Por Néstor Sampirisi - nsampirisi@losandes.com.ar
"Lo que tengo claro es que el próximo gobierno debe ser peronista, porque si no es peronista, pobre Argentina".
José "Pepe" Mujica - Presidente de Uruguay
Me resisto a admitir que Daniel Scioli sea la única alternativa posible para que este país no estalle a poco de que el kirchnerismo deje el gobierno después de doce años en el poder. Me niego a pensar que no tenemos otra salida.
Y no me niego porque piense que el gobernador de Buenos Aires sea peor que otros eventuales postulantes a la presidencia. Me niego porque sería admitir que, después de 32 años de esta democracia recuperada, algo así como una grave tara social nos ha dejado sin alternativas.
Reconocerlo llevaría a preguntarnos qué hemos hecho en todos estos años para seguir siempre en el mismo lugar, para no poder dar un solo paso en la dirección correcta para construir un país racional.
Que no hayamos logrado sacar a millones de personas de la pobreza ni establecido reglas institucionales claras ni encontrado un conjunto de ideas comunes como sociedad. Más aún, que insistamos en convertir a nuestra democracia en un régimen de partido único a fuerza de dejarnos deslumbrar por sucesivos espejitos de colores que esconden a los mismos de siempre.
Y hago foco en Scioli porque existe la sensación más o menos extendida de que esa salida sería la única posible para garantizar que esta “década ganada” no termine como la otra década ganada: la del menemismo. No son pocos los que imaginan que el país se volverá ingobernable si él no gana, que es la única esperanza de gobernabilidad.
Hasta ahora prácticamente lo único que llega a saberse de Scioli es que promete el cambio con continuidad. No se sabe bien qué es eso. ¿Cambiar qué? ¿Continuar qué? Se supone que sería continuar lo bueno que hizo el kirchnerismo y cambiar lo malo.
Pero, ¿qué es lo bueno y qué lo malo para Scioli? Seguramente un círculo muy íntimo de personas de su confianza lo sabrá, pero también sería importante que se lo dijera a la gente que se prepara para votar.
Por ejemplo, saber qué piensa de la muerte del fiscal Alberto Nisman ya que se mantuvo en un silencio casi absoluto mientras todo ardía alrededor. Hizo mutis por el foro sin emitir un gesto o palabra, quizá para evitar incomodar a la Presidenta.
Ni siquiera habló cuando el PJ en pleno salió a denunciar que detrás de este caso existía una brumosa confabulación que busca perjudicar al gobierno nacional. Allí estaba, parado en segunda fila. Después mandó a sus voceros a decir que no estaba de acuerdo con el comunicado, pero siempre en la voz más baja posible.
La frase del comienzo estaba incluida en una gacetilla que la semana pasada difundió vía mail su equipo de campaña y suena a una advertencia, parecida a una amenaza. Mi mayor temor, en cambio, es que la puerta de salida que elijamos nos lleve a repetir esquemas que nos empujan a la decadencia. Que optemos por cambiar para que nada cambie.
Y si, de verdad, Scioli fuera la única salida sería bueno saber de antemano qué va a hacer, qué piensa de los temas que importan. Que aunque sea segundos antes de las elecciones diga con claridad qué hará cuando la Justicia mueva las causas que involucran a Amado Boudou, las denuncias contra Cristina Fernández o la investigación de la muerte de Nisman.
Qué instrucción dará a su canciller y eventualmente a sus legisladores respecto del memorándum con Irán o cuál será el rumbo de su política internacional. Cómo nos sacará de la inflación de dos dígitos que arrastramos desde hace años y del enorme rojo del gasto público.
Cuál será su relación con la militancia rentada de La Cámpora y con la parcialidad militante de Justicia Legítima. Qué hará con el Indec. Al menos, que nos cuente qué pasará con el Fútbol para Todos. En fin, algo.
Lo mismo que hay que exigir al resto de los candidatos: que hablen con claridad a la sociedad para que no nos tomen como una manada de zombies que va a las urnas sólo por obligación constitucional, a votar eslóganes o una camiseta. Que debatan, que por una vez en nuestra maltratada democracia debatan todos y no dejen sillas vacías.
Por lo menos así sabremos a qué atenernos y, si las cosas no resultan, no tendremos esa patética excusa que transformamos en irresponsable coartada social para no hacernos cargo de nada y echar la culpa siempre a otro: “Yo no lo voté”.