Ya no se toleraba más. Había que cortar la seguidilla sin victorias de alguna manera. No importaba cómo. Era de esas oportunidades en la que el fin justificaba los medios.
Pasaba a ser totalmente irrelevante si Independiente Rivadavia trataba lindo el balón, a nadie le interesaba el tiempo de posesión y mucho menos el hincha quería ver continuidad de pases al ras del piso en ataque. A la Lepra sólo le cambiaba la ecuación ganar de una vez por todas. Y sí, lo hizo. Y tampoco de manera tan desprolija ni arrebatada.
El equipo había evidenciado mejoras varias en el segundo tiempo ante Los Andes que lo llevó a dar vuelta una historia que lo tenía 0-2. En ese complemento hubo un cambio de actitud, el convencimiento con el que se iba a disputar el balón fue otro. Además del ingreso de un tal Disanto. El juvenil debutó en Lomas de Zamora y entró como si cargara mil batallas sobre sus espaldas.
Desfachatado, se movía de un lado para el otro, la pedía al pie y encaró a los grandotes centrales sin ninguna clase de prejuicios. Esa actitud y ese pibe encendían una luz de esperanza.
Y hubo ratificación ayer ante Gimnasia de Jujuy. Independiente salió con mucho más temperamento que buen juego a plantearle un escenario claramente desfavorable a la visita, que se las ingenió para llevar peligro con la pelota parada. Lo tuvo en dos ocasiones: en un tiro libre de Maldonado que Vila peina en el punto penal y la pelota se va apenas ancha y más tarde, en otra pelota preparada en el laboratorio de Gamboa que no salió por muy poco.
Pese a esto, la Lepra imponía condiciones. No lograba traducir nada de sus ganas en situaciones de riesgo y tuvo la más clara en un centro de González que Cavallotti intentó despejar y dejó la pelota muerta al borde del área chica. Cardozo se tiró para rematar pero su derechazo se iba ancho.
La gente no reprochaba el 0-0 al final de la primera parte porque notaba en el Azul una predisposición distinta a la hora de disputar la pelota. En el minuto del complemento iba a llegar el desahogo. Centro de Cerutti (de muy buen partido) fuerte y rasante que pasa todo el área y encuentra del otro lado a Cardozo, quien alcanza a interceptar la pelota y mete un zurdazo que revienta el travesaño de un Cavallotti que no entendía nada.
Y menos iba a comprender lo que pasaba el arquero cuando ve de frente a Tarragona, quien tomó el rebote en el larguero y lo ejecutó sin piedad. Se gritaba a más no poder en los cuatro costados del Bautista Gargantini. Y el mismo Tarragona no podía ocultar sus lágrimas en la celebración de su décimo tanto en la categoría. La bronca contenida era tanta que se expresaba en lágrimas.
Los futbolsitas se daban cuenta que el Azul no merecía sufrir tanto para convertir y que las cosas no se hacían tan mal como pretendían hacerle creer.
Desde allí y hasta al final el Azul no lo quiso jugar más al partido. Se aferró a la victoria cual niño a su juguete más preciado. Lo agarró con tanta pasión que Gimnasia no pudo arrebatárselo. Y ahora va en busca del premio mayor.