Por Rodolfo Cavagnaro - Especial para Los Andes
El cruce de conceptos referidos a la inflación, ocurridos esta semana entre el ministro Alfonso Prat Gay y el presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, es una muestra más cómo, desde el punto de vista cultural, la inflación no es mal vista por los argentinos, especialmente por ciertos sectores dirigentes, tanto políticos, como empresarios o sindicales. Incluso, desde las conducciones religiosas se levantan quejas hacia procesos que son consecuencias de la inflación, pero se les asigna la responsabilidad a otras cuestiones. La inflación no es vista como una estafa moral por los líderes religiosos.
Lo cierto es que mientras el ministro de Hacienda afirmaba que la inflación ya no era un problema porque estaba bajando (anuncian un índice para agosto menor a 1%) el titular del BCRA le contestaba que un mes no era demostrativo y que la caída de la inflación llevaba tiempo. Alguien dijo que Prat Gay era un optimista y el jefe de la autoridad monetaria un desconfiado.
Pero, para no quedarse atrás, la ex presidente, Cristina Fernández, dijo que era preferible que hubiese inflación antes que se cayera el consumo, con lo cual hizo profesión de fe del modelo cultural argentino.
La "droga" de la inflación
Las reflexiones de la ex presidente son compartidas por mucho sectores dirigentes como una cuestión emocional, no reflexiva. Primero, vale considerar que durante los últimos cuatro años del gobierno kirchnerista hubo inflación, mercados cerrados a la importación y el consumo no creció demasiado y la economía en general se vino en picada.
Antes, en el gobierno de Raúl Alfonsín, se probó la vieja receta de la escuela de la Cepal, que consistía en aumentar el gasto público y prohibir importaciones para estimular la economía y terminamos en la hiperinflación más inesperada de la historia, ya que hay muy pocas experiencias del tipo que vivimos en la historia mundial.
Hay que reconocer que la droga de la inflación es hija directa de la droga más peligrosa, que es como la Matrix del problema, y es la droga del aumento incesante del gasto público, que tiene, además una veta que lo hace inflexible a la baja, y es la garantía de estabilidad de los empleados del Estado, razón por la cual todo quieren asegurarse algún puesto público para vivir tranquilo a costa de los que no lo consiguen.
La reflexión de Cristina, además, demuestra una ignorancia básica acerca de las características del fenómeno. Es que el consumo, con la inflación, puede mostrar cierta dinámica al principio pero a corto plazo tiende a caer porque se pierde el poder adquisitivo del salario.
Además, cuando hay inflación se pierden los puntos de referencia y los empresarios, que son los que pueden “salvarse”, intentan cubrirse aumentando un poco más. Y como los consumidores también perdieron los puntos de referencia suelen convalidar aumentos porque se hace imposible la comparación.
Otra de las consecuencias de la inflación es que se paralizan las inversiones, ya que al estar los precios distorsionados, nadie sabe a ciencia cierta el valor real de las cosas. Así, se demoran o postergan las inversiones y el que tiene ahorros, prefiere esperar colocando su capital o sus ahorros en moneda dura, o sea, comprando dólares.
El dólar como refugio es, también, un acto reflejo de los argentinos cuando la inflación se comienza a movilizar y, cuando la moneda flota libremente, el vuelco masivo a este ahorro, puede generar aumentos en el valor de la divisa que lleva a nuevos aumentos de precios. Los más sensibles son los que tienen insumos importados y las materias primas que producimos, como los granos, carne, leche y el petróleo. Con todo estos aumentando, la inflación se realimenta y se genera un círculo vicioso que termina en un espiral ascendente.
Las cuentas públicas
El gasto del Estado tiene un efecto más recesivo que expansivo. Es que a medida que crece, el gobierno debe echar mano de nuevos impuestos, que impactan en los cotos de las empresas y en el presupuesto de las familias, quitándoles poder adquisitivo.
Si el crecimiento es moderado y se ajusta a la tasa de crecimiento de la economía, el efecto es neutro, pero si ocurre como en Mendoza, durante la gobernación de Paco Pérez, donde el gasto aumentaba por encima de la inflación y con la economía en recesión. Cuando esto ocurre hay que tomar deuda, que a la larga se transforma en un problema cuando las amortizaciones de la misma ocupan porciones cada vez mayores del presupuesto del Estado.
Aquí vemos claramente que hay una relación causal directa entre el gasto del Estado y la generación de inflación. Por el gasto que crece por encima de la tasa de crecimiento de la economía genera este efecto. Es que, aunque el exceso se financie con aumentos de impuestos o con mayor deuda o emitiendo moneda, siempre la consecuencia será una abundancia de circulante, mayor a la cantidad de bienes y servicios producidos.
Para corregir estos efectos, en lugar de bajar el gasto, o no aumentarlo, los gobiernos tratan de sacar circulante. Para ellos recurren a ciertos artificios monetarios. Primero, el Banco Central aumenta los encajes de los bancos (cantidad de depósitos que las entidades deben inmovilizar) haciendo que aumente el costo del crédito. Un crédito más caro hace más caro producir los bienes y servicios, y también comprarlos.
Luego, cuando este efecto no se puede estirar, el Banco Central toma préstamos del mercado y para ello paga tasas superiores al índice de inflación. Para los bancos es preferible colocar esos préstamos antes que prestar a los particulares. Y lo que prestan lo hacen a tasas altísimas, que terminan paralizando la producción y afectando el consumo.
En la discusión entre ambos funcionarios hay solo un juego sin consistencias. El gobierno de Macri aumentó el gasto y no pudo recuperar recursos porque la justicia paralizó, los aumentos de tarifas. El Banco Central tuvo que fijar una tasa muy alta para que, ante la expectativa inflacionaria generada por la devaluación de diciembre, los ahorristas no fugaran en masa hacia el dólar.
Ahora parece que la inflación está bajando porque baja el consumo y los ciudadanos ya no convalidan aumentos de precios simplemente porque no les alcanza. El problema es que la inflación no baja ni por menor gasto, ni por crecimiento, ni por mayores inversiones. Quizás Prat Gay crea en los milagros, algo tan iluso como lo de Sturzenegger de creer que con artificios monetarios puede contener el problema.
Seguimos subestimando a la inflación y a la adicción de los argentinos a sus efectos alucinógenos.