Scioli, Macri y la pospolítica

Scioli, Macri y la pospolítica

Por Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar

La suma del gobierno más politizado de toda la era democrática más el pueblo más despolitizado de las últimas décadas, está dando lugar a transformaciones aún incipientes pero que quizá cambien mucho el escenario público del futuro inmediato.

Esa suma contradictoria de politicismo exacerbado por arriba y apoliticismo desmedido por abajo, lo que está dando como resultado es la pospolítica, un territorio desconocido donde los políticos más valorados son los que menos cara tienen de serlo. Una tendencia cultural que llevó a sus extremos Julio Cobos con su no positivo, el cual dio lugar a la proliferación de innumerables candidatos “como la gente”, o sea políticos que se muestran distantes de todos sus colegas y que parecen hablar como el hombre común aunque, en el fondo, digan poco y nada.

Hoy los dos candidatos con más posibilidades de llegar a la presidencia de la Nación -Scioli y Macri- son claros exponentes de ese modo de ser. Ambos no entraron de muy jóvenes a la política, porque dedicaron sus años mozos a la aventura de vivir, uno como hijo de un próspero empresario contratista del Estado y otro como un deportista sin visión política, un play boy moderado y simpático. Pero, en un momento, intuyeron que tenían futuro en las cosas del poder y se metieron con todo dentro de ellas, haciendo una carrera bastante meritoria.

Todo lo que aprendió Daniel Scioli, lo hizo desde el peronismo en sus infinitas variantes. La maestría política que le dio su experiencia es valiosísima, sobre todo por su personalidad capaz de absorber todo lo que le enseñan y al poquísimo tiempo transformarse en una copia del que le enseña, sin dejar de ser esa cosa indefinida que siempre fue, que le permite ser uno mismo y todos los demás a la vez. Casi se podría decir que Scioli nació peronista pero no por ideología sino por personalidad.

Su gran maestro fue Carlos Menem quien, aparte de enseñarle los lineamientos básicos de la conducción política, fue el único con el que puede haber compartido sinceramente algo ideológico que luego, por necesidades de sobrevivir políticamente, mezcló con otras ideologías hasta hacerlo un matete ininteligible como el que profesa hoy.

Scioli acompañó a Menem hasta la puerta del adiós. Luego hizo lo mismo con Rodríguez Saá y posteriormente con Eduardo Duhalde. Se mostró como el más fiel seguidor de los tres y el último en irse. Con los Kirchner hizo lo mismo pero estos, prevenidos contra esa virulenta forma de traición llamada lealtad peronista, siempre le desconfiaron, incluso ahora y seguramente más, mañana, si llegara a ganar.

Cristina no cree en su lealtad por más que Scioli la exagere hasta niveles que suenan risibles, del mismo modo que muchos que no quieren a Cristina igual votarían a Scioli porque tampoco creen que su transformación K sea real.

O sea, nadie le cree cuando dice algo, pero no por ello dejarían de votarlo porque el fuerte de Scioli es no decir nada y aun cuando se defina para un lado, tiene el talento innato de seguir sin decir nada con lo cual nadie sabe si es leal en serio, si es un obsecuente por naturaleza o si es un hombre presto a traicionar al viejo líder como siempre hicieron los peronistas. Su indefinición es su definición más absoluta, lo que lo hace votable por gente que piensa absolutamente distinto.

Otra de las grandes fortalezas de Scioli es que nadie lo hace responsable de nada, en particular de su gestión como gobernador, porque todas las críticas por las innumerables falencias son atribuidas a los intendentes del conurbano o al gobierno nacional, pero jamás de los jamases a su principal responsable. Otro logro colosal.

Scioli aprendió peronismo práctico como ningún otro. Su cuerpo y su mente semejan un gran agujero negro donde puede penetrar cualquier idea y las contrarias sin que ninguna entorpezca a la otra, diluyéndose todas hasta ninguna decir nada, o todo a la vez. Única posibilidad de poder ser neoliberal una década entera y antiliberal la siguiente, con las mismas personas encarando ambas teatralizaciones y sin vergüenza alguna. Scioli siempre fue peronista, jamás se metió en política ya que la política siempre se la hicieron otros, pero los otros se fueron jubilando o los jubilaron, y él, lo más campante. Un peronista básico que nos introduce en la nueva era pospolítica como quien no quiere la cosa.

Mauricio Macri es también otro caso original de la pospolítica y quizá hasta un poco más avanzado, porque así como Scioli le cedió la estrategia de su campaña a una política como Cristina, Macri se la entregó a un asesor de imagen, Durán Barba quien, más allá de bosquejarle avisos publicitarios, se convirtió en el gran generador de ideas y políticas que el Mauri compró como si fueran suyas. Es el marketing llevado a su expresión total, acabada, final. El marketing contra la política convencional, diciendo que es la nueva política. ¿Lo será?

En un país esquizofrénico, de gente apolítica gobernada por gente que cree que hasta dormir es un hecho político, todo es posible.
Basta leer a Durán Barba en sus columnas de diario Perfil para ver que lo suyo es una suma de obviedades como aquéllas con las que se vienen haciendo ricos los consultores políticos desde 1983 porque, aunque sus candidatos pierdan, ellos igual cobran. Pero en este caso nos hallamos ante un personaje que se las ha creído más que lo demás porque no aconseja a Macri hacer lo que parece ser de sentido común, sino exactamente lo contrario, lo cual no deja de ser una audacia que puede resultar tan catastrófica como genial.

Así, hasta ahora le recomendó que se aliara sólo con los mínimos necesarios pero que disfrazara la alianza llamándola meras adhesiones a su persona, y que tratara de mostrarse lo más antiperonista posible para polarizar contra el peronismo, convencido de que los anti son mayoría. Obedeciéndolo, Macri se alió con la UCR pero poniéndole cara de asco como si él estuviera en un escalón superior y rechazó cualquier acuerdo con Massa, por su componente peronista.

Pero ahora, en otra etapa, la dupla Macri-Durán Barba ha decidido algo en apariencia muy diferente: hacer suyas las principales banderas del kirchnerismo, incluso la Aerolíneas Argentinas estatal en su semana de mayor caos. Idear un Macri progre que sea el terror de las derechas y que pueda ser comparado con Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa, ya que estos tres “son iguales a Macri porque representan el antisistema. Ellos demostraron que los cambios no se hacen con las viejas estructuras partidarias”, dice sin ningún atisbo de duda el marketinero devenido estratega superior.

En síntesis, si no entendemos bien lo que está pasando es porque nos hallamos en terreno de la pospolítica, que ignoramos aún si es buena o mala, si es mejor o peor de lo que tuvimos. Por ahora sólo sabemos que en la era pospolítica Cristina quiere hacer ganar al peronista que más desconfianza le produce de todos los que existen, mientras que Macri convirtió a un consultor en un moderno Aristóteles, Platón o Maquiavelo, viejos asesores filosóficos de reyes y príncipes.

Así estamos hoy, con dos políticos en la cresta de la ola, recontraparecidos entre sí, que la competencia política obliga a separarse pero a los cuales la pospolítica ha llevado a una nueva identificación: a que tanto Scioli como Macri deban ubicarse a la izquierda del Che Guevara. Uno prometiendo profundizar las políticas “revolucionarias” del kirchnerismo y el otro más o menos lo mismo, aunque nadie les crea absolutamente nada. Pero de eso se trata la pospolítica, de afirmar algo con la boca, negarlo con el gesto y luego guiñar un ojo como diciendo ni blanco ni negro sino todo lo contrario. Ni no, ni sí. Ni ni.

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