Se debe elegir al mejor, no al menos malo

El acuerdo político alcanzado entre la UCR, el Pro y la Coalición Cívica, puede ser más o menos discutido en sus contenidos, pero el intento de reconstruir partidos políticos y acuerdos interpartidarios siempre es bienvenido en un país donde los líderes a

Se debe elegir al mejor, no al menos malo

El debate de la semana pasada de la Unión Cívica Radical fue institucionalmente significativo porque implicó la reaparición de la controversia partidaria dentro de la política argentina. Frente al deterioro creciente de los partidos políticos ante el dominio avasallante de las personas por sobre las instituciones a los que nos han conducido la clase dirigente actual y a una cultura que la acompaña, todo intento de reconstitución de estructuras organizativas en las que sobresalga el debate democrático es bienvenido, más allá de las decisiones que se tomen.

Por otro lado, frente a la pulverización de las alternativas políticas que se vivió en la última elección presidencial, cuando el Frente para la Victoria superó por casi cuarenta puntos a su adversario inmediato, aparece también como muy positivo que la oposición intente construir acuerdos electoralmente competitivos, siempre y cuando -claro está- se pueda previamente acordar las cuestiones programáticas sin las cuales se podrá ganar una elección pero difícilmente se podrá gobernar, como nos lo recuerdan experiencias recientes.

Positivo fue también de la Convención radical que, a pesar de la dureza de los debates previos y en el transcurso de la misma, todos o la inmensa mayoría de los congresistas hayan aceptado la opción que obtuvo la mayoría, comprometiéndose a apoyarla aunque sigan manteniendo las mismas discrepancias anteriores. En tal sentido, Julio Cobos, principal referente de la propuesta que fue rechazada, se comportó con la debida corrección institucional al manifestar que no sólo no interferirá en lo que se dispuso, sino que se pone a disposición de sus adversarios internos aun cuando siga sin estar convencido de la decisión finalmente adoptada.

Es de desear que tanto en el oficialismo como en las más variadas oposiciones, se sigan caminos similares para construir todas las alternativas posibles. Así, el pueblo soberano puede realmente elegir entre opciones realmente diferentes que cubran la mayor parte del espectro ideológico político y, de ese modo, no se deba culminar con esa lamentable posición de tener que elegir no al mejor o al que coincide con las preferencias del ciudadano, sino únicamente al menos malo. Con lo cual es muy poco el respaldo que la gente brindará a quien sea elegido de ese modo tan mezquino.

Los partidos políticos comenzaron con muy buen auspicio en el renacer de la democracia argentina en 1983 puesto que fueron millones los que se afiliaron a los mismos. Sin embargo ya la crisis de fines de los 80 los afectó porque la sociedad se sintió decepcionada con una clase política que se estaba alejando rápidamente del pueblo de donde había surgido.

El Pacto de Olivos de mediados de los 90 fue crucial para que los electores descubrieran acuerdos por arriba que no representaban los intereses por abajo, con lo cual la crisis se incrementó, hasta que finalmente estalló a fines de 2001 y desencadenó la anarquía en que se sumió al país.

Desde entonces, si bien se pudo reconstituir la autoridad política, no ocurrió lo mismo con los partidos. Sólo los liderazgos personalistas pudieron contener la debacle, pero ello condujo a excesos personalistas y autoritarios que únicamente partidos sólidamente constituidos pueden controlar.
Si bien hoy aún estamos muy lejos de recuperar el vigor institucional y la confianza popular que los partidos políticos deberían tener en una democracia fuerte, lo ocurrido por estos días con un sector de la oposición deja algunas esperanzas de que se esté marchando por el camino correcto.

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