A poco de que reconociera la "lenta disminución" de sus fuerzas, se cumplieron ayer cinco años de la renuncia con la que Benedicto XVI conmovió al mundo eclesiástico y abrió las puertas para la elección de Jorge Mario Bergoglio como el primer papa latinoamericano de la historia.
“Siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro”, anunció Joseph Ratzinger, en latín, a un grupo de cardenales que lo escuchaban un lunes feriado en el Vaticano e iniciaba así una de las transiciones más importantes en 2.000 años de catolicismo.
Golpeado por disputas internas que tuvieron su pico más alto en el primer escándalo “Vatileaks”, que reveló el robo de documentos secretos de su mayordomo, Ratzinger sobrevivió menos de ocho años al cargo para el que había sido elegido el 19 de abril de 2005.
Benedicto XVI anunció el 11 de febrero de 2013 que renunciaba al solio a partir del 28 de febrero para dedicarse a la oración y el retiro espiritual.
La sorpresa fue tal que incluso la Santa Sede desconocía qué verbo usar para el acto y hasta cómo sería llamado Ratzinger cuando se hiciera efectiva la dimisión: finalmente se optó por "papa emérito", término con el que se lo menciona hasta ahora.
Tras una cinematográfica despedida del Vaticano, Benedicto XVI se recluyó un tiempo en Castel Gandolfo, la entonces residencia papal de verano, a la que llegó en helicóptero.
Desde allí siguió el cónclave que el 13 de marzo de ese año eligió a Bergoglio como el Pontífice 266 de la historia.
Hoy, a punto de cumplir 91 años, Ratzinger vive en el monasterio Mater Ecclesiae, donde habitualmente es fotografiado, generalmente luego de los periódicos rumores sobre los agravamientos de su salud.