Por Fabián Galdi - editor de MÁS Deportes digital -
Si las redes sociales constituyen un ámbito en el cual el poder de la fantasía puede transformar a ésta en realidad, lo cierto es que no deja de sorprender la catarata de juicios de valor a toda hora y sobre cualquier foco que centre a la Selección como eje dominante de la opinión pública ipso facto. El representativo nacional está hoy en la mira de una artillería de frases en modo desvalorizante y opiniones en tono de sentencia, casi en el límite entre la ironía y el trato degradante. Ya este fin de semana y en una no menor cantidad de periodistas especializados comenzó a instalarse el más inusual de los pronósticos: la permanencia o no de Lionel Messi en el seleccionado argentino conforme éste se clasifique a Russia 2018 o pierda su chance tanto en las eliminatorias sudamericanas como en el eventual repechaje. Un disparate, quizás, para un futbolista que es - por lejos - el mejor de todos quienes han vestido la camiseta celeste y blanca desde hace más de una década.
Messi está más allá de una valoración circunstancial, sino que hay que ubicarlo en su justa dimensión: un extraordinario talento repleto de cualidades técnicas y con una determinación en sus actos que desemboca en una mentalidad fuerte, de las que deportivamente se describen como altamente competitivas y frecuentemente ganadoras. ¿Quién podría desperdiciar tamaña combinación de potencialidad? ¿Algún DT se animaría siquiera a pensar que no querría a Leo en su plantel? Resulta un dislate suponer que un poseedor de cinco balones de oro decida jubilarse antes de tiempo o no asuma las responsabilidades que su jerarquía demanda: ni más ni menos que la ser la nave insignia de todo proyecto colectivo que sea encarada por el seleccionado nacional, uno de los más de mayor riqueza histórica entre las grandes potencias de todos los tiempos en este deporte.
Apurar los plazos en la etapa formativa de un jugador juvenil suele derivar en un retroceso madurativo del cual ya no hay retorno. Se observa esta característica cada vez más frecuentemente en la Argentina. Un adolescente de entre doce y quince años de edad asoma como una vidriera para que representantes y apoderados ofrezcan beneficios económicos suculentos para el grupo familiar y el club de origen. No es ajeno a ésto el proceso que llevó a Messi desde Newell's al FC Barcelona, pero también es cierto que el trabajo en La Masía tuvo la virtud de que fue modelando la joya con la precisión de un órfebre. En el momento justo y el lugar indicado, ni antes ni después. Con Frank Rijkaard primero y luego con Pep Guardiola. Distinta suerte es la que deviene en casos similares de estrellas precoces, aunque éstas se hallen en instituciones similares o cuando menos que obren como contenedoras del natural desarrollo de las etapas evolutivas.
Los Sergio Kun Agüero, Gonzalo Higuain, Ángel Di María, Lucas Biglia, Nicolás Otamendi, Guido Pizarro, Paulo Dybala y Mauro Icardi que acompañaron la llegada más la consolidación de la era Leo en la Selección tuvieron posibilidades semejantes en cuanto a formación, pero en todos los casos se trata de futbolistas de alto nivel pero nula ubicación en la alto del podio. En ese sitial de privilegio están Alfredo Di Stéfano, Diego Maradona y Messi, en diferentes generaciones, como las tres referencias más exactas de lo que en fútbol se denomina crack. Un fuoriclasse, como describen los italianos. Un fuera de serie, en nuestro idioma. Y son seres humanos, por lo tanto falibles y sujetos a vaivenes emocionales como cualquiera de nuestra especie. Con una conjunción de escollos a resolver que se presentan cotidianamente y cuando menos se las esperan. ¿Cómo no van a estar sujetos a caer en fases en las cuales predominan la angustia y la ansiedad en proporciones simétricas?
Supongamos que el peor escenario posible para la Selección de aquí a ocho semanas sea el de la eliminación directa a la Copa del Mundo 2018. Aunque duela, el presente está abierto a esta posibilidad: menos de tres puntos ante Perú y Ecuador significarían que inclusive hasta el repechaje contra Nueva Zelanda podría esfumarse. Si esta hipótesis se confirmase, la primera pregunta es que sucedería con el cuerpo técnico que conduce Jorge Sampaoli. A simple vista, seguiría en funciones. Máxime cuando aún la AFA sigue abonándole cuotas indemnizatorias a los grupos de trabajo que comandaron Gerardo Martino y Edgardo Bauza.
¿A quién convocaría el entrenador casildense como piedra fundamental del nuevo proceso rumbo a Qatar 2022? Sin dudas, a Leo. Del resto de quienes hoy lo acompañan, muy probablemente a dos tres jugadores; el resto, renovación. Por su propia personalidad, Messi aceptaría el nuevo desafío. No querría dejar cerrado su paso por el seleccionado nacional con una mancha de aquellas que nunca se van a borrar. Tampoco se lo merecería y menos sólo con logros en el Mundial Sub20 Holanda 2005 y los juegos olímpicos Beijing 2008.
Maradona, cuando parecía apartado para siempre de la Selección, fue llamado de apuro por Alfio Basile para jugar el repechaje contra Australia, el cual permitió la clasificación para Estados Unidos 1994. El clamor popular condujo a Diego de vuelta al lugar destinado a los conductores naturales para los objetivos de máxima.
Aunque haya quienes se empeñen en desmerecer el papel de Messi con la albiceleste, toda encuesta seria revelaría que los porcentajes de aceptación para que él continúe en el seleccionado argentino seguramente serían altísimos. Al mejor futbolista del mundo hay que protegerlo y no banalizarlo. Quizá sin abrir la boca - valga la metáfora - Leo canta el himno más visceralmente que muchos de sus detractores.