Seis años en el secano

Seis años en el secano
Seis años en el secano

Más allá de otros viajes más lejanos, o más breves, o más o menos glamorosos, hay uno que prevalece. Ningún otro fue más transformador y sísmico.

A mediados de los 90, en la generación que estaba cumpliendo los 30 años, se produjo una gigantesco exilio de artistas e intelectuales que huyeron despavoridos de la política cultural del Menemismo. Yo no pude.

Pero un día, un director de cultura me invitó a acompañar a una compañía multidisciplinaria de artistas, para recorrer los pueblos más aislados del departamento de Lavalle, formado por la actriz Luisa Calcumín y los cantantes Sandra Amaya y Marcelino Azaguate. Fue la punta del ovillo.

Como parte de un plan descentralizado de la DGE, financiado por el Banco Mundial, se armó un equipo educativo y artístico para dar clases en las primeras escuelas secundarias del departamento.

Se podía llegar a las escuelas albergues sólo a caballo, acompañado de baqueanos, siguiendo una huella imperceptible de 200 kilómetros. Era duro al comienzo.

Pero de a poco, distintos proyectos comenzaron a desarrollarse: en San José, Ricardo Croce abrió la primera radio de la zona; la actriz Laura Bagnato dio clases de teatro; el baterista Gustavo Blanc no sólo enseñaba su instrumento sino que también exploraba uno de sus hobbies: construir enormes maquetas. De repente, un día nos dimos cuenta de que nos habíamos transformado en una enorme compañía itinerante de profesores, en una familia que, más que enseñar, aprendíamos a la par de nuestros alumnos.

En aquellos circuitos de comunidades aisladas, compartíamos sus casas, sus procesiones, sus penas y alegrías, mientras se sumaban a las clases Osvaldo Chiavazza, Máximo Arias, el padre Contreras y Cristóbal Arnold.

Para cumplir con el régimen de clases, me levantaba a las 4 AM, me alejaba campo adentro y me instalaba cuatro días en los albergues. Los chicos la tenían más complicada; ellos hacían el recorrido a pie, vivían diez días allí y en otros cuatro regresaban a sus casas. En seis años, tuve la suerte de entregar diplomas a los primeros egresados con un título secundario.

También hubo otros viajes: un intercambio con escuelas de Malargüe; una visita al Parque Aconcagua y el más impactante fue una semana en Capital Federal con 32 alumnos, con los que visitamos la Casa Rosada, los estadios de Boca y River y el Teatro Colón. Allí presenciamos  un ensayo completo de Mercedes Sosa y Mariano Mores. Toda una sorpresa.

Las lagunas de Guanacache son un auténtico crisol de historias. Tienen un aura mística. Allí se escondieron de la justicia personalidades históricas como Martina Chapanay, en una tierra de infinitos relatos legendarios que se cantan en las fogatas de pueblos de a penas seis casas, como Arroyito, agitados por fiestas religiosas y paganas, carreras de cuadrillas o algún casamiento de cuatro días.

Pero en diciembre de 2001 el Banco Mundial rompió el contrato. El país se derrumbó y los cheques dejaron de llegar. Fue el fin de este maravilloso viaje. Nada volvió a ser igual para mí porque ya era otro. Allá es otro país, son otros valores. Fue una época maravillosa.

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