El año pasado Los Andes me publicó dos artículos de opinión, que presagiaban la preocupante situación actual y cuyas previsiones se están cumpliendo.
Uno de ellos, titulado "Políticas Económicas: pautas para entender lo que pasó y pasará" (Los Andes, 14/nov/2017), especificaba las cinco políticas típicas del monetarismo clásico, que es la doctrina que inspira al actual gobierno. Luego de analizar las políticas de Thatcher y Reagan, imitadas por este gobierno, finalizaba diciendo: "¿Qué viene ahora? Es previsible una mayor flexibilización y precarización laboral, avances para la liquidación del Fondo de Sustentabilidad de la Seguridad Social, el deterioro del sistema de jubilaciones y pensiones, mayores restricciones en los planes sociales, disminución notoria de los impuestos a las ganancias para grandes empresas e incrementos en los impuestos el consumo, en un marco de mayor recesión y desocupación. Preocupante".
El otro artículo, publicado con anterioridad (Los Andes, 11/julio/2017), fue titulado: "Política monetaria: ¿Creando una tormenta perfecta?", por lo cual ahora, el título de este artículo que estoy desarrollando y el título del anterior, están en sintonía.
Hace casi un año, se planteaban en el artículo las consecuencias de la política monetaria que "realimentándose e interactuando, pueden conducir a una crisis de envergadura" generando una "tormenta perfecta".
Se analizaba el creciente endeudamiento en Lebac, los altos costos de endeudamiento, con insólitas utilidades para fondos extranjeros, caída del poder de compra, creciente desempleo, caía del consumo, crecimiento del déficit fiscal, dólar deprimido y reservas vulnerables.
Finalizaba diciendo que "el crecimiento del deterioro y de las expectativas de interrupción del flujo de financiación externa determinarán que los elevados fondos de la deuda se volcarán al mercado cambiario, en un fenomenal proceso de salida de capitales que provocaría una crisis terminal. En suma, una tormenta perfecta".
En estos días se está produciendo ese acentuado proceso de salida de capitales, con la crisis consiguiente. El gobierno está intentando, con diversas medidas, atenuar el descalabro. Así, ha requerido a los bancos que disminuyan su tenencia en divisas, que se volcarían como oferta al mercado y ha incrementado la tasa de política monetaria al 40%. Sturzenegger sigue creyendo que el manejo de la tasa de interés le permitirá doblegar la inflación e incrementar el financiamiento, sin percatarse de que el mercado considera la emisión de Letras aún más perniciosa que la mera emisión, ya que, a su monto, crecientemente desmedido, se agregan sus costos desproporcionados.
Ante el riesgo creciente, las evaluadoras internacionales de riesgo aconsejan salir de Argentina. Ocurre que los grandes inversores evalúan tasa de interés de las Lebac, expectativas de inflación y devaluación, costos del seguro de default y de seguro de tasa de cambio. Si el margen resultante parece suficientemente compensatorio en relación con inversiones seguras en países desarrollados, permanecen obteniendo, como hasta hace poco, pingües ganancias. Con la desmejora de ese panorama, huyen del país y, como ocurre en estos casos, la iniciación y trascendencia de la huida acrecienta el flujo de salida.
Las letras del BCRA más pases netos llegaron en marzo al equivalente de casi 60.000 millones de dólares. Mientras que la base monetaria en marzo llegó a $1.022.094 millones, las letras del BCRA llegaban a $1.145.583 millones (creciendo el 86,58% en relación con marzo de 2017), a lo cual hay que agregar $23.139 millones del saldo de pases pasivos y activos.
Un enorme endeudamiento a corto plazo con los consiguientes costos descomunales para el país, que ha resultado infructuoso para disminuir la inflación.
A ello se agregan los errores en el ámbito económico, que merecen ser desarrollados en una nota adicional, pero entre los cuales no puede dejar de mencionarse los que afectaron los ingresos de dólares, como las postergaciones otorgadas a los exportadoras para las liquidaciones de divisas, eliminación de retenciones mineras, la disminución del 0,5% mensual de las retenciones de la soja, que desestimulan totalmente su venta, ante la expectativa no solo de mejorar el precio por la baja de la cosecha, sino por la expectativa de suba del dólar, más un 0,5% mensual de rendimientos en dólares, las modalidades e inadecuada oportunidad del llamado "sinceramiento fiscal", etc.
Se confió en expectativas de inversión como motor del crecimiento, ignorando, elementalmente, que los empresarios invierten cuando perciben crecimientos de las demandas que enfrentan.
En cambio, se subestimó el poder movilizador del consumo, al restar alrededor de 100.000 millones a los jubilados y planes sociales, que prácticamente se destinaban en su totalidad al consumo, junto con el incremento de la desocupación.
Se agrega una política equivocada de reajuste de tarifas, para lo cual deberían haberse considerado los parámetros de inversión, costo y rentabilidad que se adoptan mundialmente y no conceptos de "costo marginal" o mayor costo, apropiados en situaciones de competencia perfecta.
No se consideró que una forma alternativa o complementaria de eliminar el déficit es a través del crecimiento.
Ahora, el gobierno se enfrenta a la disyuntiva de modificar su política, equivocada, desde luego, al igual que en el tema de tarifas de servicios, sobre los precios de combustibles, o aceptar un reajuste, que podría sobrepasar el 10% por valor dólar y mayor precio del barril. Sin considerar que, frente al eventual rechazo por USA del pacto con Irán, se producirá quizás un crecimiento inusitado en ese costo.
De persistir en estas políticas, las perspectivas para el país no son halagüeñas. Ello será inevitable si insisten en la dogmática afirmación de que "es el único camino y no hay alternativa", considerándose custodios de supuestas verdades científicas.
Existen muchas teorías económicas y cada una enfatiza aspectos distintos de una realidad compleja, basándose en diferentes juicios morales y políticos, llegando entonces a conclusiones también diversas.
La economía no es una ciencia como la física o la química, que tienen una respuesta única en cada tema. Al ser conscientes de esto, tendremos el respaldo suficiente para analizar la economía como lo que realmente es, un argumento político. Y no como una ciencia en que claramente hay bueno y malo, correcto e incorrecto.