Los historiadores atribuyen al general Manuel Belgrano el siguiente pensamiento: “Mucho me falta para ser un verdadero Padre de la Patria, me contentaría con ser un buen hijo de ella”.
Más cercana en la historia, aunque más ajena a nosotros, surge la frase célebre que el estadounidense John Kennedy pronunció durante su discurso de asunción presidencial: “No te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate que puedes hacer tú por tu país”.
Sin ánimo de caer en un chauvinismo simple, preferimos las palabras del creador de nuestra Bandera, básicamente porque -en este caso, como en muchos otros- los ejemplos extranjeros no nos hacen falta.
Como sea, tanto la idea de Belgrano como la de Kennedy cotizarían alto en cualquier curso de motivación y liderazgo (“No nos pongamos delante de los proyectos, sino al servicio de ellos”, diría convencido el coach frente al Power Point).
Pero por venir de quien viene -uno de nuestros máximos próceres nacionales y uno de los hombres con mayor protagonismo del siglo XIX- sus palabras cobran trascendencia y significado especiales.
Belgrano -vamos con él- era un exitoso abogado, político y economista, que no dudó en abandonar sus escritorios de Buenos Aires para conducir castigados ejércitos en el lejano Norte, asumiendo enormes desafíos sin tener antecedentes militares y, para peor, en pésimas condiciones de salud.
Mientras tanto, cuando nos preguntamos entre amigos, vecinos, compañeros de trabajo o en la fila del banco qué sociedad queremos, qué provincia soñamos para nosotros y para quienes nos sucedan (la propuesta central de este suplemento 133° aniversario de Los Andes), las respuestas son múltiples, pero se estructuran sobre tres denominadores comunes.
1) Parten de un severo y oscuro diagnóstico: "Estamos mal" en salud, educación, vivienda, seguridad, ética pública, cultura, deportes... Y la lista puede ser interminable.
2) Buscan a los responsables de ese magro presente, con la afanosa necesidad de encontrar culpables, con espíritu de "consultores externos" que llegaron aquí por el Paso de Chile o el Arco Desaguadero, con probadas recetas de salvación.
3) Exponen sus ideas y proyectos salvadores, con objetivos, plazos y "asignación de personal" responsable de llevarlas al venturoso porvenir.
Un par de ejemplos: pretendemos -con derecho- que la Municipalidad limpie la ciudad, pero no nos importa usar sus acequias como cestos de basura.
Exigimos -con razón- que los funcionarios no roben ni se corrompen, pero no evitamos ni condenamos con la misma energía los pequeños y grandes hechos ilícitos que se cometen en la esfera privada y particular.
En suma, las cargas siempre pesan sobre las espaldas de los otros. Nos olvidamos de aquel noble espíritu belgraniano, que nos invita a ser y sentirnos “buenos hijos” de esta tierra y trabajar para acercarnos un poco a la Mendoza que soñamos.