Por Fabián Galdi, Editor Más Deportes digital - fgaldi@losandes.com.ar
El fútbol está frente a otro antagonismo que reabre el debate sobre su esencia y su significado. Y la pregunta es si hay un paradigma dominante desde siempre o si éste rota sin alejarse de su eje dándole lugar a expresiones de origen disímiles. Es el eterno interrogante y bienvenido sea. La vida es esí. Y suponer que los ciclos se repiten cual si fueran las cuatro estaciones del año sólo se trata de una visión reduccionista. El lenguaje de la pelota tiene un vocabulario ilimitado. Ese movimiento pendular oscila entre una idea y otra. Tanto de la fuerza que se transforma en hegemónica por derecho propio como de la contrapuesta, que busca contrarrestar aquél efecto hasta encontrar la grieta que le permita hallar su lugar en el mundo.
Hoy, Diego Simeone está en el centro de la escena. Múltiples aproximaciones a una definición de lo que el Cholo representa en la actualidad se reparten en el juego de opuestos que caracteriza a la prensa deportiva: si gana, sirve; si no lo hace, se desecha. Sea el tipo de expresión que se utilice, un medio comunica qué capta el inconsciente colectivo. Y, paradójicamente, no es en la Argentina o en España donde más referencias cualitativas se vuelcan sobre el entrenador, sino que este fenómeno se magnifica en Italia e Inglaterra. Las portadas del prestigioso diario itálico La Gazzetta dello Sport así lo corroboran: Comandante Simeone o El implacable fueron los títulos principales tras los logros en la Champions League contra el Barcelona y el Bayern Múnich, respectivamente. En la británica, el matutino The Sun fue más allá y pronostica que el argentino puede ser el próximo DT del Manchester United en reemplazo de Louis van Gaal.
(Las tapas de La Gazzetta dello Sport y The Sun)
El Cholismo es una tendencia que se expande en el imaginario colectivo a partir del éxito y sobre todo del método utilizado para conseguirlo. Es la representación del instinto de supervivencia en estado puro. Una filosofía futbolística que encaja en el metro patrón de cómo escoger las armas para luchar en desventaja contra un enemigo en apariencias y contexto mucho más poderoso. La moneda cae del lado más primitivo desde el punto de vista estético cuando festeja la armada colchonera. Y se lo percibe en el modo ritual en el que los jugadores se agrupan para la celebración: una ceremonia íntima, blindada y aislada de la imagen que espera la industria que se nutre del fútbol como espectáculo. Basta imaginarse paralelismos: los uruguayos tras la gesta del Maracanazo, el catenaccio de Helenio Herrera en el Inter de Milan o el Estudiantes de La Plata de Zubeldía en Old Trafford asoman como las referencias más visibles.
Atlético de Madrid está hoy en el lugar que tranquilamente podrían haber ocupado los catalanes o los bávaros. Y es aquí donde el debate gana en amplitud a la hora de definir la causa. En el Barça parecieran haber florecido problemas de vestuario con reminiscencias al intríngulis interno que produjo la llegada de Neymar, cuyos ingresos destrozaban las cadenas de jerarquía interna de quienes habían ganado todo. De un mes a esta parte, el tridente que conforma el brasileño junto a Messi y Luis Suárez mostró fragilidades y el reparto de responsabilidades alcanzó a todo el grupo comandado por LuisEnrique. En los alemanes, igual: las esquirlas llegaron a penetrar en el cuerpo de Pep Guardiola, a quien se acusa de haber dejado a su equipo sin una final de Liga de Campeones de Europa a pesar de haber ganado tres Bundesliga, un título de Copa de Alemania, el Mundial de Clubes y la Supercopa de Europa en apenas tres temporadas. El Cholo, en una palabra, con el cuchillo entre los dientes y directo a la yugular de Leo y de Pep, valga la metáfora.
(Pep Guardiola, DT del Bayern Munich)
¿Es, entonces, un fracaso que Barcelona y Bayern Munich se hayan quedado en el camino? No, explicarlo así sería reducir a la mínima expresión cuánto de búsqueda de la excelencia deportiva existe en quienes se plantean exigirse hasta al máximo en cuanta competencia accedan. Un ejemplo cercano puede tomarse del fútbol argentino: el actual Torneo de Transición arrojará un solo campeón y ya haberse transformado en finalista debe ser considerado como un mérito en si mismo, tal como se desprende de las campañas actuales del Tomba, Lanús, San Lorenzo, Estudiantes o Atlético Tucumán, por ejemplo. En la Copa Libertadores vale igual para valorar la marcha ascendente de Boca Juniors y Rosario Central, ya en los cuartos de final. Sin ir más lejos, el subcampeonato mundial obtenido por Argentina en Brasil 2014 debe ponderarse afirmativamente. En consecuencias, es más justo referirse a sólo una frustración en el espacio deportivo y darse cuenta de que la revancha está allí y al alcance de la mano en la próxima oportunidad.
Simeone, hoy, está en el foco de la atención a escala planetaria. Se captan sus gestos, sus ademanes, sus expresiones y su manera de manifestarse como si la forma fuera más importante que el fondo. Quizá, el Cholo siempre se mostró igual y ahora lo que hace/dice/procede alcanza más relevancia porque su Atlético está en lo alto del podio de la consideración, inclusive más que su archirrival histórico de todos los tiempos, Real Madrid.
Ya tiene olor a viejo y suena como falsa la antinomia poderoso/humilde porque sin dudas es más sencillo y oportunista calificarlo así para el periodismo que tener en cuenta cómo la autoestima está por las nubes tanto en el grupo de futbolistas y cuerpo técnico como en los simpatizantes de la formación encasillada en un nivel inferior a la otra. Al juvenil que ya jugaba en la primera de Vélez Sarsfield a los 16 años, el camino como entrenador se le abrió en el Calcio con la notable remontada del Catania en 2011, cuando la formación del sur italiano consiguió la mejor performance de su historia al ubicarse undécima con 48 puntos (la máxima cosecha de su trayectoria). Lo demás ha sido un ascenso vertiginoso en su carrera.
(Diego Simeone, el entrenador del momento)
No vale, además, recrear la contradicción entre fútbol 'bueno' o 'malo' porque los caminos son múltiples y no sólo uno para llegar al objetivo. Simeone ha creado y fomentado una mística que se prolonga en el espíritu de cuerpo con que el grupo ha captado el mensaje. La empatía entre las partes produjo un efecto retroalimentación con la gente. Como paralelo cercano podría citarse a la Selección en Italia 1990, cuando Maradona, Caniggia, Ruggeri, Goycochea y compañía contribuyeron a la épica albiceleste. Esa formación sucumbió en la final frente a Alemania y al fallo arbitral de Edgardo Codesal. Sin embargo, quedó instalada en la historia grande como la Naranja Mecánica de Holanda 74: las dos terminaron segundas pero se ganaron un lugar en la memoria que nadie se atrevería a olvidar.