Por Fabián Galdi - fgaldi@losandes.com.ar
Bienvenido a la Argentina, señor Lionel Andrés Messi. Aquí se lo estaba esperando. Sepa que en nuestro suelo usted cargará con más de cuarenta millones de piedras en su espalda.
No se queje, señor Lionel Andrés Messi: como buen semidios del Olimpo que es, si baja a la tierra estará blindado. Nada le saldrá contrario a lo que sueña. Todo lo que toque será convertido en la concreción de su deseo. No habrá antagonistas ya que ese fastidio está reservado para los mortales. Tampoco deberá atravesar campos minados que puedan incomodarlo. Venga, entre, pase y vea. Y ni se le ocurra pensar en debilidades de tipo emocional. Eso es para los de carne y hueso. Y usted pertenece a otra especie: la de los infalibles, intocables y venerables.
¿Qué está haciendo, señor Lionel Andrés Messi? ¿Por qué llora? ¿No se da cuenta que su imagen se horada? ¿Acaso no recuerda a Maradona llorando cuando le cortaron la piernas? ¿O a Javier Mascherano, Kun Agüero o Gonzalo Higuain después de la final de Brasil 2014? ¿O a Chiquito Romero, Ezequiel#Lavezzi y Ángel Di María tras la Copa América 2015? ¿Va a compararse con ellos sin darse cuenta que son terrenales? Si hasta Diego ventila en público sus intimidades. Y a usted no le es permitido mostrar la debilidad humana por su condición de divinidad. Venga, entre, pase y vea. Que es mejor aparentar que sentir y ocultar los sentimientos debajo de la piel que expresarlos en público.
La ironía, expresada en los párrafos anteriores, sirve como una válvula de escape que permite descomprimir la presión que el inconsciente colectivo nacional ejerció sobre el futbolista insignia de los argentinos en poco más de una década. Como si bastara apretar el control remoto para que el seleccionado nacional se convierta en finalista de tres competencias de nivel premium en los tres últimos años. Como si su renuncia a la Selección, producto de un lapsus de emoción violenta, estuviera enmarcada en una personalidad frágil y que no acepta la toma de responsabilidades. Como si un equipo pudiera darse el lujo de no contar con el mejor futbolista del mundo y cinco veces Balón de Oro. Como si algún entrenador pudiese prescindir de una pieza clave en la formación y lo dejara en tercer o cuarto lugar entre sus prioridades.
Nadie puede imaginarse una Selección sin Messi y a Messi sin la Selección. Nadie en su sano juicio, claro.
El canibalismo social argentino puso a Leo en el patíbulo. No le reconoció méritos y lo abrumó con acusaciones. Lo tildó de adjetivos calificativos repulsivos. Lo apostrofó en tono de sentencia. Lo quiso desterrar, borrar de la memoria y quitarle el derecho a la identidad. Lo instaló en el plano de lo aborrecible y lo ubicó en el centro de la mira de un fusil cargado con odio.
Las coordenadas encuentran un relación simétrica con etapas anteriores que identificaron a Maradona como el responsable número uno de las frustraciones en el período 1982/1985. Encima, en el primero de los casos se combinó la sensación de rechazo con el proceso de gestación, desarrollo y final de Malvinas, que se vivió paralelo al Mundial de España.
Aquí, con un plantel de primerísimo nivel, el cual incluía a campeones del'78 como Mario Kempes, Daniel Passarella, Ubaldo Fillol, Daniel Bertoni y Osvaldo Ardiles, entre otros, con otros del juvenil '79 como Juan Barbas y Ramón Díaz, por ejemplo, la formación ideal armada por César Menotti naufragó entre el desconcierto y la caída definitiva ante los brasileños. Sin embargo, todo el peso de la crítica cayó sobre Diego y hasta se lo acusó de incompetente a la hora de estar a la altura de las circunstancias.
En 1985, inclusive, ya en camino de la consolidación tras la transición entre el egreso del Barça y el arribo al Nápoli, aún no se percibía a Maradona en el sitial de heredero directo al trono que había dejado Pelé, cuya última Copa del Mundo había sido la de México 1970. Tan brillante fue la verdeamarela de O'Rei, Jairzinho, Gerson, Tostao y Rivelino que hasta se consideraba a esa Selección como la mejor de todos los tiempos.
Entonces, tras la frustrante performance de Diego en España'82 - apenas brilló en el 4-1 a Hungría - el prólogo a la cita ecuménica de 1986 estaba asociado a dirimir si él o Michel Platini iban a ganar la puja para situarse en lo alto del podio. La excepcionalidad de la confrontación entre argentinos e ingleses provocó que a partir de ese 22 de junio ya no hubiera dudas al respecto. Es más, los analistas coinciden en que no hubo ningún futbolista con tanta influencia en la conquista de un título a escala planetaria como lo fue el diez de nuestra Selección.
Ni los ya incontables logros con el Barcelona ni los cinco premios como World Player de la FIFA se ubican en la balanza en el momento de evaluar a Leo como uno de los dos o tres jugadores más completos en cerca de un siglo de fútbol. En la Argentina, tamaños galardones parecieran ser insuficientes y hasta se los suele juzgar con una liviandad sorprendente. Messi fue un baluarte en los procesos que llevaron a la formación de Alejandro Sabella a jugar la final de Brasil 2014 en el Maracaná o a la de Gerardo Martino a sendas definiciones en Chile y en Estados Unidos. Sin sus respectivos aportes con producciones y goles clave en las tres competencias, casi seguramente el equipo nacional se hubiera quedado en una fase previa a las finales respectivas.
Probablemente muy a su pesar, también es cierto que quedó corporizada una puja entre Messi y Maradona como si los dos mutuamente se excluyeran el uno con el otro. Inclusive, lo llamativo es que, más allá de alguna diferencia de criterio, las dos grandes mega estrellas argentinas han sabido convivir respetándose y reconociendo las cualidades ajenas. Durante la etapa en la que Diego fue el entrenador del seleccionado, Leo jamás estuvo en duda para cada convocatoria a eliminatorias o el Mundial Sudáfrica 2010. Sin embargo, para un sector de la opinión masiva en la Argentina, se enfatizan diferencias de tipo personal hasta generar un antagonismo que a ninguno de los dos protagonistas les resulta funcional ni cómodo.
Creer que Leo es un prototipo de un ser aséptico y neutro es una visión cuanto menos arriesgada. Si bien su perfil lo mostró más de una vez ensimismado y poco comunicativo desde el plano verbal, lo cierto es que en el lenguaje de los símbolos sus decisiones siempre han sido claras: la Selección fue, es y será su prioridad en lo que le reste de carrera profesional. Y el alzar una Copa, su obsesión. Más, a sólo dos años de Rusia 2018.