Las simples cosas

La artista plástica Laura Rudman es una de las cinco ganadoras del Primer Premio Adquisición del Salón Vendimia. En esta nota repasa parte de su trayectoria y nos adentra en su obra, un universo sencillo y agudo pintado en colores.

Las simples cosas
Las simples cosas

Apenas dos horas antes de que cerrara la recepción de obras para el Salón Regional de Artes Visuales Vendimia 2013, la artista plástica Laura Rudman llegó con sus dos hijos, Manuel (7) y Alejo (2), al Espacio Contemporáneo de Arte.

Con ellos estuvo también el padre del hogar, el escultor y dibujante Leandro Pintos, que al no entrar la obra de su mujer en el auto, viajó en un flete desde su casa-taller en Godoy Cruz hasta la puerta del ECA. "Fuimos en operativo comando porque no teníamos dónde dejar a los chicos", agrega Laura sobre ese día. A esa altura, el espacio contenía a una fila de artistas que esperaba entregar su trabajo en las distintas categorías: Pintura, Dibujo, Escultura, Grabado y Fotografía.

Una semana más tarde, un representante del Ministerio de Cultura de Mendoza le comunicaba lo inesperado: su pintura había sido distinguida con el Primer Premio Adquisición.

"Mi obra no es de concurso porque es de impacto profundo, si uno tiene sensibilidad por las cosas cotidianas y sencillas. No son obras grandilocuentes y cuando alguna vez, utilizando cuestiones muy mundanas, he encontrado un tema fuerte no hubo jurado al que le interesara. La realidad es que los premios son accidentes que se producen si se da una serie de hechos que suman para ese fin; que la obra sea buena, pero que además esté la sensibilidad afín del jurado", afirma la artista.

Se trata del segundo intento de una misma obra en la que había indagado tiempo atrás y a la que llamó Equivalencias: "El año pasado, como parte del trabajo de taller y como proyecto de una muestra que está ahora en Zuccardi, yo había trabajado el concepto de una balanza que sostiene de un lado la infancia y del otro un brote de parra, sólo que había quedado chica y tenía algunos elementos que distraían.

Me debía a mí una obra de buen tamaño y despojada de cosas accesorias. Este es un premio a la obra, que salió como yo quería y que encontró un jurado que vio lo mismo, pero debe haber en el mismo salón trabajos tan buenos como ese que no daban con el perfil que al jurado le interesaba", dice Rudman.

-¿Al entregar la obra sentiste que tenías posibilidades de ganar?

-No, para nada, de hecho el año pasado no sé si se hizo el Vendimia, pero el anterior me presenté con una obra a la que amo, que es enorme y que me parece conceptualmente buenísima, y sin embargo nadie la vio.
 
Esa es una de las cosas más duras que tienen los salones: el rechazo, la invisibilización de la obra. El jurado no sólo premia el accidente de la obra, que le podría haber tocado a la mía o a otra, sino que selecciona lo que según él tiene nivel o no para estar en el salón. Conozco trabajos rechazados este año que son excelentes. A todo esto hay que hacer una aclaración: muchas veces el jurado debe rechazar obra porque no tiene cupo para tanta cantidad, incluso aunque sea buena. Igualmente, si uno se presenta acepta las reglas del juego.

-¿Cómo tomaste la noticia?

-Fue una felicidad enorme; ya te digo, en el salón anterior mi obra había sido rechazada… Recibí la noticia con emoción, porque además me fue comunicada con mucho cariño, y eso me puso muy contenta. Que gente que trabaja en Cultura lo festeje como propio no sólo habla de la obra sino de un reconocimiento que es más valioso que el premio en sí. Por la obra y por el premio no me puedo agrandar, pero lo otro me pone mucho las pilas.

Laura es hija de Julio Rudman y Celia Belmes. Él, periodista cultural y escritor; ella, especialista en informática educativa.

La artista cree haber heredado algo de esta unidad amorosa entre sus padres, pues lleva 23 años con Leandro, su novio desde la secundaria. Su recuerdo es que siempre quiso ser artista. En el taller de Adelina Tarditti dio los primeros pasos de pintura y en la Academia Provincial de Bellas Artes pasó horas de trabajo con profesores como Ángel Gil, que aportaron mucho a su formación como creadora de imágenes. En segundo año de la facultad eligió abrirse camino y en el 2000 encontró al maestro que le faltaba en Buenos Aires.

Conocida, entre otras cosas, como la bisnieta del editor Manuel Gleizer, el mismísimo Carlos Gorriarena la invitó a formar parte de su taller de color y forma.

Durante dos años, viajó cada dos meses a Buenos Aires y descubrió en ese mítico espacio de San Telmo elementos que transformaron su pintura. Hasta entonces su obra era habitada por luces y sombras. Con Gorriarena, afirma, apareció el color. La maternidad fue otro punto de inflexión en su carrera; los hijos trajeron luminosidad e imágenes que nutrieron su escenario de simples cosas. En la actualidad, Laura trabaja por encargo, vende sus láminas a diario a través de Facebook y proyecta su primera casa.

Se pinta lo que se es

-¿Cómo explicás tu pintura?

-Yo creo que uno pinta lo que uno es.

-¿Y vos cómo sos?

-Primero soy una mujer a la que le gustan mucho las actividades de la familia, de la casa. No me molesta, por ejemplo, tener que compartir mi taller con la cocina, más bien me retroalimenta. Tener que poner los tarros de pintura adentro de una olla para hacer lugar; siempre tuvo que ser así. Las casas en que habitamos son chiquitas y eso ha marcado también mi pintura. Son las cosas de la realidad las que me conmueven. No te voy a decir que estoy ajena a lo que pasa política y socialmente, pero lo veo a través lo cotidiano, de las cosas más simples.

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