Por Fernando Iglesias - Periodista - Especial para Los Andes
1. La grieta. No se puede entender lo sucedido el domingo sin observar atentamente los dos mapas electorales. Uno, el de la provincia de Buenos Aires, compuesto por una gran mancha amarilla con un anillo celeste-sciolista alrededor de la ciudad de Buenos Aires en el que sobresalen cuatro bastiones azules en los que el FPV superó el 55%. Son los partidos de Florencio Varela, Merlo, La Matanza y José C. Paz; la fábrica de pobres que el peronismo creó, y de la que intenta seguir viviendo.
Dos, el mapa del país, premonitorio: la camiseta de Boca. Una banda amarilla en el centro exacto del azul del Norte y el Sur. Cambiemos ganó en Mendoza, Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, Capital Federal y la provincia de Buenos Aires (si se excluye su conurbano fatal). Son seis de los siete distritos más grandes del país; casi la mitad del territorio, mitad de la población y mucho más de la mitad del PBI nacional.
Seis distritos en los que una Argentina imperfecta, pero dinámica y viva, moderna, ha resistido al monopolio del poder pejotista, hasta derrotarlo el pasado domingo.
Ambos mapas retratan la grieta argentina, la verdadera grieta. La que separa la parte de la Argentina que se ha integrado razonablemente al siglo XXI y su sociedad global del conocimiento y la información, por un lado, y los tres grandes fracasos históricos nacionales, del otro.
El fracaso del siglo XIX (el Norte); el de inicios del siglo XX (la Patagonia) y el de finales del siglo XX (el conurbano industrial). Tres grandes derrotas históricas lideradas políticamente por un éxito fenomenal: el del peronismo, cabeza estratégica del atraso deliberado del país.
¿Podrán convertirse Cambiemos, el Pro y Mauricio Macri en el liderazgo político de los sectores más avanzados de la Argentina, de los centros urbanos, las clases medias, el sector agropecuario, las industrias tecnológicamente avanzadas y los medios de comunicación; de todo aquello que el peronismo-kirchnerista despreció y persiguió?
¿Será capaz Cambiemos de dirigir esas enormes energías productivas al rescate de las principales víctimas del sistema inicuo creado por el peronismo del Norte, del Sur y del conurbano? ¿Será capaz de acabar con la semiesclavitud que sufren los pobres ciudadanos y los ciudadanos pobres del Norte, del Sur y del conurbano respecto de la oligarquía de barones provinciales y municipales del Medioevo Peronista que supimos conseguir?
2. El peronismo del conurbano bonaerense. Si hubo un derrotado este domingo, ése es el peronismo del conurbano bonaerense; el que después de una década de peronismo neoliberal norteño y otra de peronismo chavista patagónico estaba listo para terminar de cargarse al país. Hasta que la Bella, Maru Vidal, derrotó a la Bestia, y un posible nuevo país apareció en el horizonte de lo real. ¡Y qué notable derrota!
Aún más inesperada que la de Luder a manos de Alfonsín, y aún más importante que el resultado nacional de Macri. Un gobierno no peronista en la provincia que concentra 40% de la población después de las siete plagas del Egipto nac&pop (Cafiero, Duhalde, Ruckauf, Solá y Scioli) que la devastaron y extendieron sus males al conjunto del país.
Con la caída emblemática del ícono del peronismo bonaerense, Aníbal Fernández, uno más de la larga lista de machos pejotistas de atributos viriles descomunales que a la hora de la derrota se esconden en el baúl.
No se han medido bien aún las consecuencias del triunfo de Vidal. ¡Adiós a los saqueos seguidos de pueblada en zonas liberadas por la Policía Bonaerense, ese sucedáneo light de los golpes del Partido Militar que el Partido Populista usó contra De la Rúa y Alfonsín! ¡Chau al “Te fuiste en helicóptero” y al “¡A este país, sólo el peronismo lo puede gobernar!”.
Fin de las destituciones que el Pejota impuso mediante ese “manual peronista de saqueos y desestabilización de gobiernos” mencionado por la Presidente en diciembre de 2012. La segunda oportunidad para una gobernabilidad no mafiosa desde la recuperación de la democracia, y que sería oportuno no desaprovechar.
3. El frente realpolítico-encuestológico. El otro gran derrotado del domingo. Ese enorme grupo de expertos en errar pronósticos, y en errarlos mal. Esos eternos apelantes a otra de las tradicionales confusiones argentinas: la de creer que el cinismo es inteligencia. Miles de líneas desperdiciadas en miles de periódicos para insistir en que Massa y Macri se tenían que aliar, primero, y en sugerirle a Macri estrategias para pescar entre los votos de Massa y De la Sota, después.
Después, Massa conservó todos sus votos y sumó todos los de De la Sota, y hasta los aumentó en más de medio millón, pero pasó lo que pasó. Por supuesto, sin que ninguno de los distinguidos expertos del frente realpolítico encuestológico se sintiera obligado a dar explicaciones ni a pedir perdón a los ingenuos que no entendemos nada, pero la vimos venir. No, no hablo de los payasos a sueldo que fabrican encuestas porque peor es trabajar.
Hablo de gentes serias que ayer nomás repetían “la gente no corta boleta” porque creen en la realpolitik, esa extraña teoría de que lo que no ha sucedido, nunca sucederá; una tesis esotérica en un mundo en el que lo nuevo no para de suceder jamás.
¿Cuál es la mejor manera de esconder millones de personas en las narices del frente realpolítico-encuestológico argento? No mandándolas a votar en las PASO. Fue allí, en esa enorme masa de nueve millones de desilusionados de la política que en las PASO dijeron “me quedo en casa” y el domingo fueron a votar (unos dos millones de votantes, más medio millón de votos en blanco que se hicieron válidos), donde Macri hizo la diferencia (un millón y medio de votos más que en las PASO), y donde Scioli fracasó (sólo trescientos mil votos más).
Es a ellos a los que había y hay que hablarles, en primer lugar, y no al votante de otros partidos, que ya tiene definido el voto para el balotaje. Por lo tanto, no es con un acuerdo de cúpulas entre supuestos dueños de los votos que se gana el 22 de noviembre sino convocando a los heridos y desilusionados de la política a votar por una política que no sea capaz de generar una revolución sino un país normal.
4. La debacle de Progresistas. Una debacle anunciada, una debacle merecida, una debacle causada por la deliberada renuncia al poder encabezada por Hermes Binner y Margarita Stolbizer, la candidata justa con las mejores propuestas para otro país. Una debacle cuyo punto cúlmine no fueron las tijeritas provistas por Binner a sus votantes; ni la consigna individualista "Votá por vos", sacada del archivo de Milton Friedman; ni el delirante "Yo ya gané", en el cual la auto-confirmación de la propia identidad es presentada como victoria electoral progresista.
Una debacle cuyo punto cúlmine es el único éxito que los Progresistas se han autoadjudicado: la banca de diputada para Victoria Donda, a quien recuerdo gritándome barbaridades desde la bancada kirchnerista en ocasión de los debates por la 125 y en el de la extracción compulsiva de sangre a los hermanos Noble…
Compárense estas miserias con la enorme chance que hubiera tenido Margarita de gobernar la Provincia de Buenos Aires si hubiera aceptado competir con María Eugenia Vidal en las PASO; piénsese en lo diferente que sería la situación de UNEN si hubieran definido un candidato único en 2014 y competido en las PASO con Macri y el Pro por una sola candidatura republicana de oposición al peronismo, y se comprenderán las dimensiones del delirio que padece la centroizquierda argenta y cuánta razón tenía el Goya de “El sueño de la razón produce monstruos”. La pereza de la razón, debió decir.
5. Una oportunidad, al fin, para el Pejota. Como sabemos, todo proceso de aprendizaje se basa en la secuencia ensayo-error. Por eso, si alguien hace las cosas pésimamente y obtiene éxitos avasallantes, el aprendizaje se interrumpe. Por ejemplo, si gobierna mal por años, por décadas, y la gente lo sigue votando porque cree que es el único que puede gobernar.
Por ejemplo, si gana y arrasa en las provincias más atrasadas y pobres, en las que gobernó peor. De manera que lo sucedido el domingo es una gran oportunidad para el peronismo. La oportunidad de aprender. La oportunidad de dejar de ser la fuerza que condena al país a la decadencia. La chance de dejar el poder y los saqueos de arriba sin caer en los saqueos de abajo. La de sacarse de encima a los oportunistas y advenedizos que sólo están en el peronismo por el dinero y el poder.
La posibilidad de cerrar el tren fantasma, renovar los cuadros y ajustar las ideas al siglo XXI. La de cumplir con la promesa hecha en la anterior derrota epocal, la de 1983: transformarse en un partido más, entre otros partidos, en un país devuelto del monopolio de poder pejotista que padecimos por un cuarto de siglo, a la normalidad.
6. Cambio de época. ¿Es este, pues, el famoso final de ciclo? Imposible decirlo. Falta mucho, y no está dicho que Scioli no gane el balotaje. Pero podría ser, también, algo más que un mero cierre del ciclo kirchnerista. Podría ser un giro epocal que nos aleje del pensamiento nacionalista-industrialista-estatista-populista que marcó el inicio nac&pop del siglo XXI argento.
Todos eran peronistas, en la Argentina, hasta el Rodrigazo de 1975. Casi nadie lo era un mes después. Todos o casi todos estaban con los militares en 1976, hasta que se cayó la tablita de Martínez de Hoz y terminamos empantanados en Malvinas. Entonces todos fuimos alfonsinistas y convencidos defensores de los derechos humanos; desde la primera hora, por cierto, hasta que se interpuso la hiperinflación.
Lo que nos hizo partidarios de la Convertibilidad por una década, que duró hasta 2001, cuando explotó y nos subimos todos, en cinco minutos, al tren de la revolución nac&pop. Lo que estoy diciendo es que, por primera vez, la Argentina parece estar virando de dirección antes, y no después, del estallido. Acaso, en la inteligencia de que quienes crearon los problemas son los menos capaces de solucionarlos.
Si así fuera, si el gobierno de Macri y de Cambiemos lograra evitar la crisis que nos espera si insistimos con el peronismo y con Scioli, si se abriera un período de gobernabilidad republicana por cuatro años, sin crisis económica ni bombardeo del gobierno desde la oposición, estaríamos a las puertas de un nuevo país. Un posible nuevo país cuya existencia casi nadie avizoraba pocos meses atrás.
7. Scioli. ¿Qué ha llevado a la posibilidad, aún vigente, de que un personaje miserable e incapaz como Scioli pueda competir con chances por la Presidencia de la Nación? Quebró la empresa paterna. Volcó la lancha en una competencia en la que corría prácticamente solo. Prendió fuego a un quincho en un turbio episodio en el que murió un trabajador.
Se insolventó para no pagar indemnizaciones. No reconoció a su hija por décadas, hasta que la Justicia lo obligó. Se le inundó la capital de la provincia y mintió sobre el número de muertos. Se le inundó la provincia y se fue a Italia en plena inundación. Se cansó de aludir en la campaña a su brazo faltante y a su supuesta fortaleza para superar la situación.
Mintió diciendo que iba a Cerdeña para atenderse cuando hasta los niños de pecho saben que en Cerdeña, en agosto, el único médico es el del Club Mediterraneé. Cómo es que cierto progresismo ve igual a Scioli y a un tipo indudablemente exitoso como Macri es uno de los misterios del alma nacional y popular. En todo caso, los discursos del domingo marcaron varias diferencias: Macri habló del futuro, y Scioli del pasado.
Macri habló como el presidente de todos y Scioli como el candidato de una secta. Scioli habló con Zannini al lado, y Macri con un equipo atrás, y con Michetti, Sanz y Carrió. Y con Vidal.
Le hacen un gran favor a Scioli quienes dicen que Cristina lo dañó, que Zannini lo perjudicó y que fue la Morsa la que perdió la Provincia. Mentira. O verdad pequeña y parcial. La Provincia la perdió Scioli, que fue el peor gobernador de la historia bonaerense entre los muchos incapaces que se sentaron en el sillón de La Plata.
A tono con el gobierno de Cristina, el peor de la historia democrática del país. Ojalá que una sociedad que en 2003 no creyó oportuno mirar Santa Cruz antes de votar por Néstor Kirchner le dé un vistazo a la Provincia de Buenos Aires que gobernaba Scioli. Hasta el domingo pasado, en que lo que nunca podía suceder, ocurrió.