Sebastián Crismanich persigue una nueva medalla, ya no en el tatami olímpico pero con la misma pasión: “No me voy a detener hasta cumplir el sueño”, sostiene. El objetivo es la Casa Garraham, en Chaco, edificio que se levantará con la solidaridad de los vecinos.
Como deportista, Crismanich dejó su huella. Un legado. Él, junto a su equipo y a su familia, creyó que una medalla era posible en Londres 2012. Y lo hizo, contra todos los pronósticos.
“El oro olímpico le demostró a mucha gente que soñando todo es posible”, dice hoy, a cinco años de aquel momento inolvidable.
Pero claro, ese tiempo ya pasó. El taekwondista correntino se retiró hace poco más de un año, a causa de sus lesiones recurrentes, pero lejos de bajonearse por un abandono forzado, a los 29 años, decidió reinventarse, como le gusta decir a él.
Se trazó otros objetivos y volvió a soñar. Y en grande, como marca su historia. Lo hizo por el camino de la formación, con capacitaciones para transformarse en un mejor dirigente.
En el camino del hacer, como siempre se caracterizó, brindó charlas en ciudades, colegios y empresas; por el camino de pensar en el otro, con actitudes solidarias notables como ayudar en la construcción de la Casa Garraham en Chaco, a pocos kilómetros de su casa.
“Apunto a ser parte de un cambio cultural, a través de la gestión y para eso me estoy capacitando y, a la vez, trato de transmitir mi experiencia a las nuevas generaciones", explica Sebastián.
Crismanich no para. Su agenda está tan (o más) cargada que cuando era deportista. “Tengo la libertad de poder viajar o hacer actividades sin pensar en que me tengo que cuidar o descansar. Estoy más relajado mentalmente y disfruto de mi nuevo rol”, cuenta.
Sebastián, además de ser el esposo de Melisa y padre de Zamira (17 meses), es presidente de la Federación correntina de taekwondo, tiene dos academias junto a su hermano Mauro (en breve abrirán una en Avellaneda y otra en Lanús), viaja permanentemente para dar charlas y capacitarse, y es miembro de la Comisión de Atleta del Comité Olímpico Argentino (COA).
“Te vas cambiando el disfraz pero siempre buscando el mismo objetivo, mejorar el deporte argentino desde mi lugar. Estoy 100% comprometido, creo que son necesarios algunos cambios para que sobre todo los deportistas del Interior no sufran lo que tuve que pasar yo y por lo cual muchos se quedan en el camino”, comenta.
Con la academia, explica, “buscamos contagiar con nuestra presencia, con la historia que tenemos con Mauro. Que los chicos tengan sueños y metas”. Desde la Federación tiene un rol activo, lejos de la formalidad del cargo. “Nunca se vio un presidente que entrene chicos y yo lo hago. Así me gusta transmitir.
Queremos generar una cultura del entrenamiento y contagiar valores porque primero está la formación de la persona, los resultados llegan como una consecuencia”, asegura a quien lo desvive ambición de que "otro chico pueda llegar a ser olímpico, como yo".
En los últimos días estuvo en Buenos Aires para seguir con el curso de Gestión y Administración Deportiva que se dicta en el COA, y participar de Academia Olímpica, un programa de solidaridad que viene del COI.
“Todo me ayuda a generar proyectos, como el de captación de talentos. Mi idea es trabajar de una forma descentralizada porque muchos chicos del Interior se quedan en el camino, a veces pese a tener incluso más talento que los de Buenos Aires", argumentó.
Hay proyectos que lo apasionan y otros, lo conmueven. Como la Casa Garraham -en Chaco- a la que ayuda como embajador de la Huella Weber, (programa solidario de Weber Saint Gobain).
“Es increíble. Es mucho más que mi sponsor. Te compromete a ayudar. Y este edificio, que se levantó gracias a gente que colaboró desinteresadamente levantando las paredes, tendrá un rol muy valioso. Muchos chicos de estas zonas olvidadas del país deben ir a atenderse en el Garraham en Buenos Aires y ahora esa realidad podrá cambiar”.
“Yo pasé por lesiones muy difíciles y, teniendo la chance de rehabilitarme en Estados Unidos, quería estar en Corrientes con mi familia. Y así me recuperaba más rápido. Imaginate estos chicos que tienen enfermedades graves…”.
Crismanich aseguró haberse emocionado cuando visitó el lugar. “Me recordó todo lo que viví de chico. Con 8 años le dije a mi mamá que quería ser campeón olímpico y ella me respondió que si trabajaba duro, todo era posible.
Con el paso de los años me di cuenta lo difícil que era, pero ya no podía volver atrás. Acá pasa lo mismo; cuando la gente levantó la primera columna se dio cuenta que lo que quedaba era mucho más de lo que pensaba, pero el objetivo es tan grande que ya nadie se va a detener… Y yo tampoco hasta ayudarlos a completar el sueño”, subrayó.