Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com
Una de las metáforas más rotundas del mundo en que vivimos se escenifica en un film surcoreano recientemente estrenado en Mendoza.
Se trata de "Invasión zombie", que cuenta cómo los zombies se apoderan de un tren y van contagiando con su mal a los pasajeros. Los resistentes se han refugiado en un vagón y desde allí esperan ser salvados. De pronto un grupo de sobrevivientes viene corriendo hacia ellos y el primer reflejo humano de los protegidos es abrirles la puerta ante que se los coman los muertos vivos. Pero uno con ínfulas de déspota les dice que no existe ninguna garantía de que ya no estén infectados y entonces la duda comienza a corroerlos a todos. Gente asustada pero solidaria frente al peligro, organizadas colectivamente para sobrevivir, buena gente en general, de pronto reciben el bichito de la duda y comienzan a ver a todos los que no están con ellos dentro del vagón, como distintos, como infectados. Finalmente los hacen entrar ante la evidencia rotunda de que están sanos, pero ya nada es lo mismo. Los miran con desconfianza y los recluyen en un ghetto dentro del mismo vagón; los separan como parias, por si las moscas. Ya serán considerados para siempre como infectados por el solo hecho de provenir de afuera del vagón mientras que los de adentro ya no podrán sacarse de encima la enfermedad del odio y la desconfianza hacia el otro, la paranoia y la xenofobia. Todo inculcado por una sola persona que lo que en el fondo quería era salvarse él solo, como lo demostrará en todo el resto del film.
Para quien vea la película le será imposible evitar hacer una comparación con la realidad actual en el sentido de que cuando la gente está muy asustada, basta un discriminador con vocación de liderazgo para contagiar a toda una población con el desprecio, el temor y el rechazo hacia los que creen no son o pueden no ser como ellos.
Ese sentimiento de miedo al zombie es lo que está haciendo surgir estos nuevos experimentos como el Brexit o el trumpismo, que parecían ya definitivamente enterrados en el pasado o al menos circunscriptos a las teocracias medievales que aún pululan en Medio Oriente. Sin embargo se están instalando con fuerza inaudita en el corazón de Occidente. Y si bien empiezan acicateados por el miedo, de a poco éste se va convirtiendo en seducción al hacer aflorar en las almas colectivas sus sentimientos atávicos, los de la identidad primaria que se siente amenazada frente a un progreso que parece incontrolable. Al miedo se le complementa con un renacer identitario, donde el infierno es el otro y por eso hay que encerrarse, aislarse, protegerse, aferrarse al nacionalismo más cerril con un neopatrioterismo convertido en agresiva seudoreligión al definirse más por el odio al extranjero que por el amor a los propios.
Instintivamente, Donald Trump ha reunido todos esos prejuicios en su sola persona y con ellos se propone liderar el mundo, aunque diga que sólo le interesan los EEUU. No, lo que quiere es volver a los EEUU del gran garrote y del imperialismo feroz, pero en un nuevo tiempo y por ende con nuevos métodos.
El nuevo presidente de los EEUU es una réplica postmoderna del cowboy liberal y conservador que tan bien supo expresar John Wayne en el cine y en su propia vida. Pero este nuevo émulo del viejo cowboy si bien quiere expandir su dominación a toda la humanidad, es a la vez un proteccionista temeroso de que se le pueda ir el imperio de las manos. Posee el estilo fundacional de los EEUU imperiales pero a la vez comprende el riesgo de la decadencia imperial y busca protegerse del mundo. En última instancia, como el déspota de la película de los zombies, lo único que le interesa es salvarse él y a un EEUU hecho a su imagen y semejanza.
La globalización creada luego de la caída del muro, impulsada desde Occidente hacia todo el mundo, fue la mayor productora, a la vez, en toda la historia de la humanidad, de clase media y de desigualdad. Generó productividad tecnológica y financierización especulativa del capital, por igual. Casi todos los países crecieron como nunca, pero a la vez se multiplicaron las distancias dentro de los países entre los que más crecieron y los que menos crecieron, de modos desproporcionados, como suele ser siempre en los inicios de cada etapa "destructiva creadora" del capitalismo. Donde muere todo lo viejo (lo bueno y lo malo) mientras nace todo lo nuevo, también sin distinguir entre lo mejor y lo peor. Que esa será tarea de políticas que le den sentido humano al progreso.
En la historia de la humanidad, la inclusión crea más aspiraciones, mientras que la desigualdad crea más resentimiento. Por eso en los países emergentes donde la globalización creó la clase media más grande de la historia, las aspiraciones se imponen sobre el resentimiento a pesar de la desigualdad y todos quieren seguir progresando. Pero en los países que supieron ser centrales, ahora que los emergentes se les acercan, el resentimiento se impone sobre las aspiraciones y surge el intento de querer volver atrás.
Más que antiglobalización, lo que Trump propone es una reformulación de la globalización que siga produciendo desigualdad pero que deje de producir inclusión en los países emergentes, como la actual globalización, esa que empezó con la caída del muro de Berlin y que se intenta hacer finalizar con el muro de México.
El primer experimento del nuevo orden es, entonces México. Trump les dice: no queremos sus inmigrantes ni queremos que se lleven nuestras fábricas, no queremos ninguna integración continental con ustedes. Fuera de eso estamos dispuestos a tratar cualquier convenio bilateral del modo en que corresponde, de imperio a colonia, no de dos países integrados en un proyecto continental que incluye mas países. Eso es darle igualdad a los inferiores.
Eso quiere Trump, este John Wayne aislacionista. Es el viejo Imperio que revive pero proteccionista porque ya no tiene la fe en si mismo que tuvo antes. Esa fe que la llevó a expandirse abriendo las puertas propias y proponiendo abrir las ajenas para de ese modo quedarse con todo aquello que en el mundo se abriera a él. Y a quien no se quería abrir, lo abría por la fuerza. Ahora su poderío consiste en encerrarse y desde allí contraatacar. Cuenta para ello con dos fabulosos aliados, tanto por izquierda como por derecha, tanto en los EEUU como en el resto del mundo: el del miedo que inspira el progreso y el de la seducción que inspira la barbarie.