No hay duda: el ser humano siempre ha vivido en una sociedad violenta. El hombre es lobo del hombre. Por eso, históricamente, mediante el dictado de leyes, se han normado conductas que resultan contrarias a la moral y a las buenas costumbres y que perturban la serenidad, la paz, el bienestar y la seguridad de la población. A su vez, se han regulado procedimientos para denunciar hechos ilegales, de modo que los jueces dictaminen para verificar por debidos procesos cada circunstancia y, si se prueba la culpa, ordenar el castigo correspondiente que pesará sobre quien se salió del cauce legal en perjuicio ajeno. Tal es el fundamento del Orden Jurídico que, por razones de salvaguarda social, se instaura en los pueblos.
El problema actual, que refiere estadísticamente un número llamativo de femicidios -en nuestra provincia y en otras partes del país-, plantea la duda de si el Orden Jurídico garantiza la tutela suficiente para proteger a las mujeres que sufren violencia intra y extrafamiliar
Tener un Orden Jurídico no significa que exista la justicia que se anhela, con resultados eficaces y eficientes. Aún cuando, desde lejanos tiempos, se promulgaran leyes que castigaran ilícitos, las mujeres eran, (son y serán) los sujetos sufrientes de extremas violencias. Son odiadas por sus propios padres por nacer mujeres, menospreciadas por el clan familiar, abandonadas a la triste suerte de maridos impuestos, sospechadas de conductas inapropiadas por un contexto social intolerante, mantenidas en la ignorancia, esclavizadas sexualmente, agraviadas en su voluntad, cosificadas e invisibilizadas como si pertenecieran a una casta contagiosa de la que conviene despegarse. Sobreviven -y esto es sólo una manera de decir- sin posibilidades de emerger a una libertad otorgada con humanismo, solidaridad, comprensión y misericordia para conseguir progresos y desarrollos personales como componentes del entramado social.
Nuestro país, muy lentamente, avanza con un criterio de mayor respeto hacia las exponentes del género femenino. Pero el problema de la violencia: asesinatos, abusos, violaciones, torturas, golpes, palizas, insultos, acosos, expresiones y miradas despectivas, junto a maltratos cotidianos, no ha cesado.
La realidad diaria nos da en plena cara. Las noticias escandalizan y perturban. En Mendoza los femicidios son moneda corriente El maltratador abofetea con su delirio las ilusiones de quienes pretenden sosegar relaciones, apaciguar ámbitos, promover la paz en cada espacio. No hay palabras que convenzan a los psicópatas sobre su propia violencia, no hay condena que les refleje en la conciencia su cuota de culpa propia. No reflexionan, no se arrepienten. Nunca valoran que la otra persona es un sujeto humano.
Para ellos, la víctima es una cosa, un pedazo partido que se puede desmenuzar en forma antojadiza. Lo más importante a considerar: el sujeto que ejerce violencia nunca modifica su conducta; no mejora.
Resulta muy necesario cambiar prejuicios, dogmatismos perniciosos y ejemplos que se reiteran porque el mensaje que el violento ha recibido, desde muy pequeño es: "insulta, golpea, mata, destroza, es tu derecho y está bien".
Nuestra obligación como sociedad responsable es innovar en las consignas. Los irascibles no cambian, pero nosotros sí podemos promover la modificación. Para ello es necesario educar, hacer saber, concientizar.
La mujer que comienza a conocer un violento -en la etapa en que se origina la amistad, en los principios del noviazgo, en el inicio de pareja- ante cualquier manifestación de violencia contra ella, como golpes de puño, bofetadas, tirón de cabellos, pellizcos, empujones, puntapiés, insultos o ataques similares -incluidos los de carácter psicológicos-, debe alejarse del violento y mantener el firme propósito de no acercarse nunca más.
Si tolera el maltrato su situación será, cada vez, peor. Perder de vista al furibundo es ganarle a la muerte y apostarle a la vida.
La educación que realicemos entre todos y la formación que fomente el respeto a la integridad física, espiritual y moral de la mujer no puede demorarse.
El tiempo es ya.
Nuestro deber social comprende la obligación de iluminar, proteger y contener adecuadamente a todas las mujeres víctimas de ataques a su integridad, cualquiera sea su edad, condición de vida, su estrato cultural o nivel económico.
Por el momento, la consigna protectora es dejar en claro que si al lado de una mujer se encuentra un violento, lo mejor es alejarse de ese animal furioso y no acercarse nunca más. La inmanejable y monstruosa rabia del cruel no tiene vacuna.