Al principio de la relación nunca era suficiente: dormir juntos una vez por día les parecía poco. Sin embargo, con los años, las ganas de tener sexo cedieron, y el otro ya no responde a los avances a veces insistentes, otras veces sutiles de su media naranja.
Si esto le pasa a sólo uno de los integrantes de la pareja, la situación puede desatar un conflicto bastante pesado. Por eso, cuanto antes se trata de llegar al meollo de la cuestión, mucho mejor.
Para muchos sexólogos, el problema central es que las parejas dejan de mirarse en el día a día y pierden con ello contacto, tanto espiritual como físico. Un estrés grande en el trabajo o los cambios que implican para una pareja los primeros meses de un bebé recién nacido pueden mermar el apetito sexual.
También pueden llevar a que uno de los integrantes de la pareja se muestre esquivo ante los avances del otro; la falta de sueño; las enfermedades del hígado, de la tiroides o los cambios hormonales relacionados con la edad.
La mayoría de las personas atribuye sus problemas sexuales a cuestiones físicas y por eso acude, en primer lugar, a su médico de cabecera. Este primer paso es importante para descartar causas físicas. Sin embargo, no basta con esto, ya que no resuelve los problemas que puede haber en la pareja.
Entonces vuelve a pasar: uno de los dos quiere, el otro no. Una primera solución puede consistir en preguntar en un momento tranquilo al otro, amablemente, en lo posible con un poco de humor, qué le está pasando.
En la charla quizá salga que se tienen problemas en el trabajo que quitan hasta las ganas de tener sexo. En esta situación, puede ayudar pensar con el otro cómo manejar mejor el estrés en el trabajo, por ejemplo. O quizá la pareja no se anima a intimar porque el bebé recién nacido duerme en su cuna, muy cerca de ellos. En ese caso, la situación puede ser tan simple como armar un cuarto propio para el bebé.
Si bien la mayoría de las parejas habla de muchas cosas -los vecinos, el caño roto, la situación política del país-, muy pocas hablan de lo que realmente importa: ellos mismos. Hacerse un rato para hablar de los deseos y necesidades sexuales del otro, de sus temores y miedos, es un buen ejercicio para cualquier pareja.
A veces, el problema es la exigencia. Hay estudios que señalan que las mujeres exigen mucho más que las de una o dos generaciones previas que sus deseos y expectativas se cumplan.
Esto puede hacer que el hombre se sienta inconscientemente presionado y no logre por eso llegar al clímax. También en este caso, la solución llega de la mano del diálogo: lo mejor es hablar abiertamente con la pareja, pero sin reproches.
Si bien algunos libros sobre el tema proponen innovaciones que hagan resurgir el deseo en la pareja, para muchos sexólogos apuntarse en un club de swingers o invertir dinero en lencería erótica no es la salida, ya que no se trata más que de intentos de compensar desde el exterior un problema que es interno.
Para una pareja que tiene un problema en la cama es mucho mejor sincerarse y preguntarse qué se espera del otro -y de uno mismo- en relación con el sexo.