Semáforos - Por Jorge Sosa

Semáforos - Por Jorge Sosa
Semáforos - Por Jorge Sosa

Según sus promotores los semáforos sirven para ordenar el tránsito, esa es su misión aunque no siempre la cumplen. Las grandes ciudades están plagadas de semáforos y sería bueno conocer cuál es el plan que tienen los que los atienden. Porque de pronto arman unos embotellamientos de novela, pero de novela trágica.

La culpa de que existan semáforos es del automóvil. Tuvo que pasar mucho tiempo desde la invención del vehículo a combustión interna para que fuera imperioso inventar los semáforos.

Hay semáforos cortitos que si no los agarrás cuando te dan paso podés quedar en la mitad de la calle sin haber cumplido tu propósito y hay semáforos largueros que te hacen esperar y esperar que hasta podés hacer alguna llamada telefónica, aunque en la actualidad los conductores hacen llamadas telefónicas aunque no haya semáforo alguno en leguas a la distancia.

La palabra semáforo proviene del griego “sema”, que significa señal, y “foros”, que significa portador, es decir, un semáforo es lo que “lleva las señales”. Se usaron mucho en el ámbito del ferrocarril y en los puertos para dirigir las maniobras de los navíos que andaban cerca.

El 9 de diciembre de 1868 se instaló el primer semáforo en Londres. Fue diseñado por el ingeniero ferroviario John Peake Knight, quien se basó en las señales ferroviarias de la época. El primer semáforo era muy diferente al actual, con dos brazos que se levantaban para indicar el sentido del que tenía que detenerse. Además se usaban lámparas de gas de colores rojo y verde para su funcionamiento nocturno. Sin embargo, este primer semáforo era manual, por lo que requería que un policía lo controlase todo el tiempo.

Se imaginan lo que sería tener un policía todo el día atendiendo el cambio de los semáforos. Cosa imposible si tenemos en cuenta que los policías no alcanzan para tantos chorros, miren si van a alcanzar para tantos semáforos.

El primer semáforo automático que utilizaba luces rojas y verdes eléctricas fue patentado por el estadounidense William Ghiglieri en San Francisco, California, hace un siglo, en 1917.

Desde entonces han proliferado de tal manera que, en las grandes ciudades encontrar una esquina que no tenga semáforos es más raro que tortuga con pelos.

Los primeros semáforos eran de color rojo y verde, el amarillo se agregó después. El amarillo viene a querer decir “preparate que ya viene el cambio”, pero es una situación de incertidumbre. Porque el vago juna hacia el semáforo que está en contra a su dirección y cuando ve que se pone amarillo, antesala del rojo, arranca su vehículo sin tener en cuenta que el semáforo todavía no ha cambiado. Por esta adivinación se han producido accidentes que no es bueno comentar en una nota aparentemente de humor.

Los semáforos, obviamente, también sirven para ordenar el tránsito peatonal. Muchos les tienen un gran respeto y cruzan las esquinas apretando el paso y los cachetes por las dudas el semáforo cambie a mitad de camino. Temen que el cambio los sorprenda y no puedan llegar al otro lado.

Son parte del paisaje diario de cualquier ciudad que se jacte de estar medianamente ordenada, nos ordenan ahora sí, ahora no, pero como decía el Miguelito de Mafalda “cruzo porque el semáforo me lo ordena pero también porque yo quiero” .

Tal vez algún día los semáforos se regulen solos, de acuerdo a la densidad de tránsito que hay en una esquina cualquiera y no haya que esperar nada si del lado contrario nada hay.

Verde, amarillo y rojo. Los tres colores que nos ordenan el andar, tal vez habría que agregarle otro color, por ejemplo azul, que signifique “Mire amigo, arrégleselas como pueda”.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA