Las letras que desprecian a las mujeres son comunes en el hip-hop, pero el sexismo también se da en otros géneros. ¿Conseguirá el movimiento #MeToo impulsar cambios también en el sector musical, tras una gala de los Grammy dominada por los hombres? ¿O permanecerán los artistas, las discográficas y los fans en el pasado?
“Si tienes problemas de mujeres, lo siento por ti, hombre. Tengo 99 problemas, pero una puta no es uno de ellos”, cantaba el rapero estadounidense Jay-Z en uno de sus hits. En 2013, el rapero Eminem hacía referencia a aquella canción diciendo que en su caso, la “puta” es incluso cada uno de sus 99 problemas. Y concluía: “Necesito una ametralladora”.
Teniendo en cuenta el auge actual del movimiento #MeToo, el hip-hop parece desconcertantemente anticuado.
Pero, ¿es posible abrir el debate en un género tan sexista en el que los hombres se hacen famosos con letras que desprecian a las mujeres? ¿Es posible que Eminem condene las agresiones sexuales en la vida real y mantenga la simpatía de sus fans después de haber deshonrado a las mujeres verbalmente durante toda su carrera? ¿Es posible eliminar la palabra “bitch” (puta) del género?
No hay que buscar mucho para encontrar textos y videoclips sexistas de hip-hop de los últimos años y décadas. El álbum de Snoop Dogg “Doggystyle” (1993) no solo está considerado como el santo grial del rap de la Costa Oeste, sino que también en cierto sentido sentó las bases de la humillación femenina en el género. En este trabajo se describe a las mujeres como objetos sexuales que cumplen prácticamente todos los deseos de los gángsters en sus excesos.
El 22% de las letras de rap de entre 1992 y el año 2000 tenían contenidos degradantes para las mujeres, según un estudio publicado en 2009 por la Universidad George Washington. Y esa conducta sigue muy extendida hoy en día en el hip-hop (Argentina no está exenta del fenómeno sino que lo propicia entre los representantes del rubro).
Además, las propias mujeres avivan el problema cuando una cantante como Nicki Minaj habla de “stupid hoe” (puta estúpida; curiosamente Jimena Baron se hizo famosa con “La tonta”) y Lil’Kim o Rihanna, al igual que sus compañeros masculinos, pisan a otras mujeres con letras dirigidas hacia esas “putas”.
Pero el sexismo no se limita solo al hip-hop. En el videoclip de “Summer”, del DJ Calvin Harris, chapotean modelos en la piscina y animan semidesnudas a los hombres que participan en una carrera de autos.
En el video de “Never Say Never”, del dúo de música electrónica Basement Jaxx, unos científicos crean en el laboratorio los traseros femeninos perfectos. Y en el clip de “Tunnel Vision”, la estrella del pop Justin Timberlake no puede apartar la vista de unas mujeres que bailan en las sombras con apenas unas diminutas braguitas puestas.
La música habla desde hace décadas de amor, romanticismo y sexo, desde los trovadores del siglo XII hasta el tema “Love” de Kendrick Lamar, pasando por los Bee Gees. Pero sexo no equivale a sexismo. Y teniendo en cuenta el carácter sexista de muchas letras, la defensa pública del debate de #MeToo puede parecer hipócrita.
También es cierto que en la música no se ha producido ningún escándalo comparable al del productor de cine Harvey Weinstein, pero algunas artistas, como Taylor Swift o Kesha, sí que se han tenido que defender de acosos sexuales.
Como presidente de la Academia Nacional de Artes y Ciencias de la Grabación, y director de la entrega de los Grammy de este año, Neil Portnow -una especie de padrino del sector- no podrá solucionar el problema solo.
Según anunció tras una gala en la que las mujeres recibieron muchas menos nominaciones y premios y subieron mucho menos al escenario que los hombres, que se creará un grupo de trabajo para investigar “trabas claras y prejuicios inconscientes” contra las mujeres en la industria de la música.
Los cantantes, compositores, productores y las discográficas son los que más deben trabajar por acabar con la música sexista, al igual que las personas que la escuchan.
Sin embargo, gracias a ellos y a los alrededor de 13.000 miembros con derecho a voto de la Academia, “New Slaves”, de Kanye West, fue nominada en 2013 a la mejor canción de rap. En ella el rapero aboga por obligar a las mujeres de empresarios blancos a mantener sexo como venganza por ser esclavos modernos.
No obstante, fue el cantante Robin Thicke el que se llevó la palma al crear en 2013 el no va más del acoso sexual en una canción con el hit “Blurred Lines”, que según “The Guardian” fue “la canción más polémica del siglo”. En ella, se “libera” con sexo a una “buena chica” (“good girl”), pues al parecer ella así lo quiere en secreto (“I know you want it”), aunque no lo pida en ningún momento.
Se trataba de la fase previa a una violación, pero fue celebrada como un auténtico hit que debería sonar en todas las fiestas. Aunque alrededor de 20 universidades británicas prohibieron el tema, éste alcanzó el número uno en las listas de 25 países.