Las encuestas publicadas en EEUU en los últimos ocho meses muestran un “cabeza a cabeza” en la intención de voto entre Hillary Clinton y Donald Trump. Es muy probable que si se mantienen las condiciones actuales en el comportamiento del votante, Trump podría llegar a ser presidente, por un estrecho margen, en las elecciones de noviembre. Tal como ocurrió en la contienda electoral que ganó George W. Bush al demócrata John Kerry con un resultado ajustado y con recuento de votos.
Cuando en las encuestas las diferencias son entre 2 y 4 puntos porcentuales, el que aparentemente gana se diluye al considerar el margen de error estadístico de 2 a 3 por ciento que los encuestadores publican con la metodología, como en los estudios de CNN, ABC, CBS, New York Time, Los Angeles Times, y de otras instituciones prestigiosas a las que pude acceder. Si los datos de encuestas no dan claramente un ganador, con una diferencia significativa, es muy difícil pronosticar con cierta confianza y se pueden producir equivocaciones groseras. Con más razón en la situación actual, cuando predominan los votantes insatisfechos, con un nivel sobresaliente de rechazo a los candidatos y una indecisión marcada, principalmente entre jóvenes y personas de menores recursos.
Sin embargo, en los votantes hay mucho interés por estas elecciones. En los momentos en que ocurren las encuestas se confirma un alto porcentaje de votantes motivados. Más de 80%, según una encuesta de CBS está dispuesto a concurrir a las urnas... y no es obligatorio.
Si Clinton no hace un giro rápido y drástico de estrategia para provocar una diferencia a favor, con un cambio de opinión, Donald Trump puede llegar a la presidencia. ¿Y por qué ganaría Trump? Independientemente de los fanáticos que lo siguen, los que lo ayudan para vencer a Clinton son los mismos medios de comunicación que lo critican y que lo rechazan, y, por supuesto, el propio Donald, gran actor y dominador de escenarios, acostumbrado a los reality shows. Un Trump impostado, con un discurso cambiante e incomprensible, con palabras a veces sin sentido (estilo Pato Donald), poco confiable y creíble.
Pero que provoca la discusión y el rechazo y la multiplicación de reportajes en los medios, que le hacen el favor de mantenerlo siempre presente con alta exposición y una imagen ubicua, rebotando los efectos de su propaganda en todo el mundo. También Hillary lo empuja a ganar, con sus debilidades y poca declaración de fortalezas, que no consigue demostrar su principal motivación, su historia personal para ser presidente, y sigue sin dar respuestas contundentes y seguras a los temas que los votantes precisan, con propuestas claras, dichas en un lenguaje simple. Y lo más importante: no comunica confianza y credibilidad; y en esto Clinton tropieza, por más que Obama se esfuerce por cederle parte de esa seguridad y credibilidad que él tiene y que lo afirma como un líder natural, como un comandante en jefe.
Además, el hecho de ser mujer no es muy bien visto y juega en contra de Hillary entre los conservadores, religiosos y obreros de EEUU. Todavía numerosas personas jóvenes y sectores progresistas lamentan la pérdida de Bernie Sanders. Precisamente, fue Sanders un ejemplo por su discurso comprometido, con propuestas que convencieron a multitudes.
En un escenario con votantes emocionalmente abrumados por la decisión, se abre una oportunidad para Trump. Este es un dato relevante que posibilita una interpretación más profunda, más allá de quién va ganando o perdiendo en las encuestas. ¿Qué está ocurriendo con Donald Trump? ¿Está aplicando una estrategia o improvisa? ¿O acaso tiene malos asesores y él, obediente, repite el guión al pie de la letra? Pienso que es todo lo contrario: Trump es un tipo inteligente y decide lo que él quiere hacer. Tiene una estrategia y un plan para triunfar y sabe que suma seguidores entre los más conservadores de la derecha norteamericana; de sectores obreros menos favorecidos por la economía y, muy importante, cuenta con los votantes blancos nacionalistas y xenófobos, que son muchos.
Como es un jugador impredecible y agresivo, Trump se beneficia de esa tendencia de un mundo político sin mucho intelectualismo, donde las discusiones ideológicas son cosas del pasado.
Una realidad simbólica donde las personas solo quieren escuchar ofertas con beneficios concretos para la vida diaria, sin muchas vueltas, sin lenguaje complicado o académico. Con esto en mente, el votante muchas veces termina eligiendo actores, payasos y gente sin experiencia política, pero convincentes. Simplemente para cambiar y así iniciar otra historia, rompiendo el statu quo.
Está sucediendo en EEUU un déjà vu de lo que pasó en España o en el Reino Unido con el Brexit. Por otro lado, una gran parte del electorado joven y de los sectores desfavorecidos y obreros, está empujando una realidad emergente, con otras creencias, percepciones, interpretaciones y mitos, diferentes a los dominantes, y esa nueva realidad -ahora o en un futuro cercano- acabará superando a los hechos y a la racionalidad de ese EEUU desbordante de tecnologías, armamentos, violencia y control de las personas.
Una realidad con secuencias de pensamientos cambiantes provocada por impulsos y estados emocionales que responden al instante, donde predomina la experiencia de consumo y el entretenimiento, coincidiendo con la filosofía de vida líquida de Zigmunt Bauman.
Los nuevos votantes son incomprendidos y no sirven ya los viejos paradigmas para encontrar explicaciones. Solamente buscan contención en discursos con un relato apasionado y con significados que les hagan imaginar lo que desean en lo más íntimo y cómo vivirlo.
Esto lo conseguía Obama en su campaña con la consigna del ¡Sí, se puede! Con un relato envolvente, de inmersión, aparentemente improvisado y empático, y que comenzó aquel día nublado en Berlín de 2008.