"Como compañero de ‘Manolo’ en la época que jugamos juntos en Anzorena puedo dar fe de sus notables condiciones físicas y técnicas, lo que siempre le permitió sobresalir como jugador de ataque y de enorme efectividad, y de esa manera sumar puntos que rápidamente podían definir un partido.
En el uno contra uno, en el uno contra dos y hasta en el uno contra tres, cada vez que encaraba con su particular estilo penetraba cualquier defensa, por más fuerte que fuera.
Recuerdo que cuando llegaba bajo el aro dejaba parados a sus rivales y ya se podía gritar y festejar el doble, porque encestaba con mucha justeza y precisión.
Para el básquetbol mendocino resultó muy importante tener un referente de esas características en la inolvidable década del 70, cuando nuestra Selección brilló a la par de las mejores del país.
Pienso que se entrenaba para ser goleador por la energía e intensidad que mostraba en las prácticas semanales, en las que la mayoría de las veces se quedaba hasta bien tarde para tratar de corregir y mejorar sus envíos desde los ángulos más difíciles. Incluso ensayaba durante horas para ser más contundente en los lanzamientos libres.
"Siempre me favoreció con su rotación y su despliegue, porque al arrastrar las marcas y fabricar permanentes claros permitía que en lo personal pudiera moverme con mucha mayor libertad y contribuir de esa manera al goleo del equipo.
Lo hacía con tanta inteligencia que también posibilitaba que ‘Aquino’ Rodríguez apareciera por el otro andarivel de la cancha y que el ‘Pato’ Rodríguez se luciera con su perfecta media distancia y contundencia acostumbrada.
De ese modo ‘Manolo’ se lucía en el juego de conjunto, porque sabía leer el partido y le sacaba provecho a las virtudes de todos sus compañeros. Su visión de juego y orden táctico le permitió después del retiro dedicarse con tanto éxito a la dirección técnica, donde realizó meritorias campañas y alcanzó títulos muy celebrados en la mayoría de los conjuntos que dirigió.
Pasados los 60 sigue dirigiendo con el mismo compromiso e igual vocación.
"Con mi amigo ‘Manolo’, a quien le dejé la 13 cuando me fui de Anzorena, compartí momentos muy felices dentro y fuera del rectángulo. Pero la anécdota que más recuerdo es una de fines de su carrera, en los 80, cuando ya había dejado de jugar.
Yo dirigía a Sayanca y antes de viajar a San Juan para participar de un cuadrangular internacional con Hinca Huasi y Lanteri de esa provincia y la Selección Juvenil de Chile lo encontré de casualidad y le comente: ‘Manolo, necesito un refuerzo de jerarquía para llevar a San Juan’. ‘¿A quién vas a llevar?... me tenés que llevar a mí’, me contestó.
Lo llevé, la rompió, salimos campeones, fue el mejor y el máximo goleador, con un rendimiento impresionante. A la vuelta lo encuentro a los tres o cuatro días caminando con dificultad y ayudándose con un arnés.
Ante mi sorpresa, me explicó: ‘Sí, Juan, la rompí como dicen todos. Pero también me rompí la cadera y ahora me tengo que operar’. Todavía pienso que viajó lesionado a aquel cuadrangular, porque quería tanto al básquetbol que nunca podía decir que no".