Rodada en zonas de frío extremo como las montañas Rocosas de Canadá y la provincia argentina de Tierra del Fuego, “El renacido”, la película que dirigió el mexicano Alejandro González Iñárritu y protagoniza Leonardo Di Caprio, es un western que parece estar a mitad de camino entre “Fitzcarraldo” (1982, de Werner Herzog) y “Apocalipsis Now” (1979, Francis Ford Coppola), películas que absorben la locura de su entorno natural, salvaje y remoto.
Las historias sobre la realización de estas películas son míticas y “El renacido” (“The Revenant”, en el original inglés) ya tiene sus propias anécdotas sobre pleitos en el plató y acciones heroicas de los actores, especialmente de Di Caprio que estuvo dispuesto a someterse a los desafíos más extremos para rodar esta historia basada en las aventuras del explorador estadounidense Hugh Glass, según la novela de Michael Punke.
Dispuesto a todo
Iñárritu consideraba al actor de “El lobo de Wall Street” como el ideal para el papel de este cazador de pieles de la vida real que sobrevivió al ataque de un enorme oso y fue en busca de los compañeros que lo abandonaron por muerto en el yermo implacable con sed de venganza.
Una y otra vez a lo largo de casi un año de producción, el actor nominado al Oscar y ambientalista demostró su pasión por el film: comió carne cruda de bisonte y hasta se tragó sus vísceras, se desnudó en temperaturas bajo cero, se zambulló en un río gélido. Pero desde el principio, Iñárritu tuvo una preocupación: la barba de DiCaprio.
“No se puede actuar en esta película con una barba postiza. Luciría horrible”, dijo Iñárritu en una entrevista reciente. “No cualquiera tiene una barba tan tupida. Fue una apuesta”.
Afortunadamente para el realizador, DiCaprio brotó una barba espesa y enredada que se convierte en un símbolo de la situación de su personaje y de su profunda involución. Los maquilladores agregaron tierra y una mezcla de glicerina y arena para darle a su pelo ese aspecto mugroso y sangriento, tal como corresponde a quien ha sido atacado y mutilado por un feroz oso grizzli.
Es un aspecto menor, tal vez la prueba más sencilla que le tocó soportar a DiCaprio a lo largo de la enorme épica, pero es uno de esos detalles que revelan el compromiso general de la producción con la autenticidad.
“Es una historia del primitivismo, del hombre en el mundo natural”, dijo DiCaprio en entrevista telefónica. “Es casi bíblica”.
Rodaje atípico
En una era de imágenes cibernéticas y otros recursos de posproducción el rodaje fue, desde el comienzo, uno nada convencional. Iñárritu y su equipo viajaron a Calgary, en el norte de Canadá, y de allí a la provincia argentina de Tierra del Fuego cuando la nieve canadiense se derritió antes de lo previsto.
A las dificultades del rodaje en el ambiente se sumó que Iñárritu y su director de cinematografía, Emmanuel “Chivo” Lubezki, optaron por filmar exclusivamente con luz natural, con lo cual tenían apenas 90 minutos diarios para realizar tomas largas, complejas y minuciosamente coreografiadas. Ya lo habían hecho en “Birdman”, pero no en un desierto imprevisible.
DiCaprio, sin embargo, sabía muy bien qué esperar.
“Cuando estás librado a los elementos -y hay gente que tiene trabajos mucho más arduos que rodar películas-, descubres la resistencia del hombre y su capacidad de adaptarse a las circunstancias”, dijo el actor. “Te lanzas a descubrir los elementos que en última instancia transformarán la narración y hallarán la poesía... En el fondo se trataba de sumergirnos en este ambiente y ver qué pasaba”.
Debido tanto a las características de la historia como a las de su personaje, DiCaprio se aisló del resto del elenco, incluso de su amigo Tom Hardy que interpreta al cruento y despiadado John Fitzgerald, papel por el que el también actor de “Leyenda” está nominado a un Oscar como actor de reparto.
Di Caprio estudió la vida de Hugh Glass y cómo vivían los cazadores de pieles de la época. Aprendió y ensayó la coreografía de la filmación.
Pero cuando llegó el momento de rodar, todo se volvió muy primitivo, una actuación que la mayor parte del tiempo fue muda, arraigada en el instinto y la reacción.
“Para mí se trataba de tener estos pensamientos y tratar de experimentar de veras el dolor de este hombre”, dijo DiCaprio.
“Leo piensa más como un cineasta que como un actor”, dijo Iñárritu. “Comprende la totalidad. Fue capaz de ser no solo una máquina que hacía con naturalidad exactamente lo que le pedíamos, sino al mismo tiempo estar presente para reaccionar ante cualquier improvisación. En ese momento sentí que es uno de los mejores actores”.
Escena crucial
Queda poco del DiCaprio transformado en montañés. Terminó la producción, se rasuró la barba, sanaron los cardenales y moretones. Pero la dureza del rodaje, las penurias, la tensión al tratar de obtener la toma perfecta, todo queda plasmado en la pantalla, sobre todo en la escena del ataque del oso.
“Creo que pasará a la historia como una de las escenas de acción más voyeuristas jamás creadas”, dijo DiCaprio. “Se palpan la sangre y el sudor, casi puedes sentir el olor del oso. Logra lo que solo consiguen las mejores películas: hacerte sentir que el resto del mundo se ha evaporado y solo existes tú en ese momento”.
Iñárritu no quiere revelar cómo logró una escena tan horrorosa. Hacerlo, dice, disiparía la magia.
“Quiero que la gente sienta el frío, huela el miedo”, expresó. “Fue difícil, pero era lo que debíamos lograr. A nadie debe importarle. Nadie debe preguntarse si la pasamos bien o no. Esa no es la finalidad de hacer una película”.
“A juzgar por los resultados”, concluyó, “no cambiaría absolutamente nada”.