Autor: Nicolás Cassese
Editorial: Sudamericana
Páginas: 188
Precio: 119 pesos
(fragmento) ... Ese año Tupa también volvió al taller, al que ya iban algunos de sus compañeros del San Juan, y ahí sí se convirtió en un incondicional de Malenchini. Era el mejor alumno de sus clases y su ayudante, pero no era el único fanatizado: alrededor de Peter se había formado un grupo de chicos que lo seguían con devoción y a los que él cautivaba con cuentos e invitaciones a su casa.
Además de los talleres, las clases en el colegio y los encuentros en su propia casa, los campamentos eran el otro escenario donde Peter ejercía su poder de convocatoria. Pese a que no estaban organizados de manera oficial por el San Juan, el colegio avalaba la iniciativa y hasta aportaba algún celador más conservador para controlar a Malenchini, pero era en vano.
Los campamentos -que solían ser en Córdoba en invierno y en Bariloche en verano- eran el reinado de Peter y allí, rodeado de chicos de once y doce años, desplegaba sus encantos y administraba con celo el privilegio de estar cerca de él. En el medio de la sierra o la montaña, lejos del San Juan, de San Isidro y de los padres, Malenchini era el sol alrededor del cual giraba un grupo de niños fascinados y ansiosos por ser uno de los elegidos.
En el viaje a Bariloche para el campamento de sexto grado, a Tupa le tocó el privilegio de acompañar a Peter en el auto, un lujo reservado para el preferido. Mientras se imaginaba a Banca, Nico, Charly y el resto de sus compañeros del colegio amontonados en el ómnibus que él había logrado evitar, Tupa se perdió en el paisaje que corría por la ventanilla. Había sido un día largo y, cuando la oscuridad le impidió seguir distinguiendo formas, cerró los ojos para descansar. Adelante, separados por el asiento alto y continuo, viajaban un preceptor del San Juan, que manejaba, y un alumno mayor, que le cebaba mate.
Conversaban distraídos haciéndose oír sobre la música del pasacasete, ajenos a Tupa y a Peter, los pasajeros del asiento de atrás, que dormitaban en silencio, ensimismados cada uno en sus pensamientos, hasta que Peter deslizó su mano por el cuello de Tupa, lo atrajo hacia su falda y lo recostó sobre su pene, que se asomaba tieso por entre los pliegues del pantalón.
Afuera, la noche cerrada se apretaba contra el auto.