Alejandro Sabella llevaba una semana convencido de aplicar su Plan B en vez del Plan A original, pero los chequeos en los entrenamientos poco tuvieron que ver con la performance durante el partido frente a Bosnia. Así, el 5-3-2 fue modificado a la fuerza durante el entretiempo por un 4-3-3 en el cual los jugadores parecen estar más convencidos y mejor adaptados. Por más eufemismos o giros de lenguaje que se utilicen, lo cierto es que Argentina volvió a ser desequilibrante en ataque cuando agregó un delantero de referencia en el área (Higuain) y así liberó las funciones de Agüero, Di María y sobre todo de Messi.
El entrenador demostró una autocrítica rápida de reflejos y pudo volver a meter al equipo en el eje, ya que parecía descentrado. En la etapa inicial, por ejemplo, Leo encaró tres veces en la primera hora con un resultado magro: fue interceptado por un rival y sin necesidad de falta, ya que se lo esperaba en una marca zonal escalonada. Los bosnios habían anulado a la clave de su adversario y así no sufrieron un solo ataque articulado a fondo en ese primer período. Encima, sin faltas tácticas o infracciones cerca del área propia. Al absorber al cerebro albiceleste, desactivaron a los posibles receptores (Di María, Maxi Rodríguez y el Kun). En consecuencias, la Selección no creó una sola jugada de gol en los 45' iniciales y sólo llegó al desequilibrio tras un tanto en contra.
Sendos disparos desde media distancia - Maxi Rodríguez y Mascherano - reflejaron que había impotencia y confusión. Hasta el DT, habitualmente cauto y medido, hizo indicaciones visibles para que la última línea y los volantes de contención salieran más del fondo para administrar el primer pase y de esta manera acompañar como eventuales receptores de la descarga. Inclusive, tantas previsiones por el juego aéreo del antagonista tuvieron un rédito escaso, ya que se perdieron pelotas por alto y Romero evitó la igualdad con dos tapadas técnicamente perfectas, dando un desvío direccionado hacia afuera o asegurando el balón contra el pecho.
En la parte complementaria, Sabella le dio a Messi lo que éste pedía a gritos, aún sin expresarlo con palabras. Acompañamiento por el lado ciego o desde el volante que se ofrecía por detrás de la línea de la pelota y además un referente fijo en el centro del ataque con quien poder construir a uno o dos toques.
Los ingresos de Gago y de Higuain variaron el esquema completamente desde el punto de vista táctico, pero también se potenció la autoestima del conjunto porque se había vuelto al sistema que identifica más a la base del equipo.
El volante de Boca, aún sin brillar, le dio mayor precisión a la salida con el toque rápido y preciso. El atacante del Nápoli cumplió un trabajo importantísimo al meter diagonales con o sin pelota para llevarse a un marcador sobre los costados; quizás no tuvo tanta presencia en las jugadas netas pero sí fue fundamental en la creación de espacios libres para que pudieran ser aprovechados por quien en ese momento conducía la acción ofensiva.
En la medida que Messi quedó uno contra uno, con balón dominado y no encerrado ante una zonal escalonada como en el primer tiempo, Argentina corrió los límites hacia delante y se potenció. El armado y la definición de la acción colectiva que derivó en el segundo gol fue un indicio claro: Leo encaró de derecha a izquierda, filtró el pase vertical hacia Higuain y la devolución a un toque del "Pipita" le dejó panorama a la "Pulga" para sacarse el rival de encima, buscar la posición de remate y definir con clase.
Sin misterios, entonces, la Selección creció en su función de conjunto cuando hubo un sistema que la protegió y la hizo potenciarse respecto de la primera etapa. Evitar caer en la "Messidependencia" es la consigna y, paradójicamente, la mejor fórmula para que Leo se libere y él mismo busque el espacio que prefiera a sabiendas de que no tendrá que dirigir la orquesta y tocar el violín al mismo tiempo.