El barrio Trujui de San Miguel, en el conurbano bonaerense, está conmocionado por el crimen de Sheila. La nena de 10 años desapareció el domingo al mediodía de la puerta de su casa y no son pocos los que todavía no pueden creer ni su trágico final ni la confesión de sus tíos, detenidos por el homicidio.
Sheila Alejandra Ayala creció en un ambiente de muchas carencias y vivía pendiente de sus hermanitos menores.
Un allegado a su familia sostuvo que ayudaba mucho a su mamá, estudiaba y, en sus ratos libres, iba a una iglesia evangélica y tomaba clases de baile, porque le encantaba la danza. Ese era su sueño, ser bailarina.
Tenía todo por delante pero pudo vivir muy poco y en carne viva solo quedaron los recuerdos, a los que se aferran ahora quienes la conocieron.
Una de esas personas fue su maestra, quien en diálogo con los medios la describió como una nena "cariñosa, sonriente y participativa". "Siempre pidiendo abrazos, besos, con una asistencia perfecta, muy pendiente de sus hermanitos chiquitos, que iban al mismo colegio. Siempre asistió al colegio con su familia", añadió.
Sus compañeros empapelaron las paredes del aula con sus fotos, esperando que volviera. Sheila era muy querida, tenía una conducta impecable y le gustaba estudiar.
En la escuela quedaron colgadas las fotos con las sus compañeros de cuarto grado querían recibirla cuando volviera. "Princesita, te esperamos", rezaba una de las imágenes.
Todos la buscaban viva mientras sus familiares se peleaban. Desde el principio hubo cruces entre las dos familias, la del padre y la de la madre de Sheila. Mientras la mamá de la nena decía que el papá sabía quién se la había llevado, otro tío de Sheila, Martín, apuntó a una pista sobre "una deuda por drogas" y a un conocido de la madre.
El jueves encontraron su cuerpo adentro de una bolsa, en un hueco entre dos paredes dentro del predio donde vivían sus tíos.
"Mi nena venía a jugar acá con ellos, no lo puedo creer", dijo una vecina.