Será por eso que la quiero tanto

Será por eso que la quiero tanto
Será por eso que la quiero tanto

La urbe, el desastre de movimiento, las colas, los “no lugares”

Recientemente he vuelto de la Ciudad Autónoma -capital de la Argentina-, enorme urbe de 3.800.000 habitantes, 14 millones en el Gran Buenos Aires.

¡Tuve suerte! Aerolíneas salió a horario y llegamos a Aeroparque a tiempo pero... a partir de ahí comenzaron mis padeceres: corte de la autopista Illia y palpable violencia callejera, pintadas y exacerbados cuidados personales, “sensación de inseguridad”, como dijo el ministro Aníbal Fernández en 2008 (hasta que lo asaltaron) sin ánimo de corregir.

Esta inmensa urbe, calurosa, sucia, con todo en infracción -transporte, vendedores, manteros, piqueteros, villas miseria- tiene una imposibilidad de movimiento. Todas las calles cortadas, los precios de los taxis siderales y los paseos innecesarios, los subtes de paro y la tragedia de quienes debemos movernos tratando de llegar de una punta a la otra de la ciudad.

¡Siempre hay cola! Para entrar en tribunales, para ver un expediente -si lo encuentra-, para desaduanar con coima alguna herramienta fundamental para la industria, para comer, para pagar, para ir al cine, para entrar al teatro, para subir a los subtes.

Esta modalidad parece gustar a los porteños, que hablan a los gritos, con varios celulares, tratando familiarmente desde el mozo -a quien mencionan por su nombre propio y se jactan de conocerlo- hasta el Papa. ¡Todos son amigos de alguien sobresaliente! ¡Pobre Papa!

Circulación por no lugar. La alienación

Circulan por sitios que Marc Augé llama “los no lugares” vértigo de la modernidad, como calle Florida, Lavalle, sitios superpoblados donde se cruzan miles de personas ignorándose, que hacen perder el sentido de la ciudad. ¡En esta polis no se alcanza el bien común! (Aristóteles)

¡El Estado de alienación es total en Buenos Aires y lo es en el mundo! Se confunde lo “urgente con lo importante” y la belleza pasa desapercibida. Hace tiempo (2007) The Washington Post hizo un experimento para saber si la gente sabía reconocer la belleza. Utilizó la estación “L´enfant Plaza Station” haciendo tocar a Joshua Bell, el mejor violinista del mundo.

Éste, días antes había agotado las entradas al teatro de Boston a 100 dólares por persona, con el mismo repertorio; el violinista con su Stradivarius de 1713, que cuesta unos 3,5 millones de dólares, puso todo su empeño en tocar, durante 43 minutos, seis piezas clásicas.

Durante ese tiempo apenas logró juntar 32 dólares... ¡así como lo lees! De 70 mil personas que pasaron por donde él estaba, tan sólo 27 le dieron dinero, y la mayoría sin detenerse. ¡La salida del metro es un no lugar! La gente está alienada y tampoco en Boston (preciosa ciudad de EEUU) se sabe gozar de la belleza.

Los gobernantes provincianos y el estado de cosas. Marcuse, el hombre unidimensional

Nuestros últimos gobernantes han sido casi todos provincianos. ¡Por eso no podemos echar la culpa a los porteños de la macrocefalia! ¡Nada han hecho! ¡Nadie tiene interés de solucionar el problema de nadie!

Es más, subidos al sillón de Rivadavia se olvidan del Interior y de su provincia, se quedan a vivir en Buenos Aires. A título de ejemplo, solo en el siglo XX, señalemos que Figueroa Alcorta era cordobés, Victorino de la Plaza nacido en Cachi, Justo era entrerriano, Castillo nació en Catamarca, Perón era de Lobos, Frondizi de Paso de los Libres, Illia nació en Pergamino y residió en Cruz del Eje, Cámpora era de Mercedes, María Estela nació en La Rioja, Alfonsín en Chascomús, Menem en La Rioja, De la Rúa en Córdoba, Kirchner en Santa Cruz, y Fernández en La Plata.

¡Todos provincianos que se quedan y viven hace siglos en Buenos Aires! ¡Todos ellos a gusto en el infierno! Cortes de agua, de luz, de calles, violencia, asaltos y malos modos. ¡Universidades gratis, desordenadas, mugrientas con jactancia del incumplimiento!

Por eso Marcuse, el filósofo de la izquierda francesa, señalaba que había que destruir a Occidente; argumentaba que la sociedad industrial moderna, avanzada, crea falsas necesidades, las cuales integran al individuo en el existente sistema de producción y consumo. Este sistema da lugar a un universo unidimensional, con sujetos con “encefalograma plano”, donde no existe la posibilidad de crítica social u oposición a lo establecido.

El individuo unidimensional se caracteriza por su delirio persecutivo, su paranoia interiorizada por medio de los sistemas de comunicación masivos. Es indiscutible hasta la misma noción de alienación, porque este hombre unidimensional carece de una dimensión capaz de exigir y de gozar cualquier progreso de su espíritu.

Para él, la autonomía y la espontaneidad no tienen sentido en su mundo prefabricado de prejuicios y de opiniones preconcebidas.

“¡Será por eso que la quiero tanto!”. Gudiño Kieffer

A esta ciudad nadie es capaz de ordenarla, limpiarla, modificarla, achicarla o destruirla. Las necesidades son cada día mayores, se vive en la periferia, en barrios cerrados o en la villas donde todo vale y solo subsisten algunos curas villeros -que viven en la pobreza y ayudan a querer torcer el destino- como José Di Paola, el padre “Pepe”, echado por los narcos y protegido por el Cardenal, Carrara, Olivero (Charly) y veintidós curas más, también en su tiempo Mujica -asesinado por Montoneros-, Bergoglio y otros tantos que luchan en forma desigual contra los traficantes, “mercaderes de las tinieblas” como le llamaba Francisco, el paco, la droga, la violencia, etc.

Gudiño Kieffer narraba en su novela “Será por eso que la quiero tanto” la tragedia de los habitantes del interior que llegan deslumbrados a la Gran Buenos Aires y son miserablemente devorados por la urbe. Él confiesa cómo empezó la historia.

“Hace años llevé a mis hijos a jugar a la Plaza del Congreso y mientras ellos jugaban a la pelota yo me senté en un banco. Al rato de estar allí, se me sentó al lado un señor de aspecto humilde que de repente me empezó a hablar.

Me contó cómo había dejado su pueblo “El Algarrobo del Águila”, en La Pampa, como consecuencia de la sequía, y la odisea que había vivido en Buenos Aires.

El personaje (Ledesma) y su familia, que vivían pobre pero dignamente, se trasladaron a Buenos Aires, se fueron a vivir a la Villa; se perdió en el alcohol, por la desesperanza, la desolación, el desconsuelo y sus añoranzas; y una noche, en su borrachera y desesperación, termina violando a su hija.

¡Pero sigue viviendo en la zona! Porque la implacable Buenos Aires cobra sus víctimas. Sin embargo, por la fulgurante belleza de su rostro, se hace amar por todos los que la viven intensamente...

Buenos Aires no es París
¡Así nos pasa a los provincianos! Los neones nos deslumbran, las ofertas teatrales, culturales, para unos pocos y los precios son siderales. No hay manera de pagar taxis, restaurantes, teatros, cafés, etc.

Pero, la ciudad nos deslumbra, la amamos y anhelamos viajar aunque sea de vacaciones, para comentar luego con nuestras amistades -que se babean- que estuvimos en el París de Sudamérica como un modo de pertenecer, de trascender, de ser alguien.

Por eso en EEUU Mark Pampanin en "MatadorNetwork", escribe el 13 de enero de 2015 "Buenos Aires: Don't Call It Paris" (http://matadornetwork.com/abroad/buenos-aires-dont-call-paris)

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