El fenómeno del fútbol hecho industria consolida su avance a pasos agigantados y recorre los cinco continentes con el aura propia de un conquistador serial. Tanto poder acumulado blinda a una corporación global que deja su impronta sea dónde y cómo fuere.
El peso del poder real, y no sólo nominal, es el que ha producido un quiebre en la concepción de una actividad que creció como un deporte liso y llano hasta transformarse en uno de los negocios más atractivos y seguros, al punto de que brinda ingresos superlativos a los inversores de mayor solidez.
Aglutinante, como es, de todas las clases sociales, este fenómeno masivo le da a su definición semántica un valor agregado como generador de cambios culturales en las comunidades que abarca; hoy día, prácticamente todas, tanto en el plano fáctico como en el virtual.
Y aquí es conveniente darle un marco de contención a su desarrollo en escala planetaria: las principales potencias mundiales se disputan el liderazgo para ponerlo bajo su órbita pujando entre sí como en cualquiera de los ciclos rupturistas en la historia.
Hoy día, la cercanía con la Copa del Mundo 2018 convierte a Rusia en la arena en que se debate política internacional en torno a la actividad futbolística, con la presencia emergente de Estados Unidos, el que -paradójicamente- no contará con un representante entre los treinta y dos participantes de la competencia debido a no haberse clasificado en las eliminatorias.
Todo un símbolo del american way of life: avanzar de motu proprio sin prestarle atención a los límites que imponen las convenciones. La mira prioritaria estadounidense es -ni más ni menos- que la de apuntarse una victoria contundente desde el punto de vista político en la casa misma de Vladimir Putin.
El presidente ruso, cuya continuidad en el cargo se confirmó en marzo pasado tras un aplastante triunfo en las urnas, se prepara para su proyección como líder a nivel continental y hará una exhibición de poderío en una nación que durante el Mundial desplegará recursos en cantidad suficiente para mostrar su identidad cultural en manifestaciones relacionadas con el arte -ballet, museos, conciertos en salas teatrales y al aire libre, cine y ferias literarias-, además de fomentar el turismo interno con epicentro en Moscú y San Petersburgo, sus dos ciudades ícono.
Estados Unidos, en tanto, apunta su mira a conseguir un logro que cada vez parece ser más factible de lograr: ni más ni menos que el de convertirse en la sede de la Copa del Mundo 2026. Será el próximo 13 de junio -un día antes de la inauguración del torneo ecuménico en suelo ruso- cuando sesione el 68vo.
Congreso Ordinario de la FIFA, el cual, entre otras cuestiones, deberá definir a qué país se le concede la organización de la primera competencia posterior a Catar 2022. Todos los caminos conducen a que por primera vez se realice un Mundial tripartito, con los estadounidenses unidos a México y Canadá.
Tampoco es casual que este movimiento haga su aparición en escena en este momento, ya que los antecedentes marcan que la presión de la justicia de Estados Unidos fue la promotora del "FIFAgate", que a mediados de 2015 descabezó la cúpula de la dirigencia futbolística a nivel mundial.
Con dirigentes encarcelados y otros renunciantes, el epicentro de poder cambió gradualmente de manos y pasó del desacreditado suizo Joseph Blatter a su compatriota Gianni Infantino.
Éste se encontrará en tres semanas frente a su primera gran toma de decisión, puesto que las competencias en tierras rusas y cataríes quedaron definidas durante el Congreso que la FIFA realizó en oportunidad del Mundial de Sudáfrica 2010.
Infantino apuesta fuerte por un cambio sin anestesia con respecto a ampliar el cupo de participantes a 48 selecciones a partir de 2026, además de hacerlo en paralelo con una ampliación parecida en cuanto a porcentaje de competidores en el Mundial de Clubes.
En dos años y medio, el dirigente helvético fue funcional a los estadounidenses, y viceversa. Es más, la oposición a la Copa del Mundo en toda América del Norte será Marruecos, que casi se presenta por descarte y sin prácticamente chance alguna de terciar por ese privilegio.
No fue ocioso este cambio en Estados Unidos: las nuevas generaciones descendientes de latinos fueron abriendo un espacio cuya demanda futbolística le abrió la puerta a la Major League Soccer (MLS), cuyas alianzas mediáticas con las principales cadenas televisivas de América en su conjunto se ligan con el viejo continente a través de Eurosport y el mundo árabe por intermedio de Abu Dhabi Sports Channel. Además, los principales patrocinadores de la liga estadounidense son firmas de resonancia mundial: Adidas, Red Bull, Audi, Etihad Airways, Heineken, Windows, Panasonic y AT&T, entre otras.
En una lectura no a corto sino a mediano y largo plazo, tampoco puede desautorizarse una hipótesis que ya maneja la alta dirigencia futbolística: Estados Unidos está dando señales de desembarco en un área a la que antes le había negado interés.
Es más: la proximidad de un triunfo político en pleno territorio ruso tendrá un efecto humillante para el propio Putin y encima justo un día antes de que en Moscú sea el inicio del Mundial que el mismísimo presidente se supo conseguir.