Hay batallas que se pierden pero se ganan. Ahí está el Alzamiento de Pascua de Irlanda para corroborar la paradoja. Una rebelión movida por los anhelos emancipadores de la entonces colonia que fue cómodamente sofocada por el Gobierno británico y que, a pesar de los pesares, terminó sentando las bases de la independencia del país.
Seis días duraron los enfrentamientos de 1916, caracterizados por la desigualdad de fuerzas, la Dublin en llamas y el “¿Qué hacen estos tarados?”, de los parroquianos. Seis miserables días que a Londres le parecieron un chiste, ignorando la tremenda semilla que le acababan de plantar en las narices.
La génesis del tarascón había que buscarla bien atrás, mediados del siglo XII, cuando los celtas, verdaderos labradores de la cultura irlandesa, veían su mundo nuevamente invadido.
Igual que antes los vikingos, los ingleses llegaban a monopolizar el sillón y hacer callar a los niños, y encima decirles que eso del catolicismo no iba; que ahora lo que estaba de moda era ser protestante (sic).
Al particular le siguieron 800 años (sic) de tira y afloje, de lucha diplomática y lucha armada, de guerras agrarias y jura de venganzas, y en el medio una flor de hambruna, como para encender un poco más el caldero.
El revoltijo de rabias y anginas generó unos deseos de arder incontrolables. Sobre todo en los sectores más combativos, hombres ajenos al miedo que se disponían a gritar lo que el pueblo no se animaba, o tal vez ni siquiera había pensado.
Pertenecían a agrupaciones cuyos nombres todavía suscitan coletazos: Los Voluntarios Irlandeses y el Ejército de Voluntarios Irlandeses.
Con Inglaterra muy ocupada en la Primera Guerra Mundial, decidieron que era el momento justo y, mal preparados, se lanzaron a la incertidumbre.
Así que el lunes de pascua del 26 de julio, (sic) la actual capital nacional se convirtió en polvorín. No eran más de 1.500 los rebeldes que tomaron puntos clave de la ciudad, y en la Oficina Central de Correos leyeron el Acta de Proclamación de la República Irlandesa ante el asombro general.
Presa fácil para el poderoso y experimentado ejército británico: al sábado siguiente, el levantamiento y las casi 500 víctimas (más de la mitad civiles), ya comenzaban a ser recuerdo.
Pero no calibraron bien el instinto los ingleses. Ni negociaron ni escucharon, y a la horca mandaron a Patrick Pearse, Thomas Clarke y James Connolly, entre otros líderes de la insurrección.
También hubo directrices a la sociedad civil: o se quedan obedientes o acá va a haber llanto. Entonces los irlandeses sin patria y hasta esas instancias sin mucha conciencia libertadora, empezaron con dolores de orgullo. “Independencia”, les sonó en la mente, y hacia allá fueron.
Qué ver hoy
La próspera y atractiva Dublin está repleta de lugares que rememoran el Alzamiento de Pascua. La mayoría de ellos corporizan sitios estratégicos, que durante esos convulsionados días de abril fueron o bien tomados por los rebeldes o bien defendidos por el ejército británico.
Al respecto, destacan los edificios del ayuntamiento y del tribunal supremo (o Four Courts), el Castillo (de marcado estilo medieval, ayer sede de la delegación del Reino Unido en Irlanda), el parque de St Stephen's Green y naturalmente la célebre Oficina Central de Correos (una joya del neoclásico).
Con todo, si de buscar ambiente a homenaje se trata, lo mejor es visitar el Garden of Remembrance. Este precioso parque, copioso en referencias al nacionalismo irlandés, sirve para honrar a los mártires que murieron en pos de la independencia del país (lo que incluye a los héroes del levantamiento y de la posterior Guerra de la Independencia, entre otros).