Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar
Daniel Scioli quiso (y aún quiere) ganar, no en nombre de una continuación del modelo K, en el cual no cree, ni de una reformulación crítica del mismo, en la cual tampoco cree, sino de un peronismo arrodillado que durante toda la era K sólo se movió con temerosa obsecuencia disfrazada de lealtad (al poder).
Ganar así sería un pésimo ejemplo. Destruir simbólicamente la capacidad transformadora de la política. Votar a Scioli de ese modo implica que la obsecuencia paga, que quedarse callado, bajar la cabeza y arrodillarse ante la humillación es redituable.
Sería un pésimo ejemplo porque la política devendría sólo territorio de los déspotas y de los obsecuentes, dejando toda opción crítica de lado. Abandonando toda rebeldía, que es la esencia de la construcción de dirigentes dignos en la política con mayúsculas.
Felizmente las cosas no se están dando así y hoy dentro del peronismo sólo ríen Randazzo, Urtubey, Massa, De la Sota y esos pocos que en mayor o menor medida se animaron a decir alguna vez que No a los designios caprichosos de su majestad. Palabra que nunca hasta ahora figuró en el léxico de Scioli ni del peronismo que él representa.
Como lo muestra el mono de “El planeta de los simios” (cuando se transformó él y transformó a los suyos en una especie similar a la humana), la única posibilidad de reivindicar la dignidad es gritar, aunque sea una vez en la vida, la palabra No.
Esa es la gran deuda pendiente de Scioli, que si no la grita antes del 22 de noviembre quedará en la historia como el arquetipo del timorato eterno, el hombre que siempre tuvo miedo y que para peor quiso convertir ese miedo en estrategia creyendo que el déspota lo aceptaría como heredero, precisamente por su cobardía.
Insinuando, además, con intolerable oportunismo, que cuando ganase dejaría de humillarse como se humilló para llegar. Sin embargo, es muy difícil ganar desde la cobardía y gobernar desde la valentía. Pero es lo que se propuso Scioli y de lograrlo sería un premio a la antipolítica. Una versión trucha y deforme de la parábola de que “los últimos serán los primeros” traducida como que “los que más se arrodillen terminarán siendo los ganadores”. Es creer que al autoritarismo se lo reemplaza tomándolo por estúpido.
El autoritario es autoritario pero no estúpido. Sin embargo, esa fue la pretensión durante toda la era K no sólo de Scioli, sino de casi todo el peronismo que él representa, el de los caudillos territoriales y el de los operadores cortesanos. Es que fuera de ese grupúsculo compuesto por los kirchneristas duros, el PJ está hoy liderado por las ovejas, los que jamás se rebelaron ni a Menem ni a los K, los que son el grado cero de la política.
Otro drama de Scioli es que él creció políticamente por una habilidad discutible pero habilidad al fin: su única definición era la de ser indefinido en todo. Pero por ello la gente lo quería, en estos tiempos antipolíticos en que se prefieren políticos que digan poco y nada. Sin embargo, ni ese atributo positivo para el tiempo que corre le dejó correr Cristina.
En los últimos meses lo obligó a sobreactuar kirchnerismo a un tipo que ni siquiera sabe muy bien qué cosa políticamente es él mismo, y por ende actuó como un pésimo actor. Dejó de ser un político “como la gente”, ese que le gusta hoy a la sociedad, para repetir ideologismos, sin tampoco saber muy bien de qué estaba hablando. Y se fue convirtiendo en un espécimen cada vez más invotable.
Scioli rogó que luego de las PASO lo dejaran mostrarse como siempre se mostró desde que se inició en política, pero lo dejaron menos. Él creía, como indicaba todo sentido común, que teniendo ya la totalidad del voto K cautivo, de aquí en adelante lo que se necesitaba era atraer un voto menos K, más light. Pero Cristina le dijo que no, que era al revés, que su error fue el de no ser lo suficientemente K. Hacia la primera vuelta, por lo tanto, había que profundizar la línea anterior, le ordenó Ella.
El domingo pasado se vio cómo les va yendo con esa idea demencial. Sin embargo, cerrada a todo contacto con lo evidente y a pesar de todo lo que hizo el pobre muchacho para mostrarse como nunca fue, esta semana Cristina acusó a Scioli otra vez de no haber sido lo suficientemente K cuando lo fue infinitamente más de lo que debía y podía. Es cierto que Scioli más que leal se hace el leal, pero no porque sea desleal como piensa Cristina, sino porque tiene miedo de todo. Además no olvidemos que a él lo eligió Cristina. Como eligió a Boudou... y al Aníbal
Lo de Aníbal Fernández fue una provocación a propósito, creer que el kirchnerismo, en particular Ella, ya habían logrado la inmunidad al castigo popular y que por eso mientras más se provocara al pueblo, más poder se acumularía. En vez de poner a un candidato competitivo para Buenos Aires se buscó -conscientemente- poner al peor de todos para demostrar que Ella todo lo puede. Aunque haya que enfrentarse hasta con el Papa.
Cristina desde siempre se creyó, más que una presidenta republicana una reina constitucional, pero cuando decidió jugarse por Aníbal avanzó un paso más: ya se sintió parte de la divinidad, capaz de hacer milagros por su sola voluntad. Sabía que Aníbal era lo peor que tenía para presentar el peronismo pero ella iba a imponer su divina voluntad.
Lo que no pudo el peronismo del 83 con Herminio lo conseguiría ella con su versión 2015. Y si lograba tal desmesura, ya no habría nada que no pudiera lograr de aquí y por siempre jamás. Si pasaba Aníbal Herminio, pasaría un camello por el ojo de la cerradura y hasta el contenido de la Biblia se pondría en cuestión. A esa chifladura con tintes seudorreligiosos jugó la última Cristina, la diosificada.
Sin embargo, no minimicemos su razonamiento político, porque es aún peor de lo que parece ser. Para Ella ganar es muy importante (hay demasiadas deudas pendientes en la justicia por parte de su familia, amigos y socios); no obstante, a pesar de eso, en su temeraria concepción de la política y de la vida, sólo es admisible ganar con un pusilánime, pero no con un pusilánime disimulado, sino mostrado en la totalidad de su pusilanimidad o incluso aún más de cómo realmente es.
Humillarlo hasta decir basta para que asuma lo más débil posible. Ya que en la concepción nepotista y monárquica de Cristina, salvo sus familiares todos son potencialmente traidores, porque, como se sabe, para un peronista no hay nada peor que otro peronista.
Sin embargo cuando luego de la primera vuelta todos los que tienen algo de sentido común se dieron cuenta de que esa humillación al candidato no estaba dando resultado electoral, en vez de rever su idea, Ella la recontraconfirmó y decidió humillarlo aún más: “Yo saqué 45 puntos en mi primera presidencia y 54 en la segunda. Mientras que ahora que no me puedo presentar, vos los bajás a 36 , que aparte son todos míos y ninguno tuyo. Daniel sos desastroso”, le dijo Ella en un discurso de 3 horas.
Sin embargo, comienza a aparecer un sutil cambio, delirante pero realista: a Cristina cada vez le va importando menos perder la elección mientras pueda salvarse ella, aunque el peronismo entero se hunda.
Ya perdida por perdida, si no logra imponer la surrealista dupla de un presidente débil y una ex presidenta más fortalecida que nunca, el plan alternativo de Cristina es el de echarle toda la culpa de la derrota a Scioli. Como Menem hizo con Duhalde. E incluso intentar colarse en un eventual triunfo ajeno diciendo que ella de algún modo hizo ganar a Macri. Como Menem insinuó haber hecho con De La Rúa.
Engendro político que Cristina puede explicarles a los suyos con la teoría montonera de los años 70 reciclada a la actualidad, la de cuanto peor mejor, que hoy dice así: “En vez de un neoliberal disfrazado de peronista como Scioli, conviene ayudar a que llegue un neoliberal en serio como Macri, para que el pueblo se dé cuenta de la verdad en un par de años y entonces clame por el retorno de Ella”.
Esa idea debe de fascinarle a Hebe de Bonafini. Y Cristina la acaba de comenzar a intentar esta semana, aunque sepa cómo les fue a los montoneros con tamaña locura. Pero Ella es especialista en hacer renacer desde el país de los muertos a lo peor del peronismo.
En síntesis, Cristina sembró desde 2008 (con la absurda y demodé guerra contra el campo, a la que luego le agregó una suma innumerable de falsas e inventadas divisiones sociales) todos los vientos posibles. Hasta que en 2015 esos vientos acumulados se convirtieron en una tempestad política que no esperaba casi nadie.
Es necesario recordar, sin embargo, que los ciudadanos ya le habían hecho saber de su malestar en 2009 y 2013, pero ella prefirió leer sólo el 54% de 2011 como un hecho fundacional, inicio de su reinado eterno, herencia familiar mediante. Reinado que cada día aparece más cuestionado por una sociedad con deseos crecientes de volver a la República plural en la que las coronas sólo queden para las reinas de la Vendimia.