"Para qué te vas a tirar abajo si tenés todo servido en bandeja", dice con seguridad Sebastián Sesto (22) un mendocino que en 2006 tuvo un accidente en bicicleta que lo dejó en silla de ruedas. Lejos de bajar los brazos, el joven transmite energía pura y confirma que, más que nunca, querer es poder.
Hoy, el chico que tuvo que madurar rápidamente a fuerza de lo que le ocurrió, parece un experto en medicina. Sabe de prótesis, de tornillos, barras de titanio, tensores y huesos de la columna entre muchos otros conceptos que aprendió en estos seis años que pasaron desde aquel día en que su historia cambió.
"A los 16 años pensás que te podés llevar el mundo por delante, pero me lo llevé de frente. Ahí me di cuenta que no podés contra todo, porque el accidente fue el no poder hacer nada. Pero yo seguí luchando porque siempre quise hacer todo solo", cuenta y por debajo asoma una saludable obstinación que lo llevó, por ejemplo, a superar todas las expectativas de los médicos que lo trataron en el proceso de rehabilitación.
Actualmente, Sebastián reparte su tiempo entre la facultad de Ingeniería - estudia Mecatrónica - clases de francés, su novia Sabrina con quien está saliendo hace un año y cuatro meses, su familia y sus amigos, compañeros indispensables de cada fin de semana para ir bailar.
El accidente que lo llevó a bajar hasta 25 kilos de peso le dibujó otro destino, pero eso no fue impedimento para seguir avanzando. Así lo confirma con palabras que sorprenden: "Nunca necesité psicóloga. Para lo único que los he usado es por problemas amorosos o por la facultad, pero no por la discapacidad, porque aunque tuve períodos fuertes, nunca nadie me dejó tirado".
El accidente y el miedo
En noviembre de 2006 Sebastián se estaba preparando para competir en Mar del Plata. A los 16 años, el mendocino ya era federado a nivel nacional y se entrenaba diariamente para estar entre los primeros del bicicross nacional.
Pero un salto desafortunado hizo que la bicicleta cayera de punta. En ese momento la rueda se trabó y lo impulsó hacia adelante, hacia el piso. Sebastián yacía en el suelo casi sin poder respirar o hablar y sus movimientos eran muy limitados.
Mientras sus preocupados compañeros esperaban la ambulancia, su entrenador, Federico Simari, tuvo la precaución de no tocarlo aunque como Seba no respiraba tuvo que apretarle la boca del estómago para que siguiera ingresando aire al cuerpo del accidentado.
"Anduve de un hospital a otro porque los médicos tenían miedo de tratarme. Era una lesión muy delicada y el riesgo de muerte era grande", desliza el joven hablando de la muerte como si fuera una amiga a la que prefirió no conocer.
Y comenzaron a sucederse los especialistas. El doctor Pablo González fue quien le fijó la cabeza, lo inmovilizó y le dio corticoides y analgésicos. Luego el neurocirujano Chávez le practicó una cirugía en el hospital Italiano y una semana después le practicó una nueva intervención.
En esta última determinaron que el bulbo raquídeo se le había explotado a la altura de las vértebras c1 y c2. "Estuve 15 días más en el hospital. Mientras los médicos le decían a mis padres que no iba a salir adelante, que no vendieran nada para pagar las operaciones. Porque según los libros yo estoy muerto por mi lesión. Solo Dios sabe por qué me salvé", asegura.
Dos semanas más tarde, Sebastián, siempre con su vida pendiendo de un hilo, fue sometido a una nueva operación, donde le fijaron la cabeza tras colocarle barras de titanio, tornillos y tensores. Así, seguía vivo, aunque sus movimientos eran mínimos.
Luego, comenzó la etapa de rehabilitación, pero, al menos en la primera parte no fue muy exitosa. "Estuve 40 días en una clínica de Mendoza - una de las más conocidas - pero no logré nada. La mayoría de los que me atendieron eran chicos practicantes con predisposición, pero con muchos pacientes y no me podían dedicar mucho tiempo", dice Sebastián sin nombrar a la clínica pero aclarando que "todos los que hacen rehabilitación la conocen".
Dos meses después del accidente, el chico ya tenía 25 kilos menos. Por ese tiempo, junto a su familia, decidió viajar a Buenos Aires para hacerse atender en la clínica Fleni, la misma donde estuvo internado el cantante Gustavo Cerati. Allí estuvo tres meses.
A partir de ese momento su calidad de vida mejoró considerablemente según él, gracias a que le mostraron un mundo de posibilidades en la discapacidad. Pero el dinero que la familia había invertido era considerable - unos 105 mil pesos en el Fleni - y las prestaciones que OSEP les daba - su obra social por aquellos tiempos - no les servían. Por suerte, su otra pre-paga, Osplad con el tiempo les devolvió el dinero.
De todas formas, su ánimo era tal, que otros chicos en su misma situación iban a verlo para que les contagiara alegría y esperanzas. "Le servía de psicólogo a los demás", dice con simpleza, olvidándolo todo. Además, en los últimos días se ofreció a hablar con Damián Blanguetti - el mendocino que se accidentó en México - para contarle su experiencia.
De vuelta a Mendoza
Todo había quedado pendiente. Desde el accidente, Sebastián no había podido asistir a la escuela técnica Emilio Civit, de Maipú y primero polimodal le había quedado a medio terminar. Pero por suerte, directivos y profesores le dieron una mano muy importante para que continuara. Tanto, que construyeron rampas y pusieron los cursos en la planta baja para que pudiera desplazarse sin problemas.
Así, desplazándose en silla de ruedas retomó la escuela. "Aunque tenía miedo, me abrieron todas las puertas. Una a una fui rindiendo todas las materias y mientras cursaba segundo pude sacar todas las de primero", relata y agrega: "Tornaba, fresaba y soldaba como cualquiera".
En 2009 se recibió a la par de sus compañeros de siempre y rindió examen para ingresar a Ingeniería Industrial para luego comenzar los estudios en Mecatrónica. Ahora, su próximo objetivo - lleno de esperanzas - es continuar su educación universitaria en Francia para lo cual está estudiando el idioma de aquel país.
A la par de su rol como estudiante, debía seguir los ejercicios de rehabilitación junto a Ricardo Goicochea más teniendo en cuenta que al año del accidente había roto una de las barras de titanio de su cuello haciendo fuerza y esto le había dado posibilidades de mayor movimiento.
El alma de la fiesta
Como todo adolescente, Sebastián, desde que puede, no deja de salir a bailar con sus amigos. Es más, generalmente es quien maneja - antes un Peugeot 206 adaptado y ahora un Honda Fit Automático - para llevar a los demás al boliche.
"Salgo a bailar a la par de todos, tomo a la par de todos y me divierto como todos", dice con una mirada cómplice a su madre Mabel Statella, quien lo acompañó para la entrevista, y quien parece feliz por la energía de su hijo.
Aunque pueda resultar extraño ver a alguien en silla de ruedas en un local bailable, a Sebastián poco parece importarle. De hecho, durante un tiempo fue tarjetero de Al Sur, un local de Chacras de Coria.
"No he tenido situaciones fuertes en donde me miren mal. Además, mis amigos aprovechan a entrar conmigo porque generalmente entran gratis", cuenta con una sonrisa que a esta altura resulta contagiosa y que distiende cualquier situación.
Y las anécdotas siguen, pequeñas o grandes, pero imperdibles. Porque su historia recién está empezando. Y aunque él no se cree capaz de llevarse el mundo por delante, lo está logrando a fuerza de una voluntad de hierro. Más firme que las barras de titanio que le colocaron en su espalda.