Silicon Valley, de la ambivalencia al enojo con Trump

El epicentro tecnológico de EEUU sintió el impacto de la decisión que bloquea a ciudadanos de siete países el ingreso. Justo allí, donde la globalización es la clave y los inmigrantes son mayoría.

Silicon Valley, de la ambivalencia al enojo con Trump

El viernes de la semana pasada por la mañana, Silicon Valley era, en gran medida, ambivalente hacia el presidente Donald Trump. Los programadores informáticos, expertos en marketing y directores ejecutivos pudieron no haber votado por él, pero estaban esperanzados en encontrar puntos en común con el nuevo gobierno.

Para el sábado en la noche, gran parte de ese optimismo había cedido el paso al enojo y la determinación.

La orden ejecutiva que Trump emitió el viernes 27 de enero ya tarde bloqueó temporalmente a todos los refugiados, en tanto que también les negó la entrada a ciudadanos de Irán, Irak y otros cinco países predominantemente musulmanes.

Las directrices golpearon el corazón de los valores apreciados en Silicon Valley, su legendaria historia, en particular, su enfoque de abrazar al mundo hacia los clientes. Chocaron dos visiones del mundo: el mantra de la globalización que apuntala el avance de la tecnología contra el programa nacionalista del nuevo gobierno.

En respuesta, una parte significativa de la comunidad tecnológica se atrincheró tras barricadas.

Reed Hastings, el director ejecutivo de Netflix, escribió en Facebook que las acciones de Trump “son tan poco estadounidenses que nos duele a todos” y que “es tiempo de que entrelacemos los brazos para proteger los valores estadounidenses de libertad y oportunidad”.

Brian Chesky, el director ejecutivo de Airbnb, argumentó en el mismo sentido. “Debemos apoyar a los afectados”, escribió en Twitter.

Sergey Brin, un fundador de Google que emigró de la Unión Soviética cuando tenía seis años, pareció tomar la sugerencia literalmente y asistió a una protesta improvisada el sábado por la noche en el aeropuerto internacional de San Francisco. Cuando algunos de los manifestantes se dieron cuenta de que el décimo hombre más rico de Estados Unidos estaba con ellos, solicitaron tomarse unas selfies con él. Los complació de buena gana.

“Estoy aquí porque soy refugiado”, dijo Brian, según un tuit de Ryan Mac, quien escribe en “Forbes”.

Casi todos en Silicon Valley provienen de alguna otra parte o son hijos de alguien era de otro país o estaban casados con alguien de fuera.

La lista empieza con el más famoso de todos los ciudadanos de Silicon Valley: Steve Jobs, el cofundador de Apple, cuya padre biológico llegó de Siria en 1954. En la orden de Trump, se proclama que "la entrada de nacionales de Siria como refugiados es nociva para los intereses de Estados Unidos", y se suspendería indefinidamente.

Mark Zuckerberg, el director ejecutivo de Facebook, dijo que sus tatarabuelos habían llegado de Alemania, Australia y Polonia, y que los padres de su esposa, Priscilla Cham, eran refugiados de China y Vietnam.

“Como muchos de ustedes, me preocupa el impacto de las recientes órdenes ejecutivas que firmó el presidente Trump”, escribió Zuckerberg  en Facebook.

Hasta algunos de quienes trabajan estrechamente con el gobierno de Trump fueron críticos. Elon Musk, el director ejecutivo de Tesla y SpaceX, quien forma parte de dos comités asesores de Trump, escribió en Twitter que la prohibición “no es la mejor forma de abordar los retos del país”. Musk nació en Sudáfrica.

Aaron Levie, el director ejecutivo de Box, la empresa de almacenamiento de datos, tuiteó que “a todos los niveles - moral, humanitario, económico, lógico, etcétera - esta prohibición está mal y es totalmente poco ética según los principios de Estados Unidos”.

“Los productos de casi cada compañía -Google, Apple, Airbnb - tienen una base clientelar mundial”, notó Levie. “Estas decisiones políticas tienen implicaciones reales en nuestros socios, clientes, competidores. Por eso estamos viendo esta reacción”.

El gobierno de Trump apenas tiene poco más de dos semanas, pero su relación con Silicon Valley ya es complicada. Al sector tecnológico no le gustó el candidato presidencial Trump, a pesar de haber abrazado a Twitter, y él correspondió el sentimiento con publicaciones mordaces sobre la plataforma. Stephen Bannon, su principal estratega, dijo en 2015 que “de dos tercios a tres cuartos de los altos ejecutivos de Silicon Valley provienen del sur de Asia o de Asia”, una declaración incorrecta que muchos allí percibieron como racista.

No obstante, la muy publicitada reunión en diciembre entre el gobierno entrante y diversos jefes tecnológicos, sin duda que fue optimista.

“Vamos a apoyarlos”, prometió Trump en un salón donde estuvieron líderes de Apple, Microsoft y Amazon.

Las compañías tecnológicas más grandes tendieron a ser menos contundentes en sus reacciones ante la orden ejecutiva que las más pequeñas. Google dijo que estaba “preocupada”; Apple, que “No es una política que apoyemos”; Amazon sólo señaló su compromiso con la diversidad. Oracle no respondió a las solicitudes para comentar.

Por otra parte, IBM, cuya directora ejecutiva Virginia M. Rometty fue la primera dirigente tecnológica en ser asesora de Trump después de las elecciones, le indicó a un reportero que viera la declaración del consejo Information Technology Industry en la que, cortésmente, se critica la orden. IBM es parte de él.

A medida que avanzaba el sábado, el sector parecía encontrar fuerza en los números. Como a las 10 AM, Chesky de Airbnb tuiteó un mensaje vago: “Las puertas abiertas nos unen a todos”. Para las 6 p.m., defendía la protesta abierta. Temprano, la mañana del domingo, sacó un memorando para los empleados en el que advierte que la nueva política de Trump es “un obstáculo directo para nuestro objetivo”.

Fue un día largo y vertiginoso para un sector que está batallando para encontrar su posición con un presidente nuevo.

Aun antes de la orden ejecutiva, la presión se había acumulado en las empresas para que se manifestaran en contra de las medidas que apoyaba Trump. Parte de ese ímpetu provino de los empleados y de algunos activistas.

En Twitter, diversos empleados se sentían frustrados por la desconexión entre el producto de su compañía - una plataforma para la libertad de expresión - y la magnitud a la que Trump la ha utilizado para atacar a quienes lo cuestionan y proclamar falsedades ante los estadounidenses. El sábado, Jack Dorsey, el director ejecutivo de Twitter, publicó, y volvió a publicar, diversos mensajes para denunciar la prohibición a viajar.

En Facebook, los empleados tuvieron una sensación similar de discordancia. Algunos se quejaron porque Zuckerberg y Sheryl Sandberg, la directora general de operaciones, se tardaron mucho en manifestarse. Otros, estaban molestos por la presencia de Peter Thiel, un capitalista de riesgo y confidente de Zuckerberg de tiempo atrás, como director del consejo de administración. Thiel fue donador de la campaña de Trump y ahora es su asesor, y sacó una declaración el sábado por la noche en la que reafirma su apoyo al presidente.

Uber está bajo uno de los reflectores más brillantes. Travis Kalanick, su director ejecutivo, forma parte del equipo asesor económico de Trump. Ello ha hecho que Uber sea blanco de los manifestantes, algunos de los cuales cerraron el acceso a sus oficinas centrales el día de la toma de posesión.

En un correo electrónico dirigido a los empleados el sábado, titulado “Defender lo que es correcto”, Kalanick enfatizó la importancia de presionar por el cambio, trabajando para tener un sitio a la mesa y discutir las diferencias. Dijo que vería a Trump el viernes.

A medida que los manifestantes se multiplicaron la noche del sábado en el aeropuerto internacional Kennedy en Nueva York, los taxistas - mayormente inmigrantes - empezaron paros de una hora en el aeropuerto en protesta contra la orden ejecutiva.

Uber no siguió rápidamente. En cambio, publicó en Twitter que suspendía el aumento de precios allí. Eso provocó acusaciones de que trataba de romper la huelga, lo que negó torpemente en otro tuit.

El domingo en la mañana, su competidor Lyft dijo que donaba un millón de dólares a la ACLU en los próximos cuatro años “para defender nuestra Constitución”. Esa tarde, Uber agudizó sus críticas a la prohibición y la llamó “equivocada e injusta”.

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