Luis Abrego - labrego@losandes.com.ar
Los que hasta ayer “daban la vida” por Néstor y por Cristina (como hasta antes de ayer ya la habían dado por Menem y luego por Duhalde) comenzaron a romper el cascarón del nuevo ciclo incubado durante doce años en el peronismo.
El quiebre del bloque de diputados nacionales del Frente para la Victoria (FpV) fue la cristalización de lo que en soledad fueron expresando inicialmente los hermanos Rodríguez Saá, pero también el cordobés De la Sota quienes nunca se disciplinaron ante el kirchnerismo. Pero mucho más cerca en el tiempo, lo que terminó intentando capitalizar la candidatura de Sergio Massa, y lo que un gran sector del partido (y también de la sociedad) le pedía -en vano- a Daniel Scioli.
¿Qué le pedía? Una mirada introspectiva, sincera, despojada de la férrea obediencia que les permitiera ver errores, corregir rumbos, rectificarse. Nada de eso es posible en el sórdido entramado K cuya Meca es El Calafate. Esa propensión al rigor que el propio Massa supo definir como “de látigo y billetera” y cuyo papel le cabía de maravillas a Cristina Fernández sólo podía prolongar su existencia con un triunfo de Scioli. Pero eso no ocurrió.
Este desmoronamiento, no sólo de algunos símbolos del kirchnerismo, sino también de algunas de sus figuras como Milagro Sala, es el derrumbe de un ciclo político efectivo (si es que todavía es prematuro hablar de éxitos o fracasos). Hoy por hoy, el kirchnerismo -al menos en su versión netamente justicialista- es un enfermo terminal.
Podrá subsistir como expresión de otros sectores que no provienen del peronismo, pero difícilmente aglutine mayorías en un partido político que le cedió el timón mientras ese liderazgo aseguraba ganar elecciones, pero que una vez que perdiera su eficiencia, iba a desplazarlo.
Tal como empezó a suceder esta semana, por más que Máximo Kirchner, en un intento desesperado por evitar más fugas haya logrado el compromiso de un puñado de intendentes bonaerenses para firmar un comunicado que dijera que “kirchnerismo y peronismo son la misma cosa”. No es necesario ser peronista para saber que eso no es así.
Es que el peronismo “de siempre” ha tomado nota que de prevalecer y continuar con las políticas y ese estilo autosuficiente y sobrador que Máximo como líder de La Cámpora también encarna con una pasmosa naturalidad, será muy difícil “volver a enamorar a la sociedad” como les gusta decir a los peronistas. La tensión pasó a la acción.
Sólo hay que prestar atención a las declaraciones de uno de los rupturistas, el mendocino ex intendente de Las Heras y ahora diputado nacional Rubén Miranda. De sus dichos se desprende que el kirchnerismo duro está apostando al fracaso de Mauricio Macri y que está dispuesto a trabajar para ello. Por eso, el nuevo Bloque Justicialista propone ser una “oposición racional” (con lo que dan cuenta que el kirchnerismo no lo es, o no pretende serlo).
También asegura que no se puede apostar “al caos” para después intentar “volver” como salvadores de la Patria. “Nosotros queremos ganarle a Macri y recuperar el poder en un país al que le vaya bien, porque si le va mal al país, le va mal a la gente”, han repetido los díscolos. Un clásico del relato K que compró la fábula que después del helicóptero que se llevó a De la Rúa, sólo Néstor pudo recuperar la institucionalidad, sin considerar toda la responsabilidad que tuvo el PJ para que explotara la crisis de 2001.
Además, los separatistas aseguran que en el peronismo en general, todos siguen actuando como si hubieran ganado la elección. “Nadie parece darse cuenta que la gente nos puso en el rol de opositores, que perdimos, que ya no gobernamos el país...” se quejan amargamente.
De hecho, durante la convocatoria del Consejo Nacional partidario que se realizó pocas horas después del anuncio del quiebre del bloque, el desfile de los Aníbal Fernández, los Zannini, los Parrilli, los Kunkel y otros emblemáticos personeros del anterior gobierno, como Beatriz Rojkés, la mujer del cuestionadísimo ex gobernador de Tucumán, José Alperovich, no se escuchó una sola frase de autocrítica tanto por la derrota nacional como en algunos distritos significativos como la provincia de Buenos Aires, Mendoza o Jujuy.
Asimismo, quienes desafiaron al kirchnerismo en el Congreso dicen que ni la pluralidad, ni el respeto a las distintas realidades nacionales puede ser un elemento de análisis en ese espacio “netamente pingüino” que abandonaban.
“Nosotros interpretamos a los gobernadores e intendentes peronistas”, dijo Miranda a Los Andes a pocas horas de hacerse público el documento rupturista. Es que el centralismo que el kirchnerismo acentuó durante estos años para la distribución discrecional de fondos con el objetivo de someter a las provincias, ha generado un esquema de desequilibrios e inestabilidades que hace que la economía de muchos gobernadores sea inviable si la Nación hoy decidiera dejarlos en la sala de espera de los despachos de los ministros de la Casa Rosada. El ejemplo más cercano es el del propio Francisco Pérez, que pese a ser “un soldado de Cristina” y por razones aún no del todo claras, en los últimos meses, sólo recibió desplantes y destratos cada vez que viajó a plantear las urgencias financieras de Mendoza.
Tantas razones para el cuestionamiento parecen haber sido anticipadas por el gobernador salteño Juan Manuel Urtubey incluso en campaña, cuando buscó ser la válvula de escape de un sciolismo que no sabía cómo hacer para diferenciarse de Cristina sin que se le notara demasiado (o lo que es peor aún, sin que la ex presidenta se enojara).
En todo caso, la osadía de estos diputados parece ser el comienzo no sólo de un bloque más numeroso, sino también de un rumbo mayoritario que podría tomar el peronismo para reinventarse y aislar al kirchnerismo para beneplácito de Mauricio Macri (y aquí de Alfredo Cornejo). Un renacer, una de las tareas preferidas del PJ, y que por esto días llevó a la perfección el ex ultra K, luego ultra sciolista, Diego Bossio.
Es inevitable que al final de ese camino (las presidenciales de 2019) hoy sólo aparezcan dos opciones si el peronismo pretende ser competitivo: Massa u Urtubey. ¿Imaginan a La Cámpora, o a Sabbatella, o a los chavistas argentinos militar alguna de esas candidaturas? Probablemente no, pero habrá quienes de todas formas no tendrán reparos a la hora de las justificaciones. Como no los tuvieron a la hora de intentar presentar a Scioli como un líder progresista de centroizquierda...
En Mendoza, la cautela tiene sus propios modos. Aquí la ebullición nacional tiene como componente adicional la irremontable debacle que significó el fin del gobierno de Pérez. Todavía esa autocrítica y ese debate no ha sido dado, y por ende, aún no está saldado.
Más allá de imputaciones personales, el justicialismo todo se siente responsable por su última experiencia de gobierno. Y de hecho, sus principales referentes (o al menos los que quedaron en pie) han puesto la cara por los que no están y por los que admiten en off, no quieren que ni aparezcan: Pérez y Ciurca.
En ese sentido, la convocatoria para el próximo lunes 15 en Tunuyán, servirá como catarsis y como un intento de salir de la parálisis. Allí, los hermanos Félix por un lado, y los Bermejo por el otro, buscarán dar los primeros pasos para consolidar el poder interno y orientar el partido según sus aspiraciones frente a un sector hoy desdibujado como La Corriente.
Restará ver el juego del núcleo K que expresan los diputados nacionales Guillermo Carmona y Anabel Fernández Sagasti, defensores férreos “del modelo”, críticos de la ruptura nacional y desafiantes de quienes aquí la avale.
Aunque, en ese sentido, no deja de ser llamativo que la actitud de Miranda casi no haya cosechado reproches de la dirigencia del PJ local. Es que en realidad, como expresó la senadora Patricia Fadel, lo que está surgiendo es “un nuevo liderazgo” en el peronismo y que en todo caso, los estertores del kirchnerismo se amplifican porque lo que viene -entiende- puede ser superador. Aunque por estas horas sólo alcanza con que sea diferente.