A Mark Twain se le atribuye esta frase: “Hay tres clases de mentiras: la mentira, la maldita mentira y las estadísticas”. ¿Lúcido? ¿Provocador? Al menos, podemos sostener que el autor de “Las aventuras de Tom Sawyer” tenía una mirada distanciada. Muchos piensan que las estadísticas, como toda disciplina matemática, puede ser estrictamente objetiva, aunque siempre se puede sacar de contexto un número.
Aquí vendrá un ejemplo perfecto para explicarlo: según un informe publicado en abril por la IFPI, que es la Federación Internacional de la Industria Fonográfica, el año pasado la industria musical creció un 5,9%. Y así todos nos quedamos con la boca abierta, porque estábamos acostumbrados a hablar de la crisis del sector, no de su buena salud.
El notición se replicó en la nube, tomando este guarismo aisladamente y como una buena señal; como algo que podría anticipar que este organismo ya no está en una prolongada sala de terapia intensiva, sino mejorando. Es que sí: fue el mayor índice de crecimiento desde 1997, aunque hay que poner en contexto el optimismo.
Pues si nos quedamos quietos, damos dos pasos para atrás y miramos de nuevo alrededor, vamos a ver que la situación es muy distinta: desde 1997, los ingresos de la industria musical cayeron casi un 50%. Una reactivación en 2015 (leve: un 3%) y otra un poco más pronunciada el año pasado, no alcanzan para abrigar grandes esperanzas.
Analicemos: del álbum más vendido hace 20 años, “Come on Over” de Shania Twain (con 40 millones de discos) al más vendido el año pasado, que es “Lemonade” de Beyoncé (unos anémicos 2,5 millones), hay una brecha desesperante: ¿Cómo es que ha crecido el sector, entonces? Por una bendición llamada “streaming”: y amén.
El punto es que la música que circula a través de “bytes” significa la mitad de todas las ganancias de la industria. En paralelo, los discos físicos vienen en caída libre año tras año y los ingresos por descargas también (descendieron en un 20,5%).
El streaming parece ser una suerte de salvación, especialmente gracias a plataformas gigantes como Spotify y YouTube. Sus ingresos han subido nada menos que en un 60,4%, ya que cada vez son más las personas que prefieren la suscripción a este servicio. La explosión supuso 40 millones de suscriptores nuevos en Spotify y 20 millones en Apple Music.
Pero hay más, porque esta reconfiguración del escenario aporta otros datos que son muy significativos. Según John Paul Titlow (periodista estadounidense especializado en música y tecnología), en una nota publicada por diario La Nación el 1 de febrero pasado, dijo que “las ventas de discos de vinilo -una porción relativamente diminuta de los ingresos del sector- generaron más dinero que el streaming con soporte publicitario como YouTube, SoundCloud y el tramo gratuito de Spotify”. Para tener en cuenta, claro.
Esto quiere decir que los principales ingresos no fueron a parar necesariamente a los bolsillos de los artistas y sus sellos, sino a manos de dos plataformas que explotaron en suscripciones y que tienen pocos competidores reales hoy por hoy. Es así que las ganancias no van a una mayor inversión en los artistas (especialmente los emergentes), ni estudios, ni productores, ni sellos independientes.
“El consumo de música digital profundizó bestialmente el tema de la concentración. Te dicen que ya no hay crisis, pero antes vos tenías 500 empleados y ahora tenés 7, o fabricabas un montón de discos y ahora nada. Claramente hay una reconfiguración del sector. Si tenés en cuenta las variables económicas, podés pensar que no hay crisis; sin embargo, como estamos hablando de una industria cultural, hay muchas otras variables que analizar”, afirma Javier Tenenbaum, quien fundó junto a Nani Monner Sans el sello independiente Los Años Luz en 1999.
“La situación de los profesionales de la música es cada vez más precaria”, sentenció a su vez el periodista Manuel de Lorenzo, en una nota al respecto que publicó el diario El Español.
Lo que se ha producido, según el estudio, es una “brecha de valor”, un eufemismo que habla en realidad de una gran desigualdad en las ganancias: resulta, en definitiva, que cada “play” en una plataforma que se mantiene con publicidad (como YouTube o el Spotify gratuito) no da tanta ganancia como las reproducciones dentro de una suscripción.
¿Y cuánto recibe el artista? Casi nada. Si bien los datos son confusos, Spotify (que es el líder de los ingresos por streaming) paga alrededor de 6 centavos de dólar por cada reproducción, que se transfiere a los sellos y en última instancia a los artistas, según los acuerdos particulares.
John Paul Titlow, en la nota ya citada, realiza diferentes pronósticos sobre la industria para este año. Uno de ellos tiene que ver con la relación entre artistas y servicios de streaming. Una relación que, según él, se estrechará en el futuro: “Por ahora, los sellos siguen quedándose con la mayor parte de los ingresos, pero es un momento de cambio de las relaciones de fuerza. Entre la inversión de las plataformas en las relaciones con artistas y el creciente porcentaje de los ingresos que es generado por el streaming, es inevitable que los músicos vean los nuevos beneficios”, aseguró.
Según él, en esta renegociación los artistas se encontrarán en otra posición de exigencia frente a las plataformas, e incluso se podría “dejar de lado a los intermediarios por completo”, en clara referencia a las casas discográficas.
Esta reconfiguración del sector, más cómo ha ido cambiando el uso del disco-objeto desde su surgimiento hasta hoy, más la irrupción de nuevas experiencias de consumo (realidad virtual, música en 3D) o la Inteligencia Artificial y las técnicas de Big Data a la hora de crear ídolos y hasta canciones, serán ángulos que analizaremos de a poco en las próximas ediciones de Cultura.
Por el momento sólo cabe sostener que no, que la industria musical no está necesariamente saliendo de su crisis: está reinventándose, buscando otra posibilidad de ser, en el mejor de los casos.