Más allá de lo limitado de sus recursos expresivos y de su pobreza de conceptos, la negativa de Daniel Scioli a confrontar propuestas con los demás candidatos presidenciales, en el debate que tendrá lugar la próxima semana, quedó perfectamente explicada en una entrevista del domingo pasado en el diario paraestatal Página/12.
Allí, entre alguna que otra frase florida sobre la "década ganada", Miguel Bein, el economista más consultado por Scioli, mostró la disyuntiva del candidato oficialista, a quien las encuestas siguen dando como el más probable próximo presidente de los argentinos: decir la verdad lo expondría a una durísima confrontación con el kirchnerismo (esto es, con el Gobierno y el aparato de poder que sostiene su candidatura), le enajenaría una buena cuota de votos y -si aún así ganara la elección- lo expondría a una rápida pérdida de capital político por hacer, apenas asumido, lo contrario de lo que muchos de sus votantes esperan de él.
El trance que atraviesa Dilma Rousseff debe ser aleccionador para Scioli. La presidenta brasileña ganó ajustadamente, en segunda vuelta, negando el cuadro de agravamiento fiscal y los casos de corrupción que denunciaba la oposición pero, a poco de asumir, quedó atrapada en las contraindicaciones de una política de ajuste tardío que agravó las tendencias recesivas de la economía brasileña e incluso llevó la inflación un escalón por arriba del nivel en el que estaba: de poco más de 6% en 2014 a casi 10% anual actualmente.
Peor aún: el Petrolao, el megaescándalo de corrupción con epicentro en la estatal Petrobras y ramificaciones en las constructoras y grandes empresas brasileñas, se está devorando a la dirigencia del PT y amenaza la frágil alianza política que aún sostiene la presidencia de Rousseff, cuya popularidad perforó el piso de 10% con más de tres años de mandato por delante.
Página/12 no mencionó en tapa la entrevista a Bein, que tituló tersamente: "Lo que viene es una agenda distinta". Pero veamos algunos de los conceptos del economista de cabecera de Scioli.
Sobre el "Modelo": No se puede seguir empujando sobre la base del consumo. Especialmente porque en el caso de Argentina el consumo tiene un alto componente de bienes importados. En el proceso de crecimiento sobre la base del salario y el empleo, la condición necesaria era la inclusión. Distribuir para crecer.
En la fase del desarrollo, la condición necesaria es crecer para distribuir. Se invierten los roles.
Sobre inflación y escasez de divisas: Se distribuye con pesos primero para crecer, pero una vez que se acaban los dólares si se sigue distribuyendo con pesos, lo que se distribuye es inflación, se distribuye fracaso. Lo que se necesita ahora es una agenda que genere divisas.
Sobre inversión y rentabilidad: Es fundamental que las señales en los próximos años sean a favor de la inversión en bienes transables, ciencia y tecnología, innovación y desarrollo de productos, rentabilidad para producir, para exportar, competitividad, es una agenda distinta (...). Se necesitan señales muy claras, recomponer la rentabilidad. Por eso nosotros decimos que en esta época que viene poner impuestos a las exportaciones es completamente inviable.
Sobre la situación de los distintos sectores productivos: La producción de trigo cayó el 30% en 10 años y no se multiplicó la producción de los molinos harineros. El incentivo tiene que ser por el lado positivo (...). Si una parte pierde plata lo único que hay al final del camino es estancamiento o caída de la producción, como en el caso del trigo o la carne, con 120 frigoríficos cerrados y 12.000 personas sin trabajo.
Sobre tipo de cambio, exportación y retenciones: Estamos de acuerdo en eventualmente tener un esquema de retenciones móviles, pero ahora ya está; con este tipo de cambio no se pueden tener retenciones, salvo algo en la soja. Tampoco en las manufacturas de origen industrial. Se necesita un modelo que empuje fuertemente las exportaciones, porque se quiere desarrollo, con una inversión que se repague en dólares. Hay que orientarse más a las exportaciones para no volver a sufrir la restricción externa.
Sobre la "resolución 125" y el conflicto de 2008 con el campo: Las retenciones móviles son un invento muy antiguo. El país las tuvo brevemente durante 1989, duraron tres días. La idea es buena, pero en 2008 lo que generó el desaguisado de la 125 fue el esquema y la escala: cuando el precio subía te llevaban hasta el 95 por ciento y cuando bajaba te devolvían el 20.
Además, se fijaban en relación al precio, cuando la rentabilidad tiene que ver con precio y con tipo de cambio. Parecía una declaración de guerra. Hubo desconocimiento y falta de experiencia, torpeza, falta de roce con los productores, con el sector privado y no hubo autocrítica. Fue un conflicto autoinfligido por una mala decisión administrativa.
Relegada a las páginas interiores de un diario oficialista pero de escasa circulación, la entrevista y las definiciones de Bein llegan a un público limitado. ¿Pero cómo habría hecho Scioli en un debate por TV para decir, por caso, que la pelea con el campo, fundación mítica del "Relato" de los últimos siete años (origen de la guerra con Clarín, el Fútbol para Todos, la ley de Medios y un largo etcétera), fue "un desaguisado", un "conflicto autoinfligido" atribuible a la "falta de experiencia, torpeza, falta de roce" del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner (CFK)?
¿Cómo habría podido decir elegantemente que se acabó la etapa consumista, el "Modelo" se agotó, el BCRA está quebrado y no queda ni un yuan disfrazado de dólar? (peor aún, a esta altura se calcula que el próximo gobierno recibirá reservas negativas; esto es, un BCRA con más deudas en divisas que las que tiene en su haber).
Tal vez a Scioli le sirva de consuelo que hasta al propio gobierno se le van agotando los recursos para sostener tanta mentira: hace más de dos años oculta un sistema alternativo de medición de la pobreza con el que buscó remplazar el tradicional sistema de medición por "línea de ingresos": no había modo de que le diera un resultado políticamente digerible.
Así, el kirchnerismo y Scioli coincidieron en aceptar la última proposición del "Tractatus logico-philosophicus" de Ludwig Wittgenstein: "Sobre lo que no podemos hablar debemos guardar silencio".