Sarmiento, papá soltero

En el Día del Padre, aquí nos centramos en la historia de uno de nuestros próceres desde este rol.

Sarmiento, papá soltero
Sarmiento, papá soltero

Tradicionalmente se cree que Domingo Faustino Sarmiento tuvo sólo una hija de sangre, Faustina. La versión oficial -dada por el mismo prócer- apunta en la misma dirección. Sin embargo todo señala que Benita Martínez Pastoriza, madre de Dominguito, fue amante de Sarmiento estando casada con el anciano Domingo Castro y Calvo. Tres años antes de que Benita enviudara nació su hijo.

La profunda felicidad y el entusiasmo con el que Sarmiento anunció la llegada del niño a amigos y familiares, entre otros indicios, hace creer que fue su verdadero padre. Pero hoy no hablaremos de Dominguito, sino de Faustina.

Hacia 1831 el prócer sanjuanino era un muchacho de 20 años que debió exiliarse en Chile debido a la persecución llevada a cabo por Facundo Quiroga. Junto a su padre, compañero de aventuras en esta etapa, se asentó en Santa Rosa de los Andes, un pequeño y pintoresco pueblo, camino obligado para muchos viajeros pues allí se iniciaban las rutas a Santiago y Valparaíso.

Sobre su progenitor escribió: “Llegando yo a la virilidad siguió desde entonces en los campamentos, en el destierro o las emigraciones la suerte de su hijo, como un ángel de guarda para apartar, si era posible, los peligros que podían amenazarle”. De hecho, poco antes le había salvado la vida en la Batalla del Pilar, en la que ambos enfrentaron al bando federal.

Tenían amigos y conocidos en la zona, debido a los viajes realizados con anterioridad. Entre ellos Pedro Bari. Domingo Faustino se enamoró de una de las hijas de Bari pero no fue correspondido, aun así la amistad con la familia no se vio afectada. Después de pasados unos meses, José Clemente, padre de Sarmiento, regresó a San Juan.

Sarmiento consiguió un puesto como maestro en la escuela municipal del pueblo, inaugurada ese mismo año. Su sueldo resultaba bastante parco, como suele ser el de cualquier docente, además las características del establecimiento eran muy modestas y carecía de elementos didácticos.

Nuestro protagonista se empeñó en mejorar ambos aspectos, así como en eliminar deficiencias pedagógicas que detectaba, la violencia de los sistemas disciplinarios y las lecciones con absurdas bases acientíficas. Después de todo, era Sarmiento. Estas reformas molestaron al gobernador de la región y el argentino terminó despedido.

Esta situación no desanimó al maestro de maestros. Se trasladó a un pueblo vecino y allí fundó una escuela para niños y adultos, donde enseñaba las primeras letras. De una de sus alumnas conoció a María Jesús del Canto y se enamoró. La joven, de 17 años, correspondió a un Sarmiento en el albor de los 20. Así fue como el 18 de julio de 1832 llegó al mundo Ana Faustina. No se casaron, pero él asumió su responsabilidad y reconoció a la pequeña, e incluso se quedó con ella. Según una versión, del Canto murió en el parto, aunque otra señala que formó familia años más tarde y que tuvo un encuentro con Faustina siendo esta ya adolescente. 

Para un hombre joven y sólo, era difícil cuidar apropiadamente a un bebé. Doña Paula, su inmaculada y omnipresente madre, entró en acción. Se trasladó a Chile, buscó a la criatura y la llevó a San Juan. Así fue como Faustina pasó sus primeros años de vida al cuidado de sus tías y abuela. 

Cuando Sarmiento regresó de su famoso viaje, que lo llevaría por el mundo estudiando los diversos sistemas educativos a pedido del gobierno chileno, procuró encontrarse con su familia. La tiranía encarnada por Juan Manuel de Rosas lo condenaba al exilio, le resultaba imposible visitarlos en San Juan sin morir en el intento. Les solicitó entonces que se trasladaran hasta el Puente del Inca, a pasos de la frontera.

“La comunicación para combinar este encuentro -señala su biógrafo Campobassi- la efectuó por intermedio de un tal Alaniz. Cartero particular, quien llevaba escritas las instrucciones en una hoja de papel para cigarrillo, que debía quemar en caso de ser sorprendido y detenido por las autoridades argentinas. Pero todo salió extraordinariamente bien, pues dos de sus hermanas, su hija, Alaniz, y dos parientes más se entrevistaron con él en el lugar convenido, después de recorrer a caballo unos trescientos kilómetros, desde la ciudad de San Juan”.

En cuanto la solvencia económica se lo permitió, Sarmiento llevó a su hija consigo. En 1848, cuando Benita enviudó, se casaron. Ese mismo año Faustina contrajo matrimonio con el tipógrafo francés Jules Belín, quien trabajaba con Domingo. Simultáneamente, en San Juan, murió don José Clemente, por lo que Paula Albarracín se trasladó a Chile. 

Fue un año de grandes cambios para el maestro influenciado entonces por las ideas del socialismo utópico en boga. En sus artículos habla de las clases trabajadoras, del internacionalismo, la lucha de clases y el capital. Esta influencia se desnuda en frases de su autoría como “La ley nunca debe llevar el sello de la clase social que la dictó en su beneficio y en perjuicio de otros”. Años más tarde lo encontraremos dentro de otra tendencia ideológica.

Tras la caída de Rosas, la hija de Sarmiento regresó a San Juan, esta vez en compañía de su esposo. Poco después quedó viuda y se dedicó a dar clases en una escuela para mujeres. Siendo su padre presidente de la Nación, se trasladó a Buenos Aires, donde colaboró con las víctimas de la epidemia de fiebre amarilla que azotó la ciudad.

Faustina daría a su padre una vida de incondicionalidad pura, acompañándolo hasta el último de sus días en Paraguay, llegando el suyo en diciembre de 1904. Entre los seis hijos que tuvo encontramos a Augusto Belin, inseparable compañero de la vejez del prócer y editor de las "Obras completas" de su abuelo, en 52 tomos.

 El prócer, que se había convertido en una suerte de "padre soltero" a los 21 años, dejó entrever la fuerza y la motivación de sus sentimientos paternales en la primera carta que envió a su nieto Augusto. Cuando el muchacho contaba con 13 años le recomendó cuidar a su madre señalándole; "Somos felices por los que amamos y por los que nos aman, sin eso la vida es un desierto".

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