Sergio Tiempo: “Cada vez que toco es una aventura nueva”

El pianista argentino radicado en Bélgica llega a Mendoza para interpretar, junto a la Sinfónica, un concierto de Rachmaninoff que tiene fama de ser uno de los más difíciles del repertorio.

Sergio Tiempo: “Cada vez que toco es una aventura nueva”

Sergio Tiempo está sentado al piano con su abuela, Elizabeth Westerkamp. Ella hoy tiene cien años; en ese momento poco menos. Él toca el acompañamiento y ella va buscando en su memoria las notas de esa vieja melodía de Chopin que antes tocaba, cuando podía mover ambos brazos.

Las busca y las encuentra: los dos van rearmando la pieza. Cuando terminan, ella respira profundo, se acerca a Sergio y con una voz chiquita, casi quebrada, le dice: “Qué lindo sería... que cuando uno esté muerto esté escuchando música”. Él sonríe y con sus ojos le dice que sí. El amor puede ser infinito...

Escenas como ésta se ven en el documental “Concierto para 4 pianos” (se puede ver en YouTube), que esboza la historia de esta singular familia: una familia de pianistas. Son cinco, hasta ahora: Sergio Tiempo (Venezuela, 1972), Elizabeth, Lyl Tiempo (su madre), Karin Lechner (su hermana) y ahora Natasha Binder, hija de Karin.

Y él ahora ahora está aquí, entre vinos y montañas. Él, que tiene una carrera sostenida principalmente en Europa, abrió un paréntesis para visitar el interior de su país, porque aunque abrió los ojos en Caracas es bien argentino. Tocó en Paraná, hoy en Mendoza y después en Buenos Aires. Allá abrazará a Memé, como llama a su abuela, y el 14 de mayo interpretará en el Teatro Colón el mismo concierto que hoy dará en la Nave Universitaria junto a la Orquesta Sinfónica de la Universidad Nacional de Cuyo, dirigida por Hadrián Ávila Arzuza (que fue director titular de la Filarmónica de Mendoza en el 2006, recordemos).

Y es algo extraordinario, porque aunque toca el piano desde los dos años y medio, nunca le tocó hacerlo aquí. Este ex-niño prodigio viene con un tour de force que aprendió a sus escasos 18 años: el Concierto N°3 para piano y orquesta de Sergei Rachmaninoff, que es para muchos la partitura más difícil compuesta para ese instrumento.

¿Qué podés decirnos de esta obra? “Uffff, ¡qué puedo decir de novedoso!”, lanza Sergio con su implacable buen humor.

-Solo confirmanos una cosa: ¿es el más difícil como dicen?

-Mirá, eso es algo muy personal creo. Hay quienes lo consideran como muy-muy-difícil, el-más-difícil, y hay quienes dicen que los dos de Brahms son más difíciles (como no los toco no puedo opinar), pero sí puedo decirte que para mí el segundo de Rachmaninoff me resulta más difícil que éste. El tercero es muy solístico, por lo que uno tiene mucha libertad, mientras que en el segundo uno forma parte de la orquesta, es más concertante. Finalmente, es con el cuál uno se siente más natural... Yo lo toco desde que tengo 18 años, por lo que es casi como parte de mi familia.

-Podríamos decir que en la música no hay absolutos.

-Para nada. La música, por cómo está hecha, es una cuestión de proporciones: nada existe independientemente de otra cosa. Una nota existe en relación con otra, un forte en relación a un piano, una cosa rápida solo es rápida en comparación con algo que es menos rápido. En fin, es justamente ese tipo de vínculos lo que da significados.

Hablar del tiempo

Charlar de música con Sergio Tiempo es -siempre- remitirse a una amable coincidencia. ¿Qué será la música en definitiva, Sergio? “Una misteriosa forma del tiempo”, replicaría Borges. Este pianista de 45 años, que actualmente vive en Bruselas, puede apartarse de los lugares comunes que rodean este tipo de entrevistas. ¿No es así? “Es verdad”, asiente.

Es que tocar el piano siempre fue algo de lo más natural para él; de hecho, se sorprendió la primera vez que lo aplaudieron: ¿Cómo es que se puede aplaudir algo que se hace con una inercia parecida a respirar?

Y sí, era el hábitat: se crió entre teclas, y en su casa recibía seguido la visita de Martha Argerich, que no solo quiso tener a la familia Tiempo cerca en lo afectivo sino también en la misma calle. Cierto día perdió un vuelo para ver la casa vecina, que al final compró, formando así una gran familia separada solo por una pared.

“Es como mi segunda madre”, comenta ahora sobre Argerich, que muchas veces lo escuchó ensayar del otro lado de la medianera y que otras veces le dio vueltas las hojas de la partitura.

-Me veo tentado a preguntarte cuál es tu primer recuerdo musical, pero eso debe ser algo prenatal...

-Exactamente. Resulta que mi mamá siempre fue una gran promulgadora de escuchar música antes de nacer. En Venezuela ella tenía una cátedra tan famosa en un momento que tenía madres en listas de espera cuando estaban embarazadas para tomar clases con ella... Después se comprobó que era verdad eso...

-¿¡O sea que tu mamá recibía a madres que querían tener hijos músicos y los preparaban antes de tiempo?!

-¡Sí! (risas) Ella me cuenta que, inclusive cuando ya estaba muy embarazada de mí (siete u ocho meses quizás), estaba viajando por Europa con mi papá y fueron a ver al pianista brasileño Nelson Freire que tocaba el primero de Tchaikovsky. Parece ser que apenas comenzaron los primeros acordes yo empecé a darle patadas en la barriga, ¡pero patadas en ritmo! “¡Martín mirá éstoooo!!”, le dijo a mi papá, pero debió haber sido una mera casualidad...

-¿Y tenés en tu cabeza la primera imagen de un piano?

-No, es difícil imaginarme haber estado sin música, porque mi hermana era siete años mayor y ya tocaba en público, mi mamá daba clases y sonaba todo el tiempo en casa el piano, todos los amiguitos y amiguitas eran pianistas: eso no era nada ni excepcional ni raro. Lo raro era lo contrario.

-Y te sentaste por primera vez a los dos años y medio.

-Claro, porque yo estaba ofendido, ¡todo el mundo tocaba y yo no! Entonces empezó a darme clases y fui su alumno más pequeñito. Fue también un experimento para ella, porque nunca había intentado con alguien tan chiquito.

-¿Y cuál fue la primera obra que aprendiste?

-No tengo idea. Sé solamente que en esa época tocaba unos pequeñísimos Microcosmos de Bartók y unos minuetos... todas cosas lo más chiquitas posibles. Complicadas, pero breves, porque el problema a esa edad es la concentración.

Fue a los tres años cuando este pianista precoz vio un público, en el marco de los conciertos de alumnos que organizaba su mamá Lyl, pero no fue hasta los 14 que debutó profesionalmente, nada menos que en el Concertgebouw de Amsterdam.

-¿Qué se le pasa por la mente a un pianista el minuto antes de interpretar un gran concierto como éste?

-Uy.... (piensa) Mirá, pasan muchas cosas, es difícil saber... lo más difícil es saber qué es lo que a uno le puede llegar a suceder, porque cada vez es una aventura nueva, para mí en todo caso. Yo siento que uno prepara las cosas lo mejor que puede, pero el momento del concierto es una cosa medio mágica, que no se sabe cómo va a ser, un descubrimiento para todos. Por supuesto, uno está lo más concentrado que puede, pero yo trato de concentrarme en la fracción de segundo justo antes en el tipo de sonido que quiero tocar. Eso me da seguridad y me mete dentro del discurso musical, que es lo más importantes.

-Leí que tenías una relación de amor - odio con la música, ¿es así?

-No es con la música realmente, es con el mundo de la música.

-¿Por qué?

-Hay una cosa que es difícil para mí de digerir, y es que uno hace un trabajo que es puro amor, pura entrega y puro compartir, y por tal motivo me gustaría que fuera justamente eso. Me encantaría ser un pianista “amateur”, en el mejor de los sentidos, y poder ganarme la vida con otra cosa.

-Estuviste predestinado a ser pianista en cierta forma, ¿va por ahí la cuestión?

-No, eso ya lo trabajé, por supuesto (risa), aunque hay algo de eso también. Pero me refiero más al hecho de que es como si hubiera un pequeño grado de prostitución en el hecho de seguir haciendo ésto, algo que uno ama.

-Te juro que no pongo ésto de título...

-(Ríe) Pero es en serio, me gustaría poder dejar lo “puro” y decir que no tengo que tocar ningún concierto para sobrevivir, y que lo hago solamente porque lo quiero hacer. Claro que es un sueño dorado imposible, porque para hacerlo bien hay que dedicarse totalmente a esto. Es un poco contradictorio, por eso hay una especie de amor-odio.

-¿Te interesan otras cosas además, entonces?

-Soy muy curioso, y siempre me preocupé por muchas  cosas a la vez. Cuando era más joven tenía tiempo para ocuparme de algunos de los otros intereses... ahora que soy padre de dos niños, y mi mujer, y la familia, y la locura en general, es más difícil. Cuesta más, pero siempre me interesé por muchas cosas como las ciencias, la filosofía, el cine, el teatro, la literatura... de hecho, cuando me gradué en la secundaria, tuve un momento de crisis, tenía muchas dudas. Creo que el hecho de que justamente tuviera tantos otros intereses me ayudó a tomar la decisión más fácil, que era seguir haciendo lo que hacía.

-¿Y te pesó en algún momento haber sido "vendido" como un niño prodigio?

-No, por suerte no, porque mi mamá siempre se ocupó de protegernos de toda esa cosa medio superflua. Para mi mamá el éxito no es lo que es para la mayoría de la gente: no tiene nada que ver con el público, nada que ver con nuestro reconocimiento, sino con las propias capacidades. Si uno logra superarse a uno mismo, éso es el éxito. Entonces da lo mismo lo que piensen los demás. Lo que importa es sentirse auténtico consigo mismo.

La ficha

La Orquesta Sinfónica de la Universidad Nacional de Cuyo presente Antologías Sinfónicas - Programa II

Dirige: Hadrian Ávila Arzuza

Solista invitado: Sergio Daniel Tiempo (piano)

Fecha y hora: Hoy, a las 21.30

Lugar: Nave Universitaria (España y Maza)

Programa: Concierto nº3 para piano (Sergei Rachmaninoff) y Sinfonía N°1 (Piotr Tchaikovsky).

Entrada: $140 (general) y $100 (estudiantes y jubilados), disponibles en boletería de 10 a 14 y de 18 a 21.

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