Por Julio Bárbaro - Periodista. Ensayista. Ex diputado nacional - Especial para Los Andes
La Presidenta terminó eligiendo a Scioli, muchos pensamos que como su heredero, pero pareciera para ella tan sólo un delegado. Scioli mantuvo un prestigio difícil de explicar: diciendo siempre que pensaba igual que ellos mientras se diferenciaba en lo esencial, no se expresaba con agresividad. Supe decir en tono de humor que Scioli se comportaba como un discípulo de Gandhi al que querían elegir como heredero de Stalin.
Recordando su comportamiento en los finales de Menem queda claro que lo define la virtud de mimetizarse con el poder, eso lo convirtió en candidato y ahora no sabemos qué va a ser cuando sea grande. Difícil imaginar cómo será cuando le toque ser él, cuando no pueda aplaudir al de arriba sino que ocupe el lugar del aplaudido.
La Presidenta lo eligió asumiendo que no tenía otra posibilidad, pero no se cansa de degradarlo para imponer su poder por encima de las instituciones. Siente por Scioli el mismo poco respeto que tiene por todos nosotros. Y uno espera que ahora que ya no lo pueden sacar sea el momento en que tenga un gesto que lo defina y diga “existo”, pero el poder sigue en manos ajenas y la valentía y la dignidad también.
Todo resulta raro, no deja de llamar la atención cómo viejos gobernadores, senadores y diputados no se animan a disentir. Disentir, eso que se impone en toda democracia, ese derecho que nos vuelve dignos. Sólo la opinión puede ser libre; el silencio siempre es rentado, tiene olor a complicidad.
Y Victor Hugo nos cuenta que todo es obra de Clarín en un desprecio total por los que pensamos distinto. Para este personaje menor todo es rentado, al decirlo nos cuenta la razón de sus convicciones. Piensa el ladrón que todos son de su condición. Somos muñecos que actúan según la renta que nos pagan los titiriteros.
En un programa de televisión un oficialista me consultó como si fuera lo más natural, “a vos quién te paga, porque si quiero dejar de trabajar para el gobierno no sé dónde ir”. Estaba expresando complicidad con su pregunta, me quedé asombrado, no supe qué responder.
Y Tevez, un grande en el deporte y en la vida, dice lo que piensa y no lo pueden soportar. Tevez no se desclasó, no hizo como algunos sindicalistas y funcionarios que cambiaron de clase y de amigos, de barrio y de pareja; cuenta que sigue perteneciendo a su grupo, con los mismos amigos y fue pobre en serio y ahora sigue siendo dueño de esa virtud de los que quieren ser como personas más de lo que son por lo que tienen.
La presidenta de Brasil en la crisis analiza los problemas, nuestra secta gobernante sigue echándole la culpa al supuesto eterno enemigo. Con la escasez de ideas que se expresa en todo discurso presidencial, a quién se le puede ocurrir que los que no coincidimos somos miembros del imperialismo y las corporaciones.
Lo inexplicable está en los que aplauden, no en los que no lo soportan. Si uno piensa en la vigencia de Scioli puede imaginar que su forma de acomodarse al poder de turno refleja a buena parte del oportunismo reinante. Ser oficialista es una manera de no comprometerse, de no tener que pensar por uno mismo, delegamos en otro esa compleja obligación.
Las palabras de Tevez dejaron mudos a muchos kirchneristas. Gildo Insfrán es el kirchnerismo en su expresión más consumada. Dueño del poder político, la justicia, el empresariado y los votantes.
Un amigo me decía: “El radicalismo y el peronismo vinieron para derrotar el atraso del feudalismo conservador, ahora nos toca enfrentar de nuevo a ese mal”. En Tucumán ganaron ellos, pusieron un personaje menor como gobernador, pero mucha gente salió a la calle y todo terminó en derrota aun cuando hayan triunfado.
Algunos opinan que el Gobierno se sigue imponiendo, otros pensamos que tira sus últimos cartuchos. Cristina puede seguir devaluando a Scioli; no creo que si gana sea un buen gobernante.
Pero estoy seguro -absolutamente seguro- que no va a gobernar como si fuera su delegado. El peronismo, o los vivos que siguen utilizando su nombre, ellos, se dan cuenta del riesgo que transitan, del conflicto real donde la Presidenta prefiere imponer una derrota antes que permitir que su candidato sea libre. Y el mismo Scioli no se anima a ser él y la pregunta del millón es si la sociedad está dispuesta a votar a un delegado.
Con sintonizar cualquier programa televisivo uno comprueba que los miembros del oficialismo ya tiene demasiado gastados los argumentos. Se les va bajando la soberbia; algunos, los más vivos, saben que el triunfo no es un asunto tan seguro. Las inundaciones les lavaron las excusas. Es cierto que la oposición va dividida, tan cierto como que se les va complicando -y mucho- el posible triunfo en primera vuelta. Y si hubiera segunda vuelta no sería necesario pedirle grandeza a la oposición, ya los votantes podríamos elegir libremente.
Con Menem fue el tiempo de los economistas, con los Kirchner de los encuestadores, ya viene el tiempo de la política. En rigor estamos tratando de volver a pensar el futuro; a fuer de ser sincero, hoy los que tienen opiniones más elaboradas son los periodistas. No hay partidos, la mafia los fue disolviendo; no hay instituciones -ni siquiera las universidades-, quedan muy pocos referentes capaces de discutir ideas.
Vivimos un momento importante, nos estamos comprometiendo con el debate político y entonces comprobamos que los candidatos nos quedan chicos. Ellos fueron el fruto de un tiempo de distracción, ahora -ya más exigentes- debemos hacernos cargo de nuestra propia desidia.
Pero el Gobierno es la decadencia con disfraz de progresismo. La oposición nos devuelve las instituciones, quizá el Pro esté un poco más a la derecha -no demasiado- y no imagino por qué pueden decirme que Scioli tenga algo que lo vuelva progresista o de izquierda. Como la Presidenta, el autoritarismo no tiene ideología, sólo la necesita como excusa y ahora, que está en su -para mí- triste final, se desnudan sus defectos y es difícil encontrar sus supuestas virtudes.