pasada el Banco Central venía bajando las tasas con el objetivo de estimular el valor del dólar.
La semana pasada, cuando se difundieron los índices de enero, los inversores creyeron que con la tasa tan baja podían quedar descolocados ante una inflación que supone mayor y salieron a cambiar pesos por dólar. Esta situación generó aumento del precio de la divisa norteamericana (que era lo que el Central buscaba) y ante este movimiento, nuevamente volvieron a subir las tasas. Esto deja claro que no hay ningún plan serio y que la única herramienta es el uso de la base monetaria y las tasas de interés. Pero esto genera recesión y mal humor social.
Trabados sin explicaciones
Hoy la economía no solo está en recesión sino que también está trabada. Sin crecer la base monetaria, la inflación sigue creciendo por la presión que ejercen las tarifas y la indexación de los precios regulados. Para que no suba la inflación sube las tasas, alientan la especulación financiera y se atrasa el dólar. Cuando la tasa baja, sube el dólar y este también empuja la inflación. Parece que el equipo económico se ha quedado sin argumentos.
La indexación de los precios regulados ha llevado a la indexación de toda la economía y esto es claramente negativo porque este mecanismo lo único que logra es realimentar la inflación, mientras que el Banco Central va inyectando pesos por vía de la emisión para pagar los intereses de las Leliq. Argentina corre el riesgo de quedar encerrada en esta trampa recesiva por muchos años ya que de lo contrario se corren serios riesgos si no se hacen reformas estructurales fundamentales para salir de la situación de estancamiento. Estas reformas pasan por una rebaja importante del gasto del Estado, que permita bajar impuesto para así poner en marcha el sistema productivo.
Hoy Mendoza está viviendo en carne propia la dimensión del problema ya que la crisis vitivinícola es una derivación de las últimas decisiones para bajar el déficit fiscal. En este caso, se eligió volver a ajustar al sector privado en lugar de baja el gasto público. Así se subieron varios impuestos, se eliminaron los reintegros a las exportaciones y se introdujeron retenciones a las ventas externas, que agravaron el cuadro de costos y complicaron la competitividad.
Pero, además, la inflación desatada afectó seriamente el poder adquisitivo de los salarios y esto generó una fuerte caída de la demanda a la par que aumentaban los precios.