Son incontables la cantidad de veces que, durante su carrera, la humorista y locutora radial Milka Durán charló con Los Andes para contarnos en qué proyecto se había enrolado. De esas largas y preciosas charlas, compartimos anécdotas y momentos que fueron nodales en su historia.
Qué significaba para Milka el humor. "El humor en mí, lo descubrió Jorge Sosa; estaba en Nihuil y era locutora de turno. Me dijo: "Por qué esas cosas que decís fuera de micrófono no las decís al aire". Con ese equipo de trabajo le sacamos el acartonamiento a la radio.
Su idilio con la audiencia. "Mi relación con el público siempre fue feliz. Sí recuerdo las anécdotas cuando salíamos de gira con el radioteatro. En todas, no podía faltar "la madre", "el muchacho bueno", la "damita" y el "traidor". Recuerdo una escena en la que el traidor le pegaba talerazos a la madre en el escenario... Entonces se subieron dos o tres: "¡Qué te creés, que le vas a pegar a tu madre!", decían furiosos.
Lo que hizo detrás del micrófono. "En la radio he hecho de todo menos cantar. Y eso que fui cantante de tangos. Actuaba en un lugar que se llamaba Recreo, al aire libre, donde se sentaba la familia a tomar sangría, el licor de los mendocinos. Tenía 17 años".
Cómo y por qué surgió su nombre (el real era Sara Ofelia Carmona). "Antes trabajar en la radio era bastante fulero por lo que te decían la familia y los vecinos… ¡Era como estar en un cabaret! Por eso me cambié el nombre y me puse Milka Durán. Te lo hacían sentir en el barrio 'Aquella es una loca, quién sabe qué ha hecho para estar donde está', decían. Y creían que los hombres eran todos cafishios. Y nada que ver, por supuesto. Fui a ver una película de Mirtha Legrand al cine Recreo, a donde íbamos con mi mamá todos los lunes porque la entrada constaba 20 centavos, y ahí vi un cartel que decía 'Grandes Almacenes Durán' y decidí tomar ese apellido. Después en la escuela escuché que pasó una chica que se llama Milka y decidí usar ese nombre".
Épocas difíciles. "Durante el proceso (se refería a los años de la última dictadura militar) la pasé mal. Todos saben que me encanta contar cuentos, y una vez que yo estaba de turno, mis compañeros me pidieron que les cuente uno. Cuando lo hacía se estaba oyendo música, y justo cuando lo rematé abrieron el micrófono, asique se escuchó la palabrota (risas). Me suspendieron un mes".
Cómo vivió esa censura. "Me hacían cumplir horario pero sin trabajar, y tampoco podía cobrar. Yo tenía a mi hijo chiquito y no sabía qué iba a hacer, pero no me preocupé mucho porque me habían pasado peores, pero resultó que al final del mes, cuando todos cobraron, vino Oscar Rodríguez y me dio un sobre. Me dijo: 'de tus compañeros que te queremos mucho'. Habían puesto una parte proporcional de su sueldo hasta completar el sueldo que me habría correspondido… Ese tiempo fue doloroso, pero uno tiene que rescatar lo bueno: ese hecho me sirvió para demostrar que la radio era como tener otra familia".
El día en que entró a la radio por primera vez. "Me metí al auditorio y contesté bien una pregunta sobre cine. A un señor que estaba ahí le gustó mi voz, porque a los 11 años tenía el mismo tono que ahora, y como me vio bastante desenvuelta me pidió que leyera algo. Imaginate, siendo una niñita que estaba al salto por un peso, me volví a mi casa con un kilo de leche en polvo y medio de café instantáneo, cuando lo único que tomábamos era mate de leche. Ese mismo día me ofrecieron quedarme y así fue. Recuerdo que me pidieron que hiciera la voz un poco más gruesa, porque iba a interpretar a una madre, que en realidad era un personaje que Tita Merello tenía en una columna nocturna en Buenos Aires, en la época del radioteatro".
El recuerdo más fuerte de esas épocas de niña trabajando en la radio. "Fue cuando grababa en acetato avisos para el señor León, el dueño de casa Las Heras, porque él quería que mi voz saliera en otros lugares. Aunque la mayoría de los anuncios se hacían en vivo, en distintos horarios. También hice publicidad para grandes marcas de jabón y de caldo, que se pedían desde Buenos Aires, cuando alguien me escuchaba".
Furcio histórico. "En una presentación en un auditorio, paso un aviso de una casa de ropas. Y en vez de decir 'pulóveres de pura lana', dije muy suelta y clarito: 'Señoras, pulóveres de puta lana'. La carcajada es la misma de ayer".